“Que me estoy volviendo roquero
muchas personas me dicen.
La culpa es de Carlos Vives,
que me está descomponiendo”.
Fragmento de “Me volví roquero”,
canción inédita de Egidio Cuadrado.
“El que dio a conocer el vallenato en el mundo fue mi compadre Carlos Vives. Con el acordeón mío, modestia aparte”. Así de claro tiene Egidio Cuadrado su papel en la historia de la música colombiana.
El acordeonero de más renombre en Colombia nació hace 65 años, el 26 de febrero de 1952, en Villanueva, un pueblo de La Guajira que ha dado varios reyes vallenatos, incluido él.
Nació sietemesino. Lo sacaron del vientre de Cristina Hinojosa antes de tiempo para salvarle la vida a ella, que tenía tifo y padecía fiebres por encima de los 40 grados.
Quizá impresionado por un mundo para el que aún no estaba listo, el pequeño Egidio creció sin hablar. Como en una especie de ensayo de la prestidigitación con la que habría de ganarse la vida, se hacía entender con señas. En medio de su mudez, aprendió a escuchar. Sobre todo la música, que le encantaba.
El músico posa frente a Sebastián Jaramillo, quien lo retrató en 2017 para la revista ‘Bocas’. Sebastián Jaramillo. Revista BocasNo sabe la fecha exacta en la que empezó a hablar, pero sí recuerda lo que comió ese día: sancocho. Su mamá lo preparó para toda la familia (ella, sus cinco hijos y Agustín Cuadrado, su esposo). Egidio, tal vez molesto por que a los demás les sirvieran antes que a él, dijo desde un rincón: “La mama to lo cle (la mamá todo lo cree)”. Aunque nadie entendió qué quiso decir, su balbuceo se celebró como si hubiera ganado el Nobel. Tenía 5 o 6 años.
Su primer acordeón fue uno de papel que él armaba sacando la hoja del medio de un cuaderno grapado y plegándola en forma de fuelle, para colgársela al cuello con una cabuya de plátano.
Tiempo después, cansada de los coscorrones que su hijo Hugue le daba a Egidio por cogerle su acordeón de verdad, doña Cristina le regaló su propio instrumento. Egidio aprendió a tocar el acordeón de teclado en pocos meses, mirando y escuchando, sin profesor, sin saber nunca cómo leer una partitura.
La primera canción de su repertorio no fue un vallenato, sino la cumbia “Así soy yo”, del cordobés Aniceto Molina. Luego vinieron las rancheras de Antonio Aguilar.
Así que cuando Carlos Vives conoció a Egidio Cuadrado en Bogotá, en 1985, el flamante ganador del Festival de la Leyenda Vallenata no solo había grabado ya una media decena de discos, sino que era un músico mucho más crossover que el cantante samario.
Tal vez por eso se atrevió, unos años después, a grabar las canciones de Rafael Escalona con una sonoridad muy distinta a la tradicional, en los dos LP derivados de la serie de televisión inspirada en el emblemático compositor vallenato (fallecido en el 2009). Esa fue la primera vez que le prestó su acordeón a la voz de Vives.
La suerte quedó echada: cuando el actor y cantante quiso llevar la exitosa idea más allá de los arreglos orquestales de Josefina Severino y del universo Escalona, en un disco imprescindible que se llamó Clásicos de La Provincia, pensó en Egidio.
Desde entonces están juntos. Han hecho once álbumes de estudio, están a punto de lanzar otro y han tocado en casi todos los continentes. El acordeonero se hizo famoso y grabó con Gloria Estefan y Julio Iglesias, entre otros grandes artistas.
El año pasado, por primera vez desde la gira de Clásicos de La Provincia (1993), Egidio no pudo acompañar a Carlos Vives. Una fuerte gastritis lo tuvo tres días en cuidados intensivos en una clínica bogotana y se perdió los conciertos de Londres y París. Lo reemplazó el también rey vallenato Christian Camilo Peña, de 31 años, quien grabó en el acordeón el superéxito “La bicicleta”.
