Durante más de treinta años Fundación Batuta ha sido –fue– un referente en la inclusión social y cultural en Colombia, en particular en lo que respecta a la atención a niños y jóvenes víctimas del conflicto armado y de la pobreza. Por más de doce años esta organización ha educado –educó– a niños con diferentes discapacidades en su centro de Moravia, uno de los 136 que Batuta tiene –tuvo– a lo largo y ancho de Colombia. La vacilación en el tiempo gramatical no es un capricho de quien escribe sino la consecuencia de la incertidumbre que por estos días vive Batuta a causa del retiro del apoyo económico del Ministerio de Cultura a su proyecto bandera, Sonidos de Esperanza. Así se comporta la realidad: tras tener listas las reporterías para una nota sobre el trabajo de Batuta, una decisión del gobierno nacional sembró la zozobra en una causa cultural de prestigio y trayectoria.
Con esto en mente, de aquí en adelante lea las oraciones en presente con el inciso de la incertidumbre.
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Carolina Rincón Ramírez, trabajadora social con especialización en derechos humanos y derecho internacional humanitario, comenzó su vínculo con la Fundación Batuta en 2021. “Vi la convocatoria, me la envió una prima, me postulé y me llamaron para hacer una entrevista. Pasaron los días y me llamaron para informarme que había sido seleccionada”, recuerda Carolina. Según ella, esta oportunidad fue muy significativa: desde sus primeras experiencias profesionales había trabajado con poblaciones en situación de discapacidad. “Ha sido muy bonito, ya que desde que hice mi práctica estuve vinculada con ese tipo de población”, agrega.
Y ha sido así porque Batuta atiende a niños y familias que han sido víctimas del conflicto armado y otras situaciones de vulnerabilidad. Según Carolina, la mayoría de los beneficiarios provienen de sectores periféricos de Medellín, entre ellos Moravia, Campo Valdés y Aranjuez. “Atendemos principalmente a personas víctimas del conflicto armado. También tenemos un porcentaje de personas vulnerables, especialmente de bajos recursos y con necesidades económicas”, explica. Esta población es diversa y presenta un amplio espectro de necesidades, incluyendo a niños con síndrome de Down, autismo y trastornos de comportamiento, entre otras discapacidades.
El trabajo no se limita únicamente a los niños; Batuta también se involucra con las familias. “Trabajamos tanto con los niños como con las familias. En el caso de los niños, realizamos un acompañamiento permanente en las clases y buscamos estrategias para que se integren a la dinámica educativa. También hacemos talleres para los padres y apoyamos con actividades de bienestar para las madres cuidadoras”, menciona Rincón sobre el enfoque integral de la fundación.
Uno de los pilares del trabajo en la Batuta es la música, utilizada como herramienta terapéutica y de inclusión social. Carolina Franco –la segunda Carolina de esta historia–, coordinadora musical del componente de discapacidad en Batuta, explica cómo funciona el programa en el centro musical de Moravia: “El trabajo musical aquí es un trabajo grupal, no se dan clases particulares. Tenemos 10 grupos, los grupos no están divididos por discapacidad, sino que tratamos de dividirlos más o menos por edades”. Franco también destaca la importancia de que la música no solo se utiliza como una actividad recreativa, sino también como una estrategia terapéutica. “En los grupos de estimulación, las clases son de música, pero también enfocadas en lo terapéutico”, explica. Estos grupos están diseñados para niños con discapacidades múltiples o parálisis cerebral, y la terapia también se extiende a los cuidadores, quienes reciben apoyo en su labor diaria.
El programa musical está diseñado para que los niños participen en clases grupales donde aprenden a tocar instrumentos de percusión sencilla y también tienen clases de canto. “Los instrumentos que se enseñan son principalmente xilófonos y otros instrumentos de percusión menor. También se trabaja con canto”, indica Franco. El objetivo es fomentar el desarrollo psicomotor y social de los niños, promoviendo su integración tanto en el ámbito educativo y en el social.
Una de las mayores barreras que enfrentan los niños en situación de discapacidad es la actitud negativa de la sociedad. En este sentido, Batuta juega un papel crucial al trabajar con las familias para cambiar esa visión y transformar las actitudes. Carolina Rincón cuenta que la fundación realiza talleres de sensibilización, donde se busca que los padres cambien las miradas que tienen de sus hijos. “Trabajamos con las familias para modificar las barreras actitudinales y que vean en sus hijos no limitaciones, sino potencialidades”, afirma Rincón. Además, en estos talleres se enseña a las familias pautas de crianza amorosa y se les brinda apoyo para mejorar las relaciones familiares.
El impacto del trabajo de Batuta en la vida de los niños es evidente para sus profesoras. Según Rincón, los resultados han sido muy positivos, con casos de niños que han superado grandes obstáculos. “He visto transformaciones significativas, como un niño con parálisis que, a pesar de sus limitaciones físicas, ha llegado a ser uno de los más talentosos del grupo”, menciona. Otros casos incluyen a jóvenes que han logrado entrar al sector laboral o acceder a universidades gracias a su participación en el programa. Además, en muchos casos, los niños han encontrado en la música una forma de rehabilitación, como en el caso de una mamá que superó problemas de consumo de sustancias psicoactivas.
Carolina Franco, por su parte, señala otro de los avances de Batuta. “El programa ha cambiado la percepción de la discapacidad, mostrando que no se trata de una enfermedad, sino de un conjunto de potencialidades. Esto ha ayudado a romper estigmas y prejuicios sociales”, subraya.
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Batuta continúa siendo un pilar fundamental en la inclusión y el desarrollo de niños y jóvenes con discapacidad en Medellín. A partir de un enfoque que combina música, terapia y apoyo a las familias, la fundación no solo promueve la inclusión social, sino que también contribuye a cambiar la percepción de la discapacidad en la sociedad. Como afirman las dos Carolinas de esta historia –Rincón y Franco– trabajar en Batuta ha sido una experiencia transformadora, tanto para los niños como para los profesionales involucrados. “Trabajar en Batuta me ha enseñado a vivir en gratitud”, concluye Rincón, reflejando el impacto positivo que esta labor tiene en la vida de todos los involucrados.