Así viven los 33 canteranos del DIM en la “casa de los sueños” del equipo en la sede de Itagüí

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La habitación estaba a oscuras. Su ubicación —al fondo del primer piso de una casa tipo campestre con techo de madera, un muro que daba la apariencia de balcón y sillas para sentarse— no permitía el ingreso de mucha luz.

Solo un leve destello entraba por el pasillo que llevaba desde la puerta al cuarto del fondo. Allá estaba, recostado en el primer nivel de uno de los tres camarotes repartidos a la izquierda, derecha y fondo de la habitación, Deimer Estiven Longas, arquero de 18 años que fue ascendido al equipo profesional del DIM.

Tenía el celular en la mano y unos audífonos de cable puestos. Cuando entramos junto al fotógrafo Jaime Pérez y Samuel Martínez, volante del equipo sub-17, pensamos que estaba dormido. “Longas, te buscan”, dijo el joven oriundo de la costa colombiana, quien encendió el bombillo.

El guardameta, que tenía los brazos puestos sobre la almohada y veía una serie de Netflix, se giró. Nos vio. Sonrió. Se sentó y puso unas chanclas rojas que tenía junto a la cama. Deimer era el único de los 33 jugadores que viven en la casa hogar que tiene el Medellín en su sede del Club Pilsen, en Itagüí, que estaba en su lecho y no tenía puesta la sábana roja que cuelgan todos los futbolistas en formación para dormir, tener privacidad.

Se levantó. Nos saludó con una mezcla entre amabilidad e inocencia. Samuel Martínez, a quien unos minutos atrás le estaban haciendo unas trenzas en la parte de afuera de la casa, se fue para su habitación, contigua a la puerta por la que debimos pasar para llegar a donde estaba el único joven que vive en la casa hogar que entrena con el primer equipo.

-¿No te molestamos?

-“Para nada”, respondió Deimer, oriundo de Medio San Juan, Chocó. Mientras le tomaban la foto principal de esta nota, nos contó que este es su segundo año en la casa hogar. Llegó al Medellín en 2024, proveniente de Sócrates Valencia de Pereira, uno de los mejores clubes formativos del país.

En la pared contra la que está recostado el camarote donde duerme, tiene la foto de presentación que le tomaron con el equipo sub-17 el año pasado, con su nombre abajo. La mira con orgullo. Longas fue el guardameta titular del equipo que ganó el campeonato nacional de la categoría de 2024. Fue el primer título de la historia para el Medellín. Su nivel llamó la atención de Alejandro Restrepo. El entrenador lo acercó al primer equipo en el cierre del torneo clausura. Estuvo en cancha en los calentamientos previos a los juegos contra Envigado, por la última jornada del todos contra todos, y el clásico antioqueño de la semifinal de vuelta de la Copa Betplay.

“Es algo impresionante. Uno siempre sueña con estar ahí, pero cuando lo logra es estremecedor. Ojalá pronto toda esa gente grite mi nombre, como lo hace con los compañeros”, manifestó con una sonrisa en el rostro.

Longas estuvo toda la pretemporada con el plantel profesional. Fue uno de los ocho canteranos que estuvieron en los entrenamientos de diciembre y enero. El 10 de ese mes cumplió la mayoría de edad. Ahora es el quinto arquero del club: por encima tiene a Washington Aguerre, Éder Chaux, José Luis Chunga e Iker Blanco, también canterano que ya no vive en la casa hogar.

Entrena todos los días con los profesionales, pero compite con el equipo sub-20. “En mi día a día nos enfocamos en terminar de formarme, pulir lo que me hace falta. Todos los compañeros me impresionan y aprendo mucho de ellos”. Las prácticas del primer equipo, por lo general, terminan pasado el mediodía.

Son intensas, exigentes. El cuerpo técnico corrige lo que no le gusta durante el entrenamiento. Los futbolistas terminan agotados. Se bañan y después deben ir a almorzar al restaurante industrial que tiene el club en la sede. La dirigencia realizó ese esfuerzo con la intención de “controlar” la alimentación de sus deportistas, a cargo de un nutricionista. Antes, comían en un restaurante lo que quisieran.

El almuerzo lo sirven entre el mediodía y la 1:30 p.m. En ese espacio, por lo general, se encuentran los jugadores en formación que viven en la casa hogar, con las figuras del plantel que participa en la Liga Betplay. Los últimos terminan y se van para sus casas. Longas camina poco más de 200 metros y llega a su habitación. Descansa un rato. Comparte con sus compañeros. En el cuarto donde duerme esta “Fory”, un chico de 13 años que llegó a finales del 2024 a la casa hogar y es el menor de los “hermanos” que vinieron desde otras partes del país al Equipo del Pueblo para cumplir el sueño de ser jugadores profesionales.

