En un país donde las mujeres representan una minoría en el ámbito de la ciencia, Karol Zapata se alza como un ejemplo de perseverancia e innovación. Ingeniera biológica, magíster en alimentos y doctora en biotecnología, esta paisa ha dedicado su vida a combinar el rigor científico con el compromiso social, por medio, por ejemplo, de una investigación que busca transformar comunidades en las Zonas Más Afectadas por el Conflicto Armado (Zomac) y que la llevó a ser galardonada en la edición 2024 del premio Para las Mujeres en la Ciencia de L’Oréal y la Unesco.
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Su trabajo aprovecha las propiedades terapéuticas del cannabis, tradicionalmente estigmatizado, para crear productos innovadores que puedan mejorar la calidad de vida de las personas y, al mismo tiempo, fomentar la sustitución de cultivos ilícitos en regiones vulnerables. Todo esto, bajo un enfoque liderado mayoritariamente por mujeres, buscando cerrar la brecha de género que persiste en disciplinas STEM (ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas).
En esta entrevista exclusiva, Karol comparte los retos y logros de su camino como investigadora, la visión detrás de su proyecto y la importancia de integrar a las comunidades, la ciencia y la industria en una propuesta sólida.
“Soy ingeniera biológica, magíster en alimentos y doctora en biotecnología por la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente estoy haciendo mi pasantía posdoctoral en el grupo de investigación Fenómenos de Superficie, adscrito a la Facultad de Minas de esta universidad.
Vengo de una de las comunidades más vulnerables de Medellín, en la Comuna 3, Manrique Oriente. Desde pequeña encontré en la academia una oportunidad para cambiar mi realidad y escapar de un entorno marcado por la violencia. Gracias a becas del gobierno colombiano y mucho esfuerzo, logré formarme académicamente con la convicción de que la ciencia puede transformar vidas, incluida la mía”.
“La flor del cannabis, que históricamente se ha usado con fines recreativos, contiene moléculas con propiedades medicinales, como el tratamiento del dolor. Mi trabajo consiste en inmovilizar estas moléculas en soportes específicos para crear nanocompuestos, que luego pueden incorporarse en bebidas funcionales. La idea es que el consumidor pueda acceder a los beneficios terapéuticos de manera segura y efectiva a través de productos que sean de su gusto”.
“Muchas investigaciones sobre cannabis se enfocan en productos cosméticos o alimentos, pero sin un adecuado soporte científico. Lo que diferencia mi trabajo es su enfoque integral: incluye investigación básica rigurosa, involucra a las comunidades más conocedoras de la planta y busca devolverles beneficios económicos. Además, está liderado y ejecutado mayoritariamente por mujeres, lo que no es común en este tipo de proyectos”.
“Nuestro trabajo tiene tres pilares principales. Primero, promueve el uso terapéutico de una planta que históricamente ha sido estigmatizada. Segundo, busca cerrar la brecha de género al visibilizar el papel de las mujeres en la ciencia. Y tercero, integra a las comunidades de las Zonas Más Afectadas por el Conflicto Armado (Zomac), quienes aportan su conocimiento sobre la planta y se benefician directamente de los avances”.
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“En estas regiones, tradicionalmente marcadas por los cultivos ilícitos, las comunidades tienen un conocimiento profundo sobre la siembra y cosecha de cannabis. Nuestro proyecto les da un nuevo propósito a estos cultivos, conectándolos con usos terapéuticos y legales. Actualmente trabajamos con una base de datos de empresas de zonas como el Urabá antioqueño y algunos municipios del Valle del Cauca, para que en el futuro sean ellas quienes nos suministren la materia prima para los productos finales”.
“El desarrollo de bebidas funcionales con nanocompuestos de cannabis puede ser una alternativa terapéutica para tratar dolores crónicos o agudos. A largo plazo, este tipo de productos podrían integrarse en políticas públicas de salud en Colombia. En países como Israel, los cannabinoides ya forman parte de tratamientos médicos regulados, y mi investigación busca que Colombia pueda aprovechar de manera similar este recurso natural”.
“El mayor reto inicial fue identificar las propiedades fitoquímicas de las moléculas y encontrar un material de soporte adecuado. Para ello, utilizamos cáñamo, una parte de la planta que suele ser desechada, aplicando principios de sostenibilidad. Ahora, el desafío es escalar la producción desde un nivel experimental hasta lotes de bebidas funcionales aptos para el mercado. Esto requiere recursos y avanzar en etapas tecnológicas más complejas”.
“Todo. Este reconocimiento no solo valida mi trabajo, sino que también visibiliza a las mujeres en la ciencia. Necesitamos más experiencias positivas como esta para que niñas y jóvenes vean en la investigación un camino de vida. Aunque las mujeres nos graduamos más en pregrados, somos pocas las que logramos liderar investigaciones o alcanzar puestos de decisión. Premios como este nos motivan y nos recuerdan que nuestro trabajo importa”.
“Claro, las mujeres aportamos una visión diferente al método científico y al desarrollo de soluciones. Esta diversidad de enfoques es fundamental para responder a las necesidades sociales de manera integral. Incluirnos en la ciencia no es solo una cuestión de equidad, sino de enriquecer los resultados y los procesos investigativos”.
¿Algo más que le gustaría destacar?
Quiero agradecer al grupo de investigación Fenómenos de Superficie, de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, porque detrás de cada proyecto hay un equipo comprometido. Este premio también es para ellos.
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