La boca bien abierta. Los ojos grandes, inyectados de adrenalina. La vena de la sien marcada por la fuerza que estaba haciendo. Seguro tenía el rostro rojo, pero no se le notaba porque lo llevaba pintado de verde y blanco.
Jorge gritaba cogido de una valla: “vamos, vamos mi verde”, mientras el bus de Nacional entraba al Atanasio Girardot por la puerta del lado sur del escenario paisa. Eran las 4:30 p.m. del domingo y parecía que al aficionado, quien se pintó el rostro desde las 7:00 de la mañana, se le iba a salir el alma de felicidad.
Pero no era el único. Junto a él había cerca de 2.000 hinchas haciendo una calle de honor en la vía que separa las tribunas sur y occidental del estadio. Todos estallaron en júbilo cuando escucharon las sirenas de las motos de la Policía que escoltaban el vehículo en que venían los jugadores.
Los futbolistas no se veían por los vidrios polarizados. Desde afuera, solo se alcanzaban a percibir algunas sombras que movían la mano adentro. Pero a los aficionados no les importó. Ellos hicieron una fiesta: saltaron, cantaron, encendieron bengalas de anilina verde, estallaron pólvora.
La fiesta empezó temprano
El recibimiento a los jugadores fue la continuación de la fiesta que vivió el Valle de Aburrá desde temprano. En barrios de Envigado, San Antonio de Prado o Itagüí cerraron cuadras, colgaron banderas, organizaron sancochos, marranadas, para ver el encuentro en familia, pues muchos no lograron boleta para entrar al Atanasio.
Quienes sí lo consiguieron empezaron a llegar al estadio desde temprano y en metro. Faltaban cuatro horas para el inicio del partido, cuando ríos de personas con la camiseta del cuadro verde empezaron a bajar cada dos, tres minutos, por la estación Estadio.
Llegaban y se unían a las filas de ingreso, que estaban muy largas. Hubo personas que empezaron a hacer la cola desde las 2:00 de la tarde para entrar temprano. Los que se demoraron un poco más en arribar debieron hacer filas que se extendieron hasta cuando el partido arrancó.
Estos se perdieron la tirada de rollos de papel desde las tribunas hacia la cancha cuando inició el encuentro. Tampoco vieron cómo la mamá de David Ospina coreaba el apellido de su hijo con ahínco desde el palco, junto a Salomé, la hija de James Rodríguez, y sus otros nietos.
En ese sector del estadio también estaban Mateus Uribe, Giovanni Moreno, Sebastián Gómez, Álex Mejía, entre otros ídolos del cuadro paisa. En la parte alta de la tribuna occidental, junto a la prensa, habían familiares de futbolistas como Jorman Campuzano, William Tesillo, Dairon Asprilla, Alfredo Morelos, que comentaban entre ellos el encuentro y se mostraban felices cada que sus familiares tocaban el balón.
En el entretiempo, algunos miembros de las familias disfrutaron de un show de luces en el que, luego de apagar la luminaria del estadio, unos drones armaron en el aire. Antes de que iniciara la segunda parte, gritaron: “fuera Petro”.
Luego volvió la emoción futbolera. La familia de David Ospina se quería enloquecer cuando el guardameta atajó el penalti en contra de Nacional. Las del resto de jugadores se abrazaron y festejaron cuando el juego acabó. Sonó el pregón verde y la estrella de fin de año se posó en los aires navideños de Antioquia.