“Hasta esta hora estamos con mi compadre Carlos. Hasta cuando él diga que ya no canta más”. El que habla es Egidio Rafael Cuadrado Hinojosa, el hermano de Dina Luz, la famosa musa de Escalona; el esposo, desde hace más de tres décadas, de la vallenata Fanny Maldonado; el de las abarcas, las camisas rayadas de leñador y la infaltable mochila vacía, el hombre que hace 25 años ayudó a sentar las bases de La Provincia, la banda que revolucionó la forma de hacer y de grabar la música colombiana.
¿Qué tanto le gusta la música que hace con Carlos Vives?
Él me enseñó a tocar el rock y la balada, y a mí me gustan todas esas vainas. Ahora que estuvimos en Guadalajara (México), estaba Maná. Ellos son de allá y estaban contentos con nosotros. A Los Tigres del Norte les gusta mucho el acordeón y a mí también me gusta mucho la música de ellos… Yo antes tocaba pura ranchera.
¿En serio?
Sí. En La Guajira lo que gustaba era Antonio Aguilar, Lupe y Polo, toda esa música. Siempre me ha gustado la ranchera y aprendí a tocar el acordeón piano [que tiene teclas en lugar de botones y también es conocido como acordeón cromático]. Usted sabe que Gustavo Gutiérrez, cuando venía a Bogotá a hacerle promoción al Festival Vallenato, usaba el acordeón piano… [Toca y canta una estrofa de “Confidencias”, de Gustavo Gutiérrez Cabello].
¿Y por qué usaba ese? ¿Qué diferencia hay con el de botones, el diatónico?
Es como más romántico, más melodioso, más suave a la música, más sentimental, bohemio.
¿Y daba serenatas de rancheras allá en Villanueva?
Sí, y también con trío.
¿Cuál es su ranchera favorita?
A mí me gustaba mucho esa de Antonio Aguilar… [Canta un pedazo de “El corrido de Lucio Vásquez”]. Y las de Vicente Fernández... [Intenta un trozo de “La araña”, pero no recuerda bien la letra]. Así fue toda mi adolescencia. También tocábamos vallenato en las fiestas, pero dábamos serenata era con acordeón piano y guitarra. Yo acompañaba únicamente, no las cantaba. Y a mi compadre Carlos también le gustan. En Guadalajara, en Monterrey y en Ciudad de México cantamos “No volveré”. Y la gente vuelta loca. Yo me atrevo a decir que a mí me gustaba más esa música que el vallenato.
¿Y su vallenato favorito?
A ver… Tantos como hay… Yo les pongo el mismo amor a todos. Digamos, uno que hicimos en Clásicos... “Amor sensible”. Es de Freddy Molina y me gusta mucho, compadre, pero no tengo uno que sea mi favorito.
El músico posa frente a Sebastián Jaramillo, quien lo retrató en 2017 para la revista ‘Bocas’. Sebastián Jaramillo. Revista Bocas¿Cómo resultó viviendo en Bogotá?
Como yo nací tan enfermo, mi mamá siempre estaba conmigo y yo siempre al lado de ella. Usted sabe que, por lo general, pa la mamá nunca hay hijo malo ni feo. La adoración de las mamás son sus hijos. Cuando yo llegaba a la casa, la despertaba con “Ojos verdes”, un paseo de Alfredo Gutiérrez:
“Ojos verdes como el mar
Yo los quiero para mí
No me dejen de mirar
Porque me puedo morir…”.
Pero mi mamá se enfermó, la trajimos a Bogotá para una operación y murió en el 76. Eso me dio muy duro. La gente de Villanueva, como el compositor Poncho Cotes, me decía: “Vete a otra parte”. Entonces me vine pa Bogotá en el 77. Aquí dejé de tocar el acordeón como un año, porque me sentía mal. En esa época, Aníbal Martínez Zuleta, que era el contralor, me dio un puestecito. Aparté los acordeones y trabajé en la Contraloría cinco años, figúrese. Me la pasé bebiendo y mujereando… Y esa ha sido mi vida, compadre. Hoy estoy muy juicioso, debe ser porque uno quema esas etapas.
¿Cómo fue el camino para convertirse en Rey Vallenato?
