Revelan fragmento de la biografía de Wilson Manyoma que el músico conoció dos meses antes de morir

La música salsa, la música colombiana está de luto con la partida de Wilson “Saoko” Manyoma, una de las voces inconfundibles de la salsa en el país, quien partió este jueves 20 de febrero a la edad de los 73 años en su natal Cali, dejando un legado imborrable en la memoria musical de Colombia.

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Desde sus inicios en Cali, su paso por Fruko y sus Tesos y su consolidación como una de las grandes figuras del género, Wilson dejó para la historia más de 300 canciones grabadas en 53 años de carrera artística.

Desde el año 2021, con el respaldo de la Fundación Color de Colombia, Andrea Barraza Cabana tuvo el honor de trabajar junto a Wilson en la construcción de su biografía, Saoko: Biografía de Wilson Manyoma, leyenda de la salsa, un relato de vida en el que revivieron juntos los momentos que marcaron su carrera, sus triunfos, sus anécdotas y la pasión que siempre lo acompañó por la música.

La última vez que la autora y el cantante se vieron fue el pasado mes de diciembre de 2024, en la ceremonia del Afrocolombiano del Año en Cali.

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Aquella noche, Wilson Manyoma recibió con orgullo la entrega honorífica del libro oficial. Andrea Barraza recuerda de esa noche, que su voz, aunque aún firme, dejaba entrever el peso de los años y los quebrantos de salud que lo habían acompañado en los últimos meses. “Su aspecto reflejaba el desgaste de una vida entregada a la música, pero su espíritu seguía intacto. Se había mudado a Cali para estar más cerca de su familia, rodeado del calor de su gente”, comentó la autora de la biografía.

Como acto de memoria y homenaje a su legado, Andrea Barraza ha permitido la publicación de un fragmento de Saoko, la biografía de uno de los grandes de la historia musical colombiana.

Un pasaje del libro que transporta al lector a los inicios de los años setenta, exactamente a 1973, cuando un joven Wilson, aún con dudas sobre su futuro entre la música y el fútbol, tomó la decisión que cambiaría su destino para siempre.

Para 1973, la necesidad de conformar la orquesta y cambiar la historia de la música no podía esperar más. En Medellín, la noticia corría de boca en boca: se estaba formando la mejor orquesta de salsa que jamás hubiera existido en Colombia. Aquellas noticias llegaron hasta Cali, donde fueron escuchadas por Dagoberto Gil, un agente del F12 que se encargaba de comercializar los discos de salsa que llegaban desde Nueva York al puerto de Buenaventura.

Dagoberto, pieza clave en esta historia, era amigo y confidente de Wilson Manyoma. Al enterarse del naciente proyecto musical en Medellín, no dudó en convencer a su amigo de que debía presentarse a una audición. Pero Wilson, en ese entonces, no solo era un joven cantante con talento innato, sino también un apasionado del fútbol que había sido invitado a Bogotá para una prueba con Millonarios. En su interior, todavía no tenía claro qué camino seguir.

Sus hermanos lo ayudaron a decidir. Le aconsejaron que viajara primero a Medellín y, si no era seleccionado, aún tenía la opción de ir a Bogotá a intentar una carrera en el fútbol. Así, sin mayores expectativas, pero con la promesa de una oportunidad, Wilson hizo su maleta y emprendió el viaje.

Dagoberto tuvo que pedirle permiso a doña Esneda, la madre de Wilson, pues él aún no cumplía la mayoría de edad. Aunque vaciló por un momento, finalmente aceptó. “Ya es momento de que se gobierne solo”, dijo con resignación.

Montados en un bus de la Flota Magdalena, atravesaron la noche en un trayecto largo y silencioso. Para Wilson, ese viaje era un salto a lo desconocido. Hasta entonces, no estaba seguro de que tuviera el talento suficiente para ser la voz de una orquesta de primer nivel. Su futuro parecía estar más ligado al balón que al micrófono.

Cuando el bus llegó a Medellín al mediodía, no hubo tiempo que perder. Se dirigieron de inmediato a Discos Fuentes. En la entrada del edificio, mientras preguntaba por Fruko, Wilson llamó la atención de Rafael Benítez, timbalero de la agrupación, quien lo observó con curiosidad. “Era un pelado flaco, con afro, que vestía un pantalón con parches del Pato Donald y Mickey Mouse”, recordó Rafael. Al saber que venía a audicionar, lo condujo hasta el estudio donde estaba Fruko.

