Joaquín anda rápido. Al verlo caminar da la impresión de que tiene seguro cada paso, a pesar de que hace más de 20 años no visita el Palacio de la cultura Rafael Uribe Uribe. No está perdido, conoce el camino, porque ese era el mismo que andaba en su juventud cuando allí intentó aprender a cantar al lado de Mery Montoya, una soprano que sueña con volver a ver para recordar aquella época donde su interés por el arte estaba apenas en ciernes.
Su regreso a Medellín es una celebración: Restrepo, uno de los artistas antioqueños contemporáneos más importantes a nivel internacional, completó 20 años de vida artística en 2024. El festejo es Summa Omnium, su nueva exposición de más de 40 esculturas que desde el 23 de octubre se encuentran en el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe para que el público las disfrute y conozca de cerca el trabajo con el que ha recorrido el mundo.
EL COLOMBIANO habló con el artista acerca de sus dos décadas de carrera, sus pasiones, sueños y algunos planes que siguen en su vida.
“Yo creo que lo más importante es la perseverancia y la disciplina. En el arte hay muchas personas que se esfuerzan por ser los mejores, por llegar más lejos que cualquiera, pero cuando llegas lejos de repente te puedes desplomar. Lo importante es mantenerse. Eso me lo repetía mucho David Manzur y yo no le entendía. La cruda realidad es que la carrera del arte la gana el que más es capaz de mantenerse vivo. Cada uno de nosotros tiene un proceso de evolución muy diferente: hay unos que evolucionan muy rápido, otros que lo hacemos lentamente. A mí siempre me ha interesado eso. No es tanto el hecho de llegar rápido, sino de llegar muy bien. Esa idea del dinosaurio caminando despacio o lo que decía Newton de caminar en hombros de gigantes. Entonces siempre es buscar rodearse de lo mejor. Lo mejor es aquello que es mejor para ti: no es el que tenga más estatus, más carrera, más dinero, sino aquella persona que de verdad te puede contribuir y ahí es cuando las carreras comienzan a crecer. Además, que hacer un proceso de crecimiento interno es importantísimo”.
“Mi obra casi siempre trata de eso”.
“Sí. De hecho, lo he pensado como una especie de terapia. Yo había estado muy en contra de psicólogos, psiquiatras, de todos sus procesos. El año pasado viví un proceso muy difícil. La realidad se me partió en dos. Entonces, a raíz de esto, no me conseguí un terapeuta, sino dos. Yo soy muy exagerado, a mí me encanta siempre agotar todas las posibilidades. Entonces yo dije: ‘Si estoy tan mal, necesito, no uno, sino dos terapeutas’.
Hay un arquitecto que se llama Frank Gehry y él tiene un documental, Sketches of Frank Gehry, y una de las personas que más entrevistan es a su psicólogo y yo no entendía por qué carajos, pero él hablaba de todo lo que hicieron para abrir a Frank Gehry. Estamos hablando de un documental que yo vi en 2007 y desde eso me quedé con esa cosa en el cerebro y hasta este año lo entendí. A mí el psicoanálisis, las ciencias del comportamiento, la hipnosis, todo eso me fascina. He aprendido, lo he hecho con gente y todo, pero no veía eso otro que podría pasar trabajando con un profesional. De repente empiezo a ir a terapia y decidí cambiar por vivir el presente y gracias a esto todos los proyectos que estaban quietos se desbloquearon, todo lo que yo necesitaba que sucediera empezó a pasar, todo. Por eso te digo que yo resumo estos 20 años de carrera en trabajo interno, perseverancia y disciplina porque si tú eres mal artista, pero tienes un trabajo interno, perseverancia y disciplina te vuelves bueno. Si tú eres muy talentoso y no tienes perseverancia, ni trabajo duro, ni disciplina, no vas a llegar a ninguna parte y te vas a sentar en el talento. Conocerse a sí mismo es importante para que uno no se dispare en el pie y no se autosabotee”.