Como todo en la vida pasa y se olvida, comencé a hacer mi conjunto con mi hermano [Heberth, fallecido en 1997]. Tocábamos mucho en fiestas y en los pueblos. Yo me presenté en el Festival de la Leyenda Vallenata en el 83 y quedé entre los finalistas. Me preparé bien. “Que de Bogotá viene un tal Egidio Cuadrado. Como que es cuñado de Escalona”, decía la gente. Cuando eso, ganó Julio Rojas. Después fui en el 84 y ganó “el Pangue” Maestre. Y en el 85, otra vez. Iba con mi hermano en la caja, un guacharaquero y yo mismo cantaba. Hasta que gané. Sin influencia, porque a mí nunca me ha gustado la rosca. Conseguirse algo de esa manera no tiene valor. Cuando gané, fue por mi propio medio. Gané con la “Puya Puyá”, que es mía:
“La puya vallenata está olvidá
porque nadie la quiere ya grabá
con la puya se alegra el festival
sin la puya no se puede ganá…”.
En ese entonces, ganaba el que el pueblo más aplaudiera y que tocara más asentadito, no como hoy. En el Festival hay muchos intereses, muchas cosas raras y como que ya no tienen en cuenta el público ni nada de esa vaina.
¿Qué tan importante es ese título en su carrera?
Para mí fue muy importante. Recuerdo que me entrevistaban en las emisoras de Valledupar: “Egidio, si llegas a ganar el Festival Vallenato, ¿qué harías?”.
“Lo primero sería llevar el trofeo al presidente y luego hacer muchas giras, dar a conocer el vallenato en muchos países”. Entonces la gente decía: “Ve, Egidio Cuadrado está loco, está meando fuera del caldero, dizque llevarle el trofeo al presidente”. Y cuando gané, lo primero que hice fue eso. Yo vivía en el barrio Santa Isabel con mi señora y mis dos hijos. El presidente [Alfonso] López, que fue uno de los organizadores del primer Festival Vallenato, junto con García Márquez, Escalona y Consuelo Araújo, me llamó, fue a la casa, estuvimos festejando y entonces me dijo: “Egidio, ¿qué quiere ahora?”. “Llevarle el trofeo al presidente Belisario, así como hacen las reinas de belleza de Cartagena, que van al Palacio”. Y así fue. Fui con mi hermano y la gente se convenció. “Caramba, ese Egidio es jodido”, decían. ¿Y por qué no? Yo pienso que esta vaina de ganar un certamen como el Festival Vallenato es tan importante que uno tiene que darla a conocer. Hay que aparecer en los medios. La primerita vez que me presenté en televisión fue con Pacheco, en Animalandia. Yo parrandeaba mucho con Enrique Santos, hermano del presidente. Él me ayudó mucho. ¿Y sabe qué decía Consuelo Araújo?: “El rey vallenato que más supo aprovechar su corona, que más se movió llevando nuestro folclor, fue Egidio Cuadrado”. Después, cuando me conocí con mi compadre Carlos Vives, acabé de rematar.
¿Cómo lo conoció?
Yo lo había visto en televisión, en la novela que él hacía con Amparo Grisales [Tuyo es mi corazón], pero más que todo a mí me gustó fue la del Gallito Ramírez. Eso fue en el 85, el año en que gané el Festival Vallenato. Una noche estaba tocando en una fiesta para los Santos –Enrique y el actual presidente–, Daniel Samper Pizano y todos ellos, que son muy “vallenatólogos”. Allá iban Julio Sánchez Cristo, Pepe Sánchez y muchos actores. Entonces llegó mi compadre Carlos con la Mencha [Margarita Rosa de Francisco]. Llevaba una chaqueta de esas que llegan abajo de la rodilla [“¡un gabán!”, le sopla alguien], y le dije a mi hermano, que en paz descanse: “Mira, Heberth, llegó el Gallito”. Terminamos de tocar y lo saludé. Al cabo de un rato, le dije: “Oiga, compadrito, venga a cantarse algo aquí”. Y recuerdo que cantó “La casa en el aire”, de Escalona, y “Ausencia”, de Santander Durán, y a mí me gustó. “Caramba compadre, usted canta es bien. De pronto nos enganchamos en cualquier momento”, le dije. Y mire las coincidencias de la vida: lo que está pa uno está pa uno.
¿Cuál fue la primera impresión que le causó?