Wilson recuerda con precisión el instante en que cruzó la puerta del estudio por primera vez. Fruko, sentado al piano, le dio la espalda cuando Dagoberto irrumpió en la sala. Sin preámbulos, el maestro lo miró y le dijo:

—Cántese algo.

Wilson, aún con la incertidumbre de estar en el lugar correcto, cerró los ojos y, sin dudarlo, interpretó Tú sufrirás, una composición propia. La había escrito para una muchacha que le rompió el corazón, pero el recuerdo de aquella historia permaneció siempre como un misterio. “No puedo contarla”, dijo décadas después entre risas, “por miedo a las represalias de los hermanos de esa mujer”.

El impacto fue inmediato. Fruko quedó impresionado por la voz profunda y poderosa de Wilson, con un tono bajo, varonil, lleno de nostalgia y sabor a barrio. “Es un cultor de Ismael Rivera”, pensó al escucharlo.

Esa noche, Wilson y Dagoberto durmieron en un hotel pagado por la disquera. Al día siguiente, regresaron al estudio para una prueba con toda la orquesta. Cuando llegaron, se encontraron con una sorpresa: la canción ya tenía música. Fruko había pasado la noche trabajando en los arreglos.

Wilson no lo podía creer. Allí, frente a él, estaban los músicos listos para grabar. Fruko en el piano, Mario Rincón en la consola y toda la orquesta expectante.

Cantó una y otra vez hasta que todos estuvieron de acuerdo en que la canción estaba lista. Aquella misma noche, llegó Joe Arroyo al estudio. Era el cantante principal del disco, pero al escuchar la voz de Wilson, en lugar de mostrar recelo, lo felicitó y le dio la bienvenida.

Así nació el Wilson Manyoma, el cantante, aunque aún le faltaba un detalle: el nombre artístico.

Los directivos de Discos Fuentes insistieron en que necesitaba un apodo, como era costumbre en el mundo de la salsa. Wilson llamó a su hermano Henry, quien le sugirió “Saoko”, inspirado en una bebida de ron con coco que tomaba Benny Moré y que, según el legendario cantante, le daba la energía para darlo todo en el escenario.

El nombre fue aprobado de inmediato. En ese momento, en una sala de grabación de los estudios de Discos Fuentes nació para el mundo Wilson Saoko.

Con el disco ya grabado, Wilson firmó un contrato con la disquera, le pagaron por su trabajo y lo mandaron de regreso a Cali en avión. No hizo muchas preguntas y se fue contento por haber grabado su primer disco. Pocas semanas después la prensa de Cali anunció al nuevo cantante de Fruko y sus Tesos. En ese momento cayó en cuenta que su vida no sería igual. Ver su nombre en la carátula y escuchar su voz reproducirse en un disco, solo lo había visibilizado en el más remoto de sus sueños.

Inicialmente Fruko y sus Tesos funcionó sólo como una orquesta de estudio, es decir que no estaba radicada en la ciudad ni tenía presentaciones en vivo. Luego del éxito que fue Ayunando empezaron a ser solicitados para presentaciones y Fruko decidió armar la orquesta base en Medellín.

El primero en llegar fue Saoko. Fruko lo acomodó en un modesto apartamento en el barrio Holanda, en la comuna 15 (Guayabal). Tenía dos habitaciones, una cama vieja y una cocina improvisada donde tuvo que compartir con otros músicos de la orquesta.

Joe Arroyo fue el segundo en llegar. Tenía apenas 17 años, pero ya se había casado con su primera esposa. Joe y Saoko tenían tanto en común que conectaron instantáneamente. Joe venía del barrio Nariño, una pequeña nación africana en el cerro de la popa en Cartagena, donde aún se hablaba en lengua nativa de africanos y los niños corrían desnudos con sus vientres inflados cerro abajo; su papá también era un sinvergüenza que los había abandonado y su mamá también era una mujer de cuero duro que dejó sus manos y su piel para criar a sus hijos de la mejor manera. Joe inició su carrera cantando en los bares del Tesca, zona de tolerancia de Cartagena, rodeado de prostitutas y marineros.

Inicialmente les tocó compartir un viejo colchón en el suelo donde dormían juntos. Esta situación y sus pasados en común hizo que estos dos personajes, cada uno de una costa del país, forjarán una amistad sólida.

A esa vivienda también llegaron los trompetistas George “Saxón” Gaviria, Carlos Escobar “Pajarilla”, el pianista Hernán Gutiérrez y Gustavo García “El pantera”. Eventualmente también llegaron a vivir ahí los hermanos Villegas que tocaban la conga y bongó, el timbalero Rafael Benítez y otros músicos que estuvieron de paso en la orquesta. Fruko vivía en la casa de al lado, así que la orquesta estaba cerca y lista todo el tiempo para “formar la murga”.