“Es que tú puedes comenzar a hacer un trabajo interior y luego te va bien, y tú te dedicas a disfrutar todo lo rico que sucede alrededor. Esa es una distracción muy grande. Yo soy obsesivo con ese trabajo interior y, de hecho, muchas veces me destruyo y me reconstruyó. Pero me di cuenta de que agregar esa ayuda profesional puede ser importante. Podría llegar uno a sentirse avergonzado de tenerlo que aceptar. En mi caso, por ejemplo, imagínate tú estudiar esa vaina todo el tiempo y después decir: ‘Necesito un profesional’. Ese es un golpe en el ego muy fuerte, pero yo creo que esa destrucción del ego es crucial. Es casi que un proceso de la alquimia, algo que se une muchísimo inclusive a la religión. Esa es otra de mis pasiones, que es un poco de historia de temas espirituales, pero también historia de religiones y también historias de pseudo religiones y demás”.
“Yo creo que sí. Yo trabajé muchos años, incluso fui misionero católico y todo. Luego tuve una separación, pero igual sigo ahí. Yo me niego a pensar que somos simplemente unas fichas que cayeron al azar en el planeta, pero también es horrible pensar que somos unas fichas de ajedrez que alguien lanzó para jugar con ellas. Entonces a veces trato de encontrar qué pasa ahí y no creo que lo vaya a lograr, pues es como intentar meter el mar en un vaso con agua como intentó San Agustín”.
“Amo el pasado. Mucho. Me puedo apegar mucho al pasado, me es muy difícil soltarlo. Me fascina el futuro. Soy obsesivo en todo sentido: a nivel de tecnología, a nivel de lo que va a suceder. Creo que si algún día nos pueden llegar a digitalizar el cerebro sería el primero en hacerlo. Entonces ahí hay una contradicción muy grande y eso solo se puede resolver en la mitad.
Por otro lado, yo toda la vida he sufrido una condición. Cuando era pequeño no sabíamos qué pasaba, yo salía corriendo y me desmayaba. Me mareaba mucho, no servía para los deportes. Para mí ha sido muy difícil existir. Yo me he sentido viviendo en una nave defectuosa toda la vida porque mi mente va a otra velocidad: quiero estar haciendo cosas y de repente no soy capaz. Entonces me toca aprender a parar y dejar que el tiempo pase. A mí eso me vuelve loco. Pero es ese juego de paciencia constante.
Yo chiquito hacia pirámides de cartas en medio del viento para que se cayeran y la idea era lograr armarlas hasta el final porque era muy impaciente. Entonces decía yo: ‘¿Cómo me puedo enseñar paciencia?’, y llenaba cuadernos enteros de círculos y cuadrados. Por eso lo que más odio es lo que más hago, porque es una forma de limarte, no buscar esa cosa en la que tú te sientes cómodo, sino buscar ese lugar donde puedes mejorar, aunque muchas veces no lo hagas. Ahí hay una lucha entre querer hacer mucho, pero no poder; querer hacer de todo, pero no tengo tiempo; tener que medirme mucho en todo lo que voy a hacer.
El tiempo se vuelve una cosa crucial, porque el tiempo es aquello que me está persiguiendo porque me quiere matar, pero también en el tiempo que viene estarán esos proyectos que puede que salgan o no. El tiempo pasado es todo eso maravilloso, que uno ve y de una u otra forma uno venera”.
“Yo creo que sí. Yo te diría que no, pero no sería justo conmigo mismo porque hay muchos proyectos que han surgido después de muchos años de trabajo. O sea, yo estoy planeando cosas a 10, 15 años. De repente hay cosas que están surgiendo ahora, pero son ideas de hace muchos años. ¿Yo cómo hago una obra? Por ejemplo, hoy hago dibujos y bocetos, y estoy llenando libretitas todo el tiempo con dibujos lindos, feos, horribles, los que escondo, los que no dejo que nadie vea, de todo tipo, porque todas esas ideas son importantes. Débora Arango fue la que me enseñó que nunca rompiera nada y yo le hice caso. No porque le creyera -porque no le creía-, lo hice por quién era ella. Yo siempre me doy la oportunidad, así no crea en mí. Esos dibujos que hago ahorita se quedan guardados y yo estoy todo el tiempo retomando dibujos antiguos. Últimamente me he dado cuenta de que casi siempre son ideas viejas las que ejecuto hoy en día. Ahí se genera otra cosa con el tiempo. Es como cuando una persona toca piano a cuatro manos: es el Joaquín del pasado trabajando con el Joaquín del presente para hacer una obra en el futuro”.