Deimer, al igual que sus compañeros que aún están en el colegio, dedica una parte de la tarde y el inicio de la noche para conectarse a las clases virtuales de la institución Educativa José María Céspedes, donde estudian de manera virtual.

La dinámica del colegio, según contó Nazareth Segura, un joven delantero de 17 años que nació en Tumaco, Nariño, pero llegó a las divisiones menores del Medellín hace siete años, cuando tenía once, después de que se destacara con un equipo de su lugar de origen, consiste en recibir las lecciones, leer documentos y presentar exámenes tipo formulario para avanzar de módulo.

Segura, que es loco por los tenis (tiene por lo menos diez pares debajo de su cama), también estuvo en las casa hogar que tenía el club en Belén Rosales bajo el cuidado de doña Mayra y don Ciro; luego pasó a La Floresta con doña Leicy. De allá llegó a la vivienda que hizo el equipo en el sector del estadio, que después trasladaron para Itagüí, donde vive hace dos años.

Eran las tres y media de la tarde del jueves. En el corredor externo de la casa, que tiene dos plantas, diez habitaciones, cinco baños y dos zonas con duchas, suena música. Varios jugadores estaban sentados en un muro bajito que separa el parqueadero de la vivienda.

Algunos escuchaban champeta, otros reguetón, unos más salsa. En la casa hogar del Medellín viven jóvenes oriundos del Urabá Antioqueño, como Leiner Cuesta, quien tiene 19 años y es el habitante mayor del lugar. “También tengo chicos del Valle del Cauca, Chocó, Cartagena, Santa Marta, Sincelejo, Montería. Hay de muchas partes del país”, aseguró Sandra María Torres, una mujer antioqueña que es la “mamá” de los chicos que viven en el lugar.

Lleva dos años y cinco meses cumpliendo esa labor. Vive con los muchachos de domingo a sábado cuando, al mediodía, una hermana la reemplaza. Considera que este trabajo fue un “regalo que Dios me tenía guardado”. Antes, trabajaba en restaurantes.

El último fue en el de la UPB. De allá salió en la pandemia. La contrataron en el Medellín, del que es hincha, para encargarse de que los jóvenes futbolistas cumplan las normas. Sandra debe velar por que los deportistas vayan a entrenar, coman a las horas programadas en el restaurante e ingresen al Club Pilsen antes de la hora límite.

De domingo a viernes, la hora límite son las 10 de la noche. El sábado les dan una gabela de una hora: pueden llegar máximo a las once. Quien no cumpla, debe pagar una multa de 50.000 pesos. La misma sanción tiene el que no haga aseo a la habitación.

En la puerta de cada habitación están escritos, en un papel, los nombres de los habitantes. Abajo está la referencia de qué día le toca hacer aseo a cada uno. Deben barrera, trapear. Tender la cama y mantener la ropa aseada en los clósets que comparten es responsabilidad de cada uno.

Bajo el cuidado de doña Sandra, mujer conciliadora que regaña cuando debe, estuvieron jugadores como Cristian Graciano (hoy en Deportivo Cali), Andrés Dávila (en el Cincinnati de Estados Unidos), Dávinson Estupiñán, Halam Loboa, Iker Blanco (en DIM, pagan apartamento aparte) y Jhon Montaño (en Bélgica).

El último fue la venta más costosa del DIM en el último mercado. El grupo City pagó 3 millones de euros por él. Antes de irse, dormía en la misma habitación donde ahora está Miguel Piedrahíta, un defensa de Guachené, Cauca, que dice que “mi gran sueño es ser profesional, sacar adelante a la familia y jugar en un grande de Europa”. En la casa, todos lo comparten.

Los futbolistas que viven en la casa hogar se levantan temprano. La hora en la que entrenan depende de la categoría o en la que estén. Los del equipo sub-20 tienen la práctica temprano.

Deben estar en la Marte 1, la cancha de la Universidad de Medellín, Campo Amor, Castilla o La Floresta antes de las seis de la mañana. Después de que terminan, van los sub-17, que empiezan a las nueve. Los sub-15 y menores entrenan en las tardes. Cuando los jugadores llegan, deben desayunar o almorzar en el restaurante. Si alguno no ha llegado y se cumple la hora, doña Sandra les guarda la comida.

Si alguno está lesionado, como Howell Rada, samario que sufrió un problema en el menisco izquierdo, hace terapia en la mañana. Después queda libre. En la tarde, como sus compañeros, debe ir al gimnasio a fortalecer.

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