Cuando lo vi cantando vallenato me causó mucha admiración, porque él había grabado dos long plays, de balada y rock. A él puede que le gustara el vallenato, pero no era su música preferida.
Y luego volvieron a encontrarse en Escalona…
En una parranda, me dice el doctor López: “Egidio, vamos a hacer una novela de Escalona, sobre sus canciones. Me gustaría que tú trabajaras ahí”. Y yo: “Claro, presidente”. Escalona, Consuelo y mucha de esa gente no querían que Carlos Vives fuera el protagonista. Usted sabe que uno por allá es muy regionalista. Y que el pelo largo, que él canta de todo menos vallenato… Pero pasó el tiempo y llegó el momento de hacer la novela. El director Sergio Cabrera me preguntó: “Egidio, ¿usted se sabe las canciones de Escalona?”. Y yo: “Sí, claro, yo me sé todas las canciones de Rafa”. “Bueno, para que trabaje con Carlos Vives y le enseñe las canciones que no se sepa”, me dijo. Y ahí fue donde nos comenzamos a conocer. Mi compadre demostró que sí sabía cantar vallenato, y hasta esta hora es uno de los que mejor lo vocalizan.
El músico posa frente a Sebastián Jaramillo, quien lo retrató en 2017 para la revista ‘Bocas’. Sebastián Jaramillo. Revista Bocas¿Cómo nació La Provincia?
Yo tenía mi conjunto en Bogotá y después de ser rey vallenato viajé con él a unos 20 países, porque el presidente Belisario y el presidente López me consiguieron muchas cosas. Con ese conjunto –unas ocho personas– grabamos los dos discos de la novela Escalona y hacíamos presentaciones. La canción que gustó fue “Jaime Molina”. Entonces mi compadre Carlos, un día cualquiera, me dice: “Vea, compadre Egidio, el vallenato es chévere, ¿pero por qué no le metemos batería, gaita y guitarra eléctrica al conjunto? Así sonaría más grueso, y seguro que eso no va a afectar el vallenato. Y preparamos un disco de diferentes compositores clásicos, que no sean solamente canciones de Escalona, sino de Leandro Díaz, Gustavo Gutiérrez, Emiliano Zuleta, Isaac Carrillo...”. A mí me quedó sonando, pero no me gustaba mucho. Usted sabe que uno es regionalista con su folclor. Pero comenzamos a recoger las canciones y lo hicimos. Y dio ese sonido bonito, brincadito, sabrosito. Era diferente, pero no le quitaba la cadencia ni la esencia al vallenato.
¿Cómo hizo un galán de televisión, un roquero, para convencer a un rey vallenato, a una persona campesina y tradicionalista como usted, de dar semejante salto al vacío?
Yo no lo pensé dos veces tampoco. Recuerdo que mi compadre Carlos dijo: “Bueno, aquí vamos a triunfar o a fracasar, pero vamos a hacerlo”. Uno tiene que intentar algo diferente, ser creativo. Cuando estábamos grabando ese disco [Clásicos de La Provincia] me llamaba mucha gente, porque todo mundo se enteró. “Egidio, cómo va a ser posible que tú, siendo rey vallenato, aceptes esas sinvergüenzuras. Eso es una falta de respeto pa’l vallenato. ¿Cómo vas a grabar con ese roquero mechudo? Búscate a alguien que cante vallenato”. Y yo contestaba: “Primero que todo, el vallenato no se canta con el pelo. Y segundo, esperemos que salga el disco”. Lo mejor es que, aunque nunca se había hecho, sí era vallenato porque están los cuatro aires [son, merengue, paseo y puya] y están el acordeón, la caja y la guacharaca. ¿Y qué pasó cuando salió el disco? Los músicos que nos echaban lengua empezaron a hacer lo mismo que nosotros…
¿Qué tan difícil fue ese cambio para usted?
La que se dificultó un poco para meterle el acordeón fue “Alicia Dorada”, que hacía como un son, como un reggae, pero sonaba sabroso. No grabamos como se hacía antes, que todo el grupo tocaba en vivo, sino por pistas. Ponían “Alicia Dorada”, digamos, y me tocaba a mí solo poner el acordeón… Pero usted sabe que no hay nada difícil, lo importante es que a uno le guste algo y no dejarse vencer, por muy vencido que esté.