“Cuando yo estaba muy chiquito me metí a clases de joyería porque estaba obsesionado con hacer un huevo de Fabergé. Nunca lo hice, pero fue un primer acercamiento con la escultura. Después estaba la Enciclopedia Salvat del Arte Colombiano que veía con algunos amigos. Íbamos llamando artistas y la idea era ir a visitarlos, tomarnos una foto, sacarles un boceto. Hubo algunos que nos dijeron que no, otros se pusieron muy bravos y a otros los convencimos. Al pobre Fernando Botero le monté la perseguidora en el lobby del hotel Dann Carlton por cuatro horas para que me firmara unos afiches. Cuando llegó, no me los quería afirmar y yo le dije: ‘Cómo es posible que usted vaya a jugar con las ilusiones y esperanzas de un joven. Me va a deprimir y me va a traumatizar’. Le puse el lapicero en la mano y le dije: ‘Firme’. Lo tengo hasta el día de hoy en la casa de mi papá. Entonces era rico porque al conocer tantos artistas y tantas cosas hay algo que te queda, pero eso yo lo hice como admirador. Ellos me hablaban y me decían: ‘Tú hablas como artista, ¿por qué no te vuelves uno?’. Incluso Sophia Vari me dijo que por qué no lo intentaba. Me impulsó tanto que la próxima vez que los vi, les regalé un dibujo. Me da mucha vergüenza: aún tengo la foto y la edité para quitarle el dibujo. El caso es que ha sido una búsqueda así muy sincera. Cuando llegó la hora de salir del colegio yo no le había dicho a nadie qué era lo que quería hacer, todo el mundo creía que yo me iba a dedicar a las computadoras. Pero sorprendí a mis papás y les dije que iba a dedicar al arte, a lo que ellos respondieron que debía irme a estudiar a Estados Unidos. Me negaron la visa, entonces llamé a David Manzur para convencerlo de que me enseñara. Él aceptó y una de las condiciones de mis padres para hacer eso fue que me debía inscribir a una universidad, entonces comencé a estudiar en Los Andes”.
“Fue chévere la mezcla porque la Universidad de los Andes es muy conceptual, de un corte contemporáneo, muy negándose a sí mismo el pasado. A ti te enseñan del impresionismo para adelante; de ahí para atrás te dicen que nada vale la pena y me tocó escuchar eso varias veces eso.
De hecho, he pensado en eso desde que salió la nueva edición de Lo que no tiene nombre de Piedad Bonett. No he sido capaz de leerlo. A su hijo le quedó muy marcado una clase donde decían que la pintura murió. Yo me acuerdo qué clase fue, porque estuve en la misma y a mí se me hacía ridículo lo que estaba diciendo el profesor. Él fue uno de esos que yo busqué después y cuando me enteré de su muerte, me dio muy duro porque dije: ‘Qué tal si me hubiera acercado y le hubiera dicho que lo admiraba y me gustaba lo que hacía’. Además, que en el libro aparecen algunos de los cuadros que él pintó cuando estábamos en clase. Se me hace tan raro y a mí ese tema me toca muy duro. Por eso te digo que, a la larga, la obra mía termina siendo muy personal. Por eso a veces cuando me preguntan qué significa alguna pieza muchas veces prefiero mentir en vez de contar ciertas realidades y sentimientos. La pandemia me ayudó mucho a abrirme, porque yo creo que en esa época todos nos volvimos vulnerables y quisimos hablar un poquito de eso”.
