Comenzó la donatón para que este circo no baje el telón en Medellín

Alfredo Morelos y algunos jugadores del América de Cali.

Acorralado por el desánimo y la falta de recursos económicos, hace unos cuantos años el mimo clown Carlos Álvarez pensó una última función del Circo Medellín inolvidable para quien transitara por la Avenida Guayabal a la altura del cerro Nutibara. “Planeé un performance en el borde de la vía con ataúd y velones de funeral. Luego de un rato iba a subir a la parte del circo a prenderle candela a la carpa”, cuenta Carlos, sentado en el Museo del Circo, una de las atracciones del Circo Medellín. Basta poca imaginación para percibir el impacto del acto artístico con el que Álvarez le habría puesto fin a más de diez años de su proyecto cultural. En un último momento, al ver el entusiasmo de sus compañeros de funciones, decidió no hacer el performance. Sin embargo, eso no quiere decir que los números de taquilla hayan mejorado desde entonces.

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De hecho, todo lo contrario. Por falta de público el número de funciones ha caído hasta el borde de la extinción. “Cuando comenzamos con este proyecto, al final de la alcaldía de Alonso Salazar, hicimos funciones los miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos. Ahora solo tenemos funciones los domingos a las cuatro de la tarde”, dice Álvarez. En estos años las formas de entretenimiento han cambiado sustancialmente, en particular por la irrupción de las nuevas tecnologías. “Desde finales de los noventa hasta el 2010 no me faltaban presentaciones. Cada semana tenía fiestas infantiles, empresariales, presentaciones en colegios. Ahora, a las fiestas de los muchachos llevan reguetoneros y no payasos”, afirma sin perder la sonrisa.

Las cosas no son sencillas. De los diez artistas que conforman la nómina del Circo Medellín, muchos superan los cuarenta años de edad. Hay poco interés en los jóvenes de entrar en un mundo que ha perdido el aura trashumante de antaño. También, algunos de los miembros del Circo Medellín no tienen casa propia y no ganan lo suficiente como para pensar en comprarse una. Por donde se les mire los números no dan: “Por ejemplo, la taquilla de la primera función de 2025 permitió que a los artistas les pagáramos cuarenta mil pesos. Ganan mucho más en un semáforo. Con las taquillas no hacemos ni para pagar los recibos de los servicios públicos, que son casi un millón quinientos”, dice Carlos.

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A todo esto se le suma el estrago causado en la carpa del Circo Medellín por los aguaceros con granizos de fines de 2024. En varias partes de la carpa, sobre todo en su costado posterior, los huecos son tantos que los días de lluvia el agua empantana la zona y pone en peligro a los payasos y malabaristas que pasan por ahí, rumbo a los camerinos o que se acercan al público. Precisamente, por este motivo, el Circo Medellín ha prendido las alarmas para invitar a sus funciones. Con una colecta de cincuenta millones de pesos, el Circo Medellín tendría una carpa nueva, que alargaría seis o siete años la vida de esta iniciativa cultural. “A la gente no les pedimos limosna. Le pedimos que nos contraten, que vengan al circo”, dice Carlos.

En un momento de la entrevista Carlos echa números y cae en la cuenta que este año cumple cuarenta de trayectoria artística. La pregunta sobre el cansancio de estas luchas culturales por tanto tiempo resulta inevitable. Carlos responde de inmediato que los artistas son tercos, que el circo es el espacio del encuentro con las artes vivas. Frente a la rudeza de la realidad, los planes inyectan esperanza en el ánimo. En el caso de Carlos, el sueño de una escuela de circo es un motor de su trabajo. “Queremos una escuela que les enseñe a las nueva generaciones el arte, la gestión cultural, otro idioma. Que salgan de ella listos para comerse el mundo”.

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