No se me ocurre mejor imagen para hablar del concierto de Ferxxo del siete de diciembre en el Estadio Atanasio Girardot que el de un zeppelin que comenzó su travesía de tres horas con brío, pero que con el paso de los minutos se desinfló. La introducción fue soberbia –una banda sonora de cantos gregorianos con visos apocalípticos y un video animado con un carro de fantasía arrastrado por rottweilers–, tras de la cual el cantante en carne y hueso apareció en las pantallas de una estructura tubular de varios pisos puesta en la mitad de la cancha. Lleno casi por completo, el estadio se transformó en un rugido, se movió al ritmo del Alakran, una canción del álbum Ferxxocalipsis, cuyo comienzo dice: “La’ chimbitas, ¿a ver, dónde están?/Que pelen la’ nalguita como chin-chan”.
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Desde ese instante, vestido con gorra con la visera hacia atrás, camisa negra de mangas largas, jean hasta arriba de las rodillas y tenis, Ferxxo corrió y corrió y corrió por el escenario de 360 grados. En esos primeros minutos los juegos pirotécnicos y las luces crearon la sensación de un evento impresionante. Pasaron las canciones 50 Palos, Chimbita, Lady Mi Amor y Castigo. Ferxxo siguió la maratón, con breves respiros para mover las caderas ante un público que lo vitoreaba. En tarima lo acompañaban una cantante –que en la parte acústica del concierto presentó como la representante de las chimbitas de medallo– un guitarrista y otro tipo cuyo papel en el show nunca quedó del todo claro.
En un momento de la primera parte del show, Ferxxo se detuvo, sacó un buñuelo de una bolsita amarrada a los pasadores del pantalón, lo mordió y le agradeció a la gente estar ahí un siete de diciembre, y luego... sí, corrió más. Detengo el resumen para fijar la atención en algo que esta charla con el público reveló a quien la quisiera mirar. O, mejor, oír. Ferxxo machaca la partícula Mor. A veces esa contracción verbal parece una coma o un punto seguido. Tan a menudo la usa que algo que proviene del lenguaje vivo, de la calle, se convierte en una muletilla puesta en el discurso para diluir las fronteras entre quien está arriba del escenario y fue uno de los músicos más escuchados en 2024 en Spotify y la gente de las gradas, los palcos o la gramilla. Puestos en este punto, lo malo de las muletillas es que una vez se detectan se agigantan hasta desplazar al resto de las palabras. Al oírsela tantas veces, una pregunta asomó: ¿de verdad él habla así?
A primera vista la pregunta parece caprichosa. ¿En realidad importa cómo habla un cantante? Confieso que estoy en el grupo de los que piensan que sí importa, y mucho. Con esto no digo que los cantantes deban hablar con las florituras de los políticos –gracias a dios no lo hacen–, ni el rigor de los lingüistas, pero sí deben comunicarse con su público con la espontaneidad de la vida. El lío del Mor de Ferxxo es sencillo: estoy casi seguro que Salomón Villada Hoyos –el nombre civil del reguetonero– no habla como habla Ferxxo. La sospecha surge porque nadie lo hace. No tengo pruebas, pero sí una intuición apuntalada por el también excesivo uso de la expresión let’s go. Este léxico parodia el lenguaje de los neas y de las chimbitas. Pareciera que detrás hay un libreto para vender gafas, chalecos, pantalones cortos. ¿Y la magia del arte? Por ningún lado.
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Si lo visto arriba del escenario es el resultado de un libreto, ¿los conciertos de este tipo pueden ser experiencias estéticas? La mera formulación de la pregunta me hace sonrojar por la candidez que destila. Este concierto es una experiencia similar a la de la discoteca, pensada para el cortejo del baile nalga contra pelvis y no para recibir las descargas eléctricas de una suite de Vivaldi, de un solo de guitarra de David Gilmour, de una estrofa de Gambeta o de Neil Young, del sabor de Fela Kuti, del desgarro de Amy Winehouse o del virtuosismo de Rosalía. Voy a saltar la cerca de la prudencia al decir que en los conciertos de reguetón importan más las pintas de la gente, la pólvora y el espectáculo que la música. Son conciertos para gente que pasa de la música. Entonces, ¿todo el reguetón es de este corte? No. El abayarde, de Tego Calderón, y El Madrileño, de C. Tangana, demuestran que la música urbana puede hablar del hastío, de las cuestiones raciales, de los amores marchitos sin abandonar el lenguaje y la puesta en escena de las calles.
¿Y qué tiene que ver esto con el concierto de Ferxxo? Todo. Quien ha escuchado una canción de él ya las ha escuchado todas. Todos sus temas reciclan los asuntos de las mujeres curvilíneas, del consumo de drogas recreativas para hacer más fogosa la rumba. El mundo de las canciones de Ferxxo es el de las discotecas. Nada más tiene espacio ahí. Ni el dolor ni la guerra ni la muerte. Tampoco la vejez. En líneas generales, es una música que no se interesa por el mundo. Lamento decirlo, pero la misma opinión cobija los trabajos discográficos de J. Balvin, Maluma. Todo esto lo pensé mientras Ferxxo hacía subir al escenario a DFZM, a Fernando González y a un etcétera de músicos que no llegué a ver. Al final, para evitar las congestiones en el metro y por la certeza de que el show no tendría puntos de giro, decidí salirme del Atanasio Girardot entre tanto la gente se tambaleaba, no sé si por el denbow o por los litros de guaro bebidos desde las cuatro de la tarde.