Efrén Giraldo habla de su libro más premiado

El libro Sumario de plantas oficiosas recibió el Premio Nacional de Ensayo, del Ministerio de Cultura. EL COLOMBIANO conversó con Efrén Giraldo sobre este libro, que ha merecido dos laureles, y sobre la naturaleza del ensayo, un género literario que se adapta a la complejidad del mundo actual.

¿Cuál es el equipaje básico que debe tener alguien que escriba ensayos?

“Hay dos frases que me gustan mucho. Una es de Oscar Wilde. Él dice en alguno de sus aforismos que solo se necesitan dos cosas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Entonces, yo creo que en principio esa apertura es fundamental. Y la otra es una frase que escuché en un documental a un curador de arte: ‘la intensidad siempre encuentra su medio’. Entonces yo creo que la primera recomendación al ensayista es una apertura muy universal y tiene que ver con que al ensayo todos los temas le sirven, todos los temas le cuadran, eso es lo primero. Y lo segundo es que en el ensayo domina realmente una perspectiva de honestidad personal”.

¿Qué más es necesario para escribir un ensayo?

“Lo otro que a mí me gusta señalar está dicho en el libro Cartas a una joven ensayista y es que el ensayo nunca piensa que está en un lugar definitivo. Y en ese sentido mira hacia el pasado con una actitud crítica, pero acepta que muchas cosas ya fueron pensadas y ya fueron dichas de alguna manera. Al ensayo le gusta lo que ya se pensó, lo que ya se dijo...”.

El ensayo abandona la idea de tener un enfoque definitivo sobre los temas...

“Exactamente. Y por otro lado, el ensayo tampoco tiene problema en que las cosas sean dichas de manera más definitiva, más fuerte, más concluyente después. Y en ese contexto uno podría afirmar que el ensayo, como decía el teórico Georg Lukács, es como una especie de Juan Bautista. Al ensayo no le interesa ser el Mesías, al ensayo le interesa la prefiguración, el tanteo, la intuición, y por eso muchas veces deja en manos de la teoría o de la academia llegar a las cosas más definitivas”.

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¿El ensayo tiene un lector específico? Es decir, hay gente que dice “yo solo leo novela”. Carlos Barral decía “yo solo leo poesía”...

“El ensayo es, por definición, un género monstruoso en el sentido de que es capaz, como la novela, de abarcar lo lírico, lo narrativo, lo argumentativo, lo personal, lo sentimental o intelectual. Y en ese contexto logra satisfacer muchas expectativas. Y yo creo que el ensayo es un género que les gusta mucho a las personas abiertas a todos esos registros. Lo que he visto, después de estar mucho tiempo dedicado al ensayo, es que vivimos unos tiempos muy interesantes para el ensayo. Yo creo que lo que se está viendo es que hay una apertura editorial e institucional muy importante, probablemente la mejor que hemos tenido en mucho tiempo, al ensayo literario. Me gusta mucho ver hoy en día que no hay que aclarar tanto la diferencia con el ensayo académico”.

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En el inicio de Sumario de plantas oficiosas, el libro con el que ganó usted el premio del Ministerio de la Cultura, habla de los tiempos de incertidumbres. Hablemos de la génesis de ese libro...

“No me canso de repetir que la génesis del libro es anecdótica. Quizás tengo una propensión a defender esa base narrativa y personal del libro. Pero creo que también tiene que ver con un momento de excepción. Eso también me parece importante señalarlo. Quizás no lo había dicho antes, pero creo que a tiempos excepcionales, a condiciones particularmente inestables y extrañas, corresponde un género que se mueve muy bien en la extrañeza. En la pandemia estaba preguntándome por la familia, por mis estudiantes, por mis colegas. Pensaba también en cuál iba a ser el futuro de la universidad como institución. Entonces encontrar algún tipo de escritura en ese momento de encierro tan tremendo fue una revelación. La pregunta por lo vegetal y por las plantas me cambió bastante la vida, porque fue tremendo pensar en que puede haber individuos no humanos o agentes no humanos que condicionan nuestra vida. Un virus, una planta, un hongo, un animal.

Esto me puso de frente con otra cosa, y yo creo que eso lo experimentaron muchas personas y, en parte, viene de ahí la idea. El disparador anecdótico es el árbol de Hiroshima que está en Eafit”.

En el libro usted cuenta cómo nosotros influimos en el paisaje, cómo el paisaje no es algo dado sino que es algo cultural...

“Sí, digamos que esa es una primera fuente de asombro. También hay que reconocerlo, es una cuestión de asombro para una persona que es un lego en cuestiones botánicas, porque mi relación con las plantas fue puramente vivencial. Entonces, esa idea de que las plantas pueden tener movilidad y que pueden cultivar a los seres humanos, ya ampliamente estudiada, expuesta, debatida, comprobada, a mí me producía un gran deleite. Me parece que el libro tiene un tipo de actitud de usar la escritura como un espacio de gabinete de curiosidades o museo imaginario. Entonces tener al frente dos o tres historias de movilidad de plantas fue algo que me parece interesante, sobre todo porque, más allá de la curiosidad, tenía una cuestión de fondo. Y yo creo que es la que le da entrada al libro: la pretendida superioridad que tenemos los seres humanos en esta escala de lo viviente. Y claro, entonces cuando uno ve que un árbol tiene una capacidad de movilidad, que un árbol puede usar información, y que además puede utilizar a los seres humanos para sus propios fines, resultó una cosa muy fuerte para mí.

Fue por esa época que estaba leyendo una edición que me compré de los cuentos completos de Nabokov y en uno encontré esa frase que está en el libro y es que “todos los árboles son peregrinos”. Esa frase, viniendo de Nabokov, que fue un tipo bastante interesado en las ciencias naturales, fundamentalmente en la entomología, me pareció con gran trasfondo. Y un poco ese primer ensayo del libro es el movimiento de las plantas. Eso me parece interesante porque normalmente las plantas hacen parte de la escenografía en la que nosotros nos movemos, pero me pareció mucho más interesante considerar las plantas como individuos y que nosotros fuéramos algo así como su paisaje o sus elementos”.

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Esa frase de Nabokov me recordó la imagen de Macbeth en la que el bosque se mueve. Eso me lleva a preguntarle por la tradición, por sus referentes...

“Yo tengo con el ensayo una relación de hace mucho tiempo. Mentiría si dijera que cuando estaba en el colegio el ensayo era un género de lectura obligada, porque no ha sido así. En Colombia eso está cambiando un poco. Recuerdo que desde que empecé la universidad el tipo de ensayo confesional, muy en clave de primera persona, muy en clave de relatar la historia personal, me interesó mucho. Y creo que ya cuando me ocupé del ensayo descubrí que muchas de las cosas que yo leía ingenuamente y que me gustaban mucho, tenían una condición ensayística. En esos primeros años de universidad leí a Emerson, a Thoreau, a María Zambrano, a Michel de Montaigne. He tenido varios intereses en relación con el ensayo. Por ejemplo, me ha interesado mucho la idea del ensayo imaginativo, en clave imaginativa, un ensayo que por momentos roza la ficción y uno ahí encuentra una tradición muy especial. Ahí están Borges, Lem, Piglia. De hecho, me parece que uno de los grandes hitos de la narrativa del siglo XX es esa intromisión de lo ensayístico y de lo crítico en lo ficcional”.

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