“Sí y yo creo que mis obras tienen mucho de eso. Esa cosa entre frágil y duro, entre miedoso y delicado, entre lo orgánico y lo industrial. A mí me encanta estar jugando entre todo eso”.
“Te lo explico con un ejemplo. Eso lo utilicé en el Museo Santa Clara, donde lo que hice fue generar unas especies de confesionarios en la antigua nave de la iglesia. Puse unos computadores donde la gente podía escribir lo que quisiera, un secreto, una confesión, lo que sea. Entonces después eso se convertía en un poema hecho por una monja clarisa de la época dorada de la literatura española; ese poema luego se convertía en video y ese video se proyectaba en unas pantallas que había dentro de la iglesia. El poema, por su parte, se metía dentro de un audio que empezaba a reverberar en las paredes. Entonces había esa mezcla de secreto, de intimidad, fragilidad, todo con la ayuda de esas herramientas tecnológicas.
Al principio, la exposición te despierta ese morbo por querer escuchar lo que el otro decía, pero que al final de la exposición ya son tantas voces las que suenan que parece una oficina llena de gente. Lo que inició como un espacio íntimo y meditativo terminó como un infierno, que es lo que pasa cuando entre nosotros guardamos tantas cosas”.
“Es muy miedoso. Prefiero reemplazarme a mí mismo a que me reemplacen y yo creo que, en parte, por eso estoy haciendo lo que hago. Digamos que ahora todo eso está muy en pañales debido a la pereza y a que no hay más gente metida. Pero podría decir que se vienen cosas muy interesantes. A mí se me hace que el ser humano es un poco soberbio cuando dice: ‘A mí no me van a reemplazar’. Ese es el ego hablando porque sí se puede y probablemente van a generar cosas mucho mejores que muchas otras personas. Sobre todo, porque esas inteligencias es como si contuvieran el inconsciente colectivo de la humanidad en un solo lugar. Eso es muy triste y dice Yuval Noah Harari que es deprimente que sean los computadores los que nos van a conocer primero a nosotros mismos. Todo esto es muy miedoso. Es completamente aterrador y fascinante”.
“En la cabeza tengo un par de cosas. Primero, a mí me interesa mucho trabajar duro para volverme un mejor artista. Dos, yo soy excesivamente curioso. Tres, me gusta viajar. Entre mejor artista sea y mejor me vaya, más me van a dejar viajar y más me van a dejar meterme en lugares donde no debería estar y cuando digo eso me refiero a bodegas de museos o casas de coleccionistas. Yo soy amante del arte y de la tecnología. Ambas cosas me interesan muchísimo y creo que uno se nutre mucho, sobre todo de los viajes. Si tú viajas y no cambias, ¿para qué viajas? Si yo voy a México y no me vuelvo un poquito mexicano, ¿para qué estuve en México? Si yo voy a España y no me volví un poquito español, ¿para qué fui allá? Todo en la vida tiene un precio y, de repente, hay algo de tu identidad que se desvanece. Lo más posible es que un día me mire al espejo y diga: ‘¿Quién carajo soy?’ Pero es lo que me gusta. Es absorber lo mejor de cada cultura y averiguar cómo puedes dejar ir lo malo. Entonces lo que yo veo son muchos viajes, con muchas exposiciones por fuera, ojalá todas en paralelo. Para mí el arte existe como en una especie de cuarta dimensión por encima de todo, del tiempo y del espacio. El arte debería poder hablar de alguien de hace 2.000 años y poder hablar con alguien dentro de 2.000 años.
Cada exhibición es una excusa para poder volver a ese lugar fascinante, a ver qué puedo aprender y uno de esos lugares fascinantes es este. Para mí venir a Medellín, mi casa, es fascinante y, además, venir y tomarme el Palacio es increíble. Este lugar ha sido mío todos estos días y eso para mí es un privilegio. Es lo que quiero seguir haciendo, tomarme lugares. Qué rico algún día soñar y tomarme el Museo de Antioquia, no lo sé, pero que rico poder soñar”.