Eran los mejores músicos del país, todos jóvenes, el dinero les empezó a llegar sin control, las muchachas se morían por los músicos y tenían a su disposición otras sustancias para acompañar la fiesta. Este apartamento se convirtió en el palacio de Los Tesos.

Entre Joe y Saoko nunca hubo rivalidades, por el contrario, se admiraron, se respetaron y se amaron. Wilson habla de Joe como quien habla de un hermano, se refiere a él con nobleza y los ojos le brillan al recordar a su amigo.

Después de que Joe se retiró de Fruko y sus Tesos en 1980, su carrera tomó un camino distinto al de Saoko. Su orquesta la verdad lo llevó a ser el rey de la música tropical colombiana. Aun así, cuando se le pregunta a Wilson por los caminos diferentes que tomaron ambos, él suele sonreír y responder con modestia: “la suerte del gavilán no es la misma que la del garrapatero”.

En 1983, cuando la radio anunció la falsa muerte del ídolo de Cartagena Álvaro José Arroyo González, Los Tesos inmediatamente volaron a Cartagena a comprobar con sus ojos lo que decían los medios. Al llegar encontraron a un Joe reducido; pesaba 38 kilos, había perdido el pelo, los dientes, no podía hablar; ya lo habían desahuciado. Toda su vida se vio aquejado por problemas en la tiroides, y en esa ocasión como en muchas otras, la mezcla con las drogas le declaró una sentencia de muerte.

La medicina que necesitaba para salvarse no se consiguió en ningún lado en Cartagena, los músicos Chelito de Castro y El Checo Acosta la encontraron en Barranquilla, pero entonces hacía falta la plata. Los Tesos hicieron lo único que tenían a su alcance para ayudar a su hermano; improvisaron dos presentaciones con la que reunieron el dinero para conseguir el medicamento y salvarle la vida a Joe.

Lo que sus amigos hicieron por él nunca lo olvidó. Cuando Saoko llegó a necesitar de la misma mano amiga que lo sacara de la cueva oscura donde había caído su alma, ahí estuvo su hermano. Una hermandad solo la muerte la pudo separar.

Por la transmisión de la telenovela del canal RCN El Joe, La leyenda en 2011, la carrera de Saoko tomó un nuevo aire y los teléfonos no paraban de sonar para presentaciones en Colombia y México. La última vez que pudieron sentarse a hablar como en los viejos tiempos, fue el momento antes de la última presentación en Barranquilla en junio del mismo año, en la discoteca Trucupey, en la que alternaron ambos. Joe le dijo a su amigo que buscara las formas de instalarse en Barranquilla, donde su música era bien recibida y no podía dejar la plaza sola. Ya se sentía dando su último aliento.

Esa noche en la discoteca, Manyoma caminó entre las mesas sin ser reconocido por nadie, no fue sino hasta que se montó en la tarima que la gente del lugar enloqueció y coreó al unísono Tú sufrirás y El preso.

Luego se presentaron en un concierto en el Downtown Majestic, en Bogotá. Alternaron con Hansel Camacho, Carlos Guerrero, Checo Acosta, Gustavo Rodríguez, Fruko y sus tesos, Diomedes Díaz y los actores de la novela ‘El Joe, la leyenda’.

A las pocas semanas de ese último encuentro, Wilson recibió la noticia del fallecimiento de Joe Arroyo minutos antes de abordar un avión. Sus planes inmediatamente cambiaron y en cuestión de horas ya estaba de regreso en Barranquilla dándole el último adiós a su hermano del alma. Joe le dejó un último regalo, ese día en medio del dolor de una muerte anticipada, Wilson encontró una vez más el amor. Era el último empujoncito que necesitaba para volver a cambiar su vida y reconciliarse con la ciudad que alguna vez le quitó todo.

La amistad de Joe y Saoko quedó sellada para siempre con una composición de Guillermo Sánchez Blanco, que más parece una oda a la amistad que nació en un estudio de grabación. La canción se llama El Joe y fue publicada en el 2018 por Discos Fuentes en la voz de Manyoma. En ella deja establecido que su amistad estuvo por encima de todo en el mundo; ojalá se escuche en el cielo:

Hay una nueva estrella que brilla en el firmamento

Que brilla con luz propia de magnífico esplendor

Ha dejado un legado de música en la tierra

Centurión de la noche

Bendecido por Dios.

ID externos
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