¿Cuál ha sido el momento más feliz en todos estos años al lado de Carlos Vives?
Son muchos. Al comienzo yo me sentía muy contento porque tocábamos en todo el país. Recuerdo que los periodistas de Cali decían: “Cómo es posible que escojan un vallenato para la Feria. Eso es como si en Valledupar escogen una salsa del Grupo Niche”. Y cuando salimos a tocar en la Feria había como 50.000 personas. El vallenato en ese entonces no gustaba en muchas partes. Desde que estaba muy peladito, era la música del pueblo, la más “perrata”. Era la música de nosotros, los campesinos. Mi papá y yo cogíamos aguacate, café, toda esa vaina, y esa era la música de nosotros. La de la sociedad era de orquesta y de fiestas en clubes, donde no dejaban entrar al acordeón, ni siquiera en Valledupar. Pero “La gota fría” comenzó a romper fronteras… Hasta la grabé con Julio Iglesias. Por eso digo que tenemos un folclor joven.
¿Con quién más grabó?
Con Gloria Estefan, Fanny Lu, Kike Santander, con artistas de muchos países que querían poner acordeón. Este disco de “La gota fría” fue una locura. En Argentina, Maradona bailaba con él. Íbamos a ir al Mundial de Francia, pero el mánager cometió un error que no vale la pena recordar ya. El disco le dio la vuelta al mundo. Nos faltó fue ir por allá a la China y a Japón, ¡es que esa vaina queda muy lejos!
¿Por qué ha durado tanto con Vives?
Le damos gracias a Dios: ha sido el matrimonio más largo y aquí estamos todavía. ¿Que por qué hemos durado tanto con mi compadre Carlos? Yo diría que, primero que todo, por el respeto. Y por el diálogo, la comprensión, el amor y el deseo de hacer las cosas bien. Nos hemos comprendido y yo nunca le llevo la contraria a él. Él nos comprende, es muy buena gente, muy chévere, muy humilde, muy sano, no se le han subido los humos. Es descomplicado, habla con todo mundo, la gente lo quiere mucho. Hemos tenido buena relación por todo eso.
¿Cuál ha sido el momento más triste de estos años?
Hubo un momento en que dejamos de tocar como cuatro años. Carlos tuvo problemas con Herlinda [Gómez, su segunda esposa], no tenía mánager porque hubo problemas con Manuel Riveira, no tenía casa disquera... A mí me decía la gente: “¿Qué pasó con Carlos Vives, vive o no vive?”. Me tenían ya cansado de tanto preguntar: “¿Cómo va a ser posible que ese grupo de ustedes, La Provincia, se vaya a derrumbar?”. Y de un momento a otro fue cuando mi compadre Carlos, que estaba vuelto nada prácticamente, se conoció con Claudia Vásquez [su tercera esposa], se puso a escribir y fue cuando hizo la canción esa:
Quiero casarme contigo
Estar a tu lado
Ser el bendecido por tu amor...
Entonces volvimos a nacer.
¿Y usted qué hizo esos cuatro años?
Con mi conjunto y con La Provincia hacíamos cositas. O me iba pa una finquita de recreo que tengo en Villeta [Cundinamarca], con unas gallinitas, unos cerditos, unas vainitas ahí pa comer huevitos y sancochito de gallina, compadre. No es esa fincononona de mafioso, nada de esa vaina, sino muy humilde. Volvimos otra vez desde que hicimos “Volví a nacer”. Claudia Vásquez cogió el mando y llegó el mánager, Walter [Kolm], de Argentina. Es incansable esa mujer, trabaja mucho. Esa sí sabe pa qué es esta cuestión. Por lo general, a mi compadre Carlos siempre está apoyándolo. Eso es muy importante, la ayuda de una buena mujer que esté empujando al esposo, que era lo que no tenía Herlinda… Usted sabe cómo son esas gringas [Herlinda Gómez es puertorriqueña]. Desde “Volví a nacer” para acá estamos bien. Con ese disco de “La bicicleta” y ahora “Al filo de tu amor”, con mi compadre Carlos estamos escribiendo esas canciones chéveres. Yo alcancé a hacer varias: “Carito”, “Volver al valle”, “La llamada”… Canciones que hacíamos entre los dos. Ahora está escribiendo él solo y lo está haciendo muy bien. Yo me alegro mucho por él y porque haya trabajito.
