Bajo la luz rosada de un amanecer africano, un joven elefante golpea con vehemencia un árbol de acacia. Sus movimientos, casi vandálicos, podrían ser fruto de la búsqueda de nutrientes o el reflejo de una adolescencia indomable. Pero en este aparente caos reside un papel crucial: al abrir el ecosistema, permite la regeneración del entorno, aumentando la diversidad vegetal y estabilizando procesos esenciales como la captura de carbono.
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Este singular acto ilustra la premisa central del informe Los técnicos de la naturaleza, publicado por WWF, en el que se establece que cada especie, sin importar su tamaño o carisma, desempeña un papel indispensable en el intrincado tejido de la vida.
Sin embargo, el informe, más que un catálogo de funciones biológicas, es una llamada de atención sobre los silenciosos héroes de los diferentes hábitats, pues desde el imponente bisonte que moldea los pastizales norteamericanos hasta los escarabajos peloteros que mejoran la fertilidad del suelo con su labor subterránea, el documento ofrece un recorrido fascinante por los servicios ecosistémicos que sostienen nuestra propia supervivencia. “Los ecosistemas saludables necesitan poblaciones animales sanas para funcionar correctamente, y eso incluye tanto a los elefantes como a los hongos o los insectos”, explica Wendy Elliott, líder de biodiversidad en WWF.
El estudio, además, profundiza en cómo la interacción de las especies asegura el equilibrio ecológico: los calaos, con sus grandes picos, dispersan semillas que germinan en nuevas selvas; los linces regulan las poblaciones de ciervos, previniendo daños en bosques y cultivos; los comedores de plancton mueven nutrientes entre las profundidades y la superficie del océano, garantizando la productividad marina. Y cada uno de estos roles, aunque a menudo es invisible para el ojo humano, es una pieza insustituible de un rompecabezas que afecta tanto a la biodiversidad como a nuestra capacidad para enfrentar desafíos globales de la talla del cambio climático.
No obstante, la realidad es sombría. Desde 1970, las poblaciones de vertebrados silvestres han disminuido en promedio un 73%, y la sexta extinción masiva avanza silenciosa, erosionando no solo las especies, sino también los servicios que estas proveen. “Perder especies significa perder funciones. Y cuando esas funciones se reemplazan por soluciones artificiales, los costos ambientales y económicos se disparan”, señala el informe, en el que también se puede percibir que el deterioro no es siempre evidente, ya que tal y como lo esbozan, un bosque que parece intacto en una imagen satelital podría estar vacío de vida, convirtiéndose en lo que los ecólogos llaman un “bosque vacío”, incapaz de sostener su propia salud a largo plazo.
El impacto de estas pérdidas no es una reacción inmediata, como la caída de una torre de naipes. Es un proceso gradual, como un edificio que se deteriora lentamente, sostenido por parches que, aunque costosos, nunca logran restaurar su estructura original. Ejemplos de este fenómeno abundan: el uso masivo de pesticidas para suplir la ausencia de depredadores naturales, la polinización manual en ausencia de insectos, o los sistemas artificiales de defensa contra inundaciones, y cada uno de ellos no hace más que subrayar lo esencial de preservar a los “técnicos de la naturaleza”.
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Y para corroborarlo, solo hay que prestar atención. En los océanos, la desaparición de grandes ballenas ha reducido la productividad marina. En los suelos, la pérdida de pequeños mamíferos excavadores disminuye la calidad y fertilidad, afectando eventualmente la producción agrícola. Incluso en los paisajes más inhóspitos, como desiertos y tundras, las especies locales son responsables de procesos vitales que sostienen la vida. Y, aún así, muchos de estos actores permanecen en la sombra, lejos del protagonismo mediático que suelen recibir los elefantes o los tigres.
En este contexto, el informe de WWF busca equilibrar la balanza, destacando no solo las funciones ecológicas, sino también los vínculos entre la conservación y el bienestar humano, teniendo en cuenta que la pérdida de especies no es solo un golpe a la biodiversidad, es una amenaza directa a los recursos de los que dependemos para nuestra supervivencia, recursos como agua potable, suelos fértiles, alimentos, y un clima estable.
Es decir, la conservación de la fauna silvestre no debe limitarse a proteger lo que queda, sino a restaurar las poblaciones para que puedan cumplir su papel de manera efectiva, aunque el desafío no es únicamente ecológico. A menudo, las dinámicas económicas y políticas complican las soluciones. Industrias enteras dependen de prácticas que dañan los ecosistemas, y cambiar el statu quo requiere esfuerzos concertados, voluntad y, sobre todo, una comprensión más profunda de lo que está en juego. Como destaca el informe, “el enfoque debe cambiar hacia una integración real entre conservación y desarrollo sostenible, reconociendo que ambos son dos caras de la misma moneda”.
La historia del joven elefante en África es solo una entre miles. Cada especie, desde las ballenas hasta los hongos, tiene un papel único y esencial en el gran teatro de la vida, y perder cualquiera de ellas no es solo una tragedia ecológica, sino también un golpe a nuestra propia capacidad de resistencia y adaptación.
* Los animales silvestres son indispensables: Cumplen roles vitales en los servicios ecosistémicos, como polinización, regulación del agua y captura de carbono, fundamentales para el bienestar humano.
* La abundancia es clave: No basta con preservar las especies existentes; sus poblaciones deben ser suficientemente numerosas para que los ecosistemas funcionen correctamente.
* Proteger no es suficiente: Es necesario recuperar poblaciones en declive, ya que la pérdida de fauna afecta desde la seguridad alimentaria hasta el equilibrio climático.
* La recuperación es posible: Ejemplos exitosos, como la restauración de nutrias marinas en Alaska o castores en EE. UU., demuestran el impacto positivo en ecosistemas y comunidades humanas.
* Planificación y negociación son esenciales: La recuperación debe gestionarse cuidadosamente, considerando los posibles conflictos con las comunidades humanas y practicando la gestión adaptativa.
* Es una prioridad global: La restauración de especies no es un lujo, sino una necesidad para garantizar la resiliencia del planeta y nuestra propia supervivencia.
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* 80% de los árboles y arbustos son polinizados por insectos.
* El 50% del oxígeno en nuestra atmósfera es producido por fitoplancton.
* Sin polinizadores, había un 50% medos de frutas y vegetales en los supermercados.
* Las cigüeñas, alguna vez conocidas como amigas de los granjeros, pueden comer hasta 30 grillos por minuto.
* Los grandes herbívoros del Amazonas pueden transportar alrededor de 900 dólares en fósforo cada año, desde las zonas ribereñas hasta las profundidades del bosque.