Era la flor de Inírida. Unas 1.700 fueron dejadas sobre los asientos de quienes ingresaron al salón Amazonia el domingo en la noche, en la Zona Azul. Había desde representantes de las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta y el gabinete ministerial hasta delegados oficiales de países y periodistas de todas las latitudes.
La flor fue elegida como el logo oficial de la conferencia. “Es la primera vez que una planta es imagen de una COP de biodiversidad”, detalla Vanessa Vergara, la diseñadora encargada de plasmarla en cada rincón del lugar.
“No sabíamos que se veía de esa forma, es algo pequeño que se transforma, pero que vive y nos enseña lo valioso y místico que tiene la Tierra”, continúa la mujer africana.
El misticismo de la flor surge por la carga simbólica que guarda desde tiempos ancestrales para comunidades indígenas de Guainía y la selva amazónica, y por la forma en la que crece. Los suelos arenosos, ácidos y húmedos de las sabanas y morichales del oriente colombiano, conocidos como paraísos subacuáticos, son el sitio en el que se desarrollan.
Es paradójico porque el ecosistema es vulnerable y cambiante en el año. No todas las especies sobreviven allí. Sus tallos recios y largos son el resultado de una adaptación de años para soportar inundaciones y sequías extremas, que hacen que no pierdan su estructura.
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Dos días antes de la apertura, a 956 kilómetros, Martha Toledo coordinaba el envío de cinco decenas de flores de Inírida para el evento. Por solicitud de los organizadores, tenían que hacer un envío adicional para garantizar que todos los invitados la tuvieran.
Flor de Inírida en la COP16 Santiago Saldarriaga. EL TIEMPOElla es la representante legal y coordinadora de Akayú, una asociación ambiental que se creó en 2002 con el fin de trabajar con comunidades de Guainía para cultivar y exportar la flor.
“Nosotros no fuimos los primeros en cultivar, pero sí los pioneros en hacerlo bien sin afectar el ecosistema. Antes había personas que intentaban sembrar en cualquier lugar y arrancar la vegetación”, apunta la mujer.
Esa asociación es la única que cuenta con los permisos ambientales para producirla. En 2010 crearon Liwi —como se le dice en curripako— como plataforma organizada para comercio sostenible y protección de la biodiversidad en esta zona.
Su esposo, el coordinador de los cultivos, es miembro de los baniva (o curripako), una comunidad indígena que predomina en las selvas de la frontera colombo-venezolana.
“Fue un reto que pudiéramos tener este sembrado. Este ecosistema solo se da en el extremo colombiano y venezolano, en el punto donde comulgan la Amazonia, la Orinoquia y el escudo guayanés. Son hierbas endémicas que crecen en suelos muy pobres de nutrientes y hostiles con plantas comunes”, cuenta.
En esta zona predominan las piedras antiguas. No en vano, uno de sus mayores atractivos son los cerros de Mavecure. Durante la temporada seca, de noviembre a mayo, crece un tipo de flor, la de verano (Schoenocephalium teretifolium), y soporta las altas temperaturas. Tiene una inflorescencia (ramas del tallo) pequeña y esférica. Entre junio y octubre, por su parte, se da la de invierno (Guacamaya superba), con una inflorescencia más grande y de forma piramidal, y puede medir hasta 1,8 metros.
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Una palabra en la que enfatizaron la ministra Muhamad y el presidente Gustavo Petro en su discurso inaugural de la COP16 fue ‘eternidad’, un concepto que está ligado a que después de que se corta, se transforma en una especie de artesanía viva que no muere, se seca, se vuelve café y dura para siempre. Pero también se vincula a la cosmogonía indígena.
En la región, para el pueblo puinave, esta planta está posicionada como símbolo de amor eterno e incondicionalidad, atributos que surgieron de la historia de desikoira, que traduce ‘mujer perfumada’. Dice la leyenda que una bella princesa indígena no podía consolidar su amor prohibido y debía casarse con otro ser para mantener la estabilidad de su reino. Ante el agobio, el sujeto usó una pusana, un líquido extraído de hierbas, para intentar enamorarla.
“Esa es una pócima que a veces es buena y a veces mala, solo los abuelos son quienes saben cómo usarla”, detalla Rogelio Pérez, miembro de ese pueblo.
Los efectos del líquido y el miedo por tener que comprometerse con alguien que no amaba la obligaron a huir de su casa. Cuentan que en el camino, en medio de un ciclo de desespero y adrenalina, recogió estrellas caídas del cielo. Esas le permitieron seguir su camino hasta los cerros Mono, Pajarito y Mavecure, el sitio de donde jamás volvió a salir.
“Para nosotros la planta es el mejor ejemplo de valentía y así lo enseñamos. Es el reflejo de la vida misma y de las bondades de existir”, añade Pérez.
El sitio en el que está la flor de Inírida puede ser catalogado como una “isla de nutrientes”, según botánicos. Si bien no hay una relación directa con otras flores o árboles, sí hay una relación simbiótica con microorganismos y con el colibrí coliazul, su principal polinizador. “Es clave para la red trófica”, apunta Darío Esteban Carianil, investigador y gerente de logística de Liwi.
Quienes buscan preservarla intentan hacer un llamado para que se impulse el desarrollo sostenible de la región. “Se puede conservar un ecosistema nativo de manera responsable por medio del conocimiento ancestral”, enfatiza Martha Toledo.
DAVID ALEJANDRO LÓPEZ BERMÚDEZ
Enviado especial de EL TIEMPO
Cali
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David Alejandro López Bermúdez