De las canciones que ha grabado con él, ¿cuáles son las que más le gustan?
“Jaime Molina” me gusta mucho. Cuando la tocamos, todo mundo la canta y nos emociona. “La gota fría”, también. “El testamento”... Canciones que la gente recuerda mucho, “La tierra del olvido”, “Caballito”, “Qué diera”… Usted ha visto ese video con esta que vive en Estados Unidos... ¿Cómo se llama? [“¡Sofía Vergara!”, le soplan, y él toca un fragmento]. Ese son es bonito. Es muy difícil escoger, porque a todas les pongo cariño. Hago lo posible para transmitirle a la gente lo mismo que yo siento.
¿Y el álbum que más le gusta?
¿Usted sabe cuál me gusta? Tengo fe, que fue del año cuando murió mi hermano...
Y que es el disco menos exitoso de todos…
Ese es bonito, pero el primer Clásicos de La Provincia no tiene comparación.
Debe haber una canción que no le guste tocar…
“Como tú“ [del álbum El rock de mi pueblo]. Todo el grupo suena como un rock, muy chévere. No es ningún paseo vallenato, ni una puya, ningún merengue, nada de esa vaina. No es que no me guste, sino que casi no me llama la atención pa tocarlo. Y otros tantos por ahí, pero a todo hay que ponerle el mismo deseo.
¿Cuál es el mejor regalo que Carlos Vives le ha hecho?
Yo considero mucho un sombrero que compramos en Chicago [Estados Unidos] harán como unos 15 o 20 años. Siempre me acordaré de eso. “Compadrito, mire este sombrero bonito. ¿No le gusta?”, me dijo. “Listo, compadrito: me gusta”, le contesté. Recuerdo como actual que pagó 250 dólares por él y vamos a ver que cuando llego al hotel comienzo a revisarlo y dice ‘“Made in Colombia”. ¡Figúrese!
¿Esta larga relación con su compadre ha estado a punto de romperse?
En los años esos cuando no grabamos yo pensé que se iba a romper nuestra relación.
¿Cuál es la mayor virtud de Carlos Vives?
Es un tipo que no habla mal de nadie, a pesar de que muchos hablaron de él cuando comenzamos. Me reservo nombres. Él no guarda rencor con nadie. La mayor virtud de él es esa, que es todo un caballero.
¿Y su peor defecto?
Es un poquito voluble y malgeniado.
¿Quién es más malgeniado, él o usted?
Ambos. A él no le gusta que le discutan, le gusta hacer lo que él diga. “Yo voy a cantar esta parte así, este arreglo aquí. Hágame esta cosita con el acordeón, compadrito”, me dice… A él le salen vainas y yo le llevo la corriente… A veces sí le salen unas cosas chéveres, bonitas, él es muy inteligente. Mi compadre Carlos aprendió mucho de música, sabe mucho.
¿Cuál ha sido su peor pelea en todos estos años?
No peleamos. A veces, por ahí, discusiones: digamos que en un concierto estoy hablando con una fanática y descuido lo que tengo que hacer. Entonces él me dice: “Compadre Egidio, ¿qué pasó? Usted sabe que eso no es el profesionalismo, usted es el que queda mal”. Y así, pero que nos digamos palabras feas, nada de eso.
¿Hasta cuándo piensa seguir tocando?
Usted sabe que la única profesión en la que afortunadamente no importa la edad es la música. Los boxeadores se tienen que retirar a determinada edad y los futbolistas también. Ya yo tengo 65 y aquí estoy, dándole al arrugado [acordeón] hasta cuando Dios quiera. Me fascina mi música. Yo nací con esto y con esto moriré.
BERNARDO BEJARANO GONZÁLEZ
Editor del Impreso
FOTOS: SEBASTIÁN JARAMILLO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 62 - ABRIL 2017
"El rey vallenato que se volvió rockero" Entrevista con Egidio Cuadrado. Por Bernardo Bejarano. Fotos: Sebastián Jaramillo. Revista BOCASBernardo Bejarano G.
Bernardo Bejarano G.