Con la cantada victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, el saliente presidente Joe Biden ingresó a la categoría de ‘pato cojo’ o ‘pato rengo’. No es una denominación que aluda de manera irrespetuosa a la persona del mandatario demócrata, o a cierta rigidez en su andar, casi robótica, ni a su condición de evidente senilidad. Es el apelativo de una condición en el ejercicio del poder que tiene una profunda raigambre en la tradición política de ese y otros países.
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En Estados Unidos, la expresión ‘pato cojo’ o ‘pato rengo’ se les aplica a quienes ocupan cargos directivos, especialmente a los presidentes, y ya tienen sucesor. Son llamados así desde el momento en que se conoce el nombre de su remplazo y la fecha en que se produce la transmisión del poder. Si bien el resultado de las elecciones no se dará oficialmente sino en unos días, las cuentas ya no le dan a Kamala Harris para ganar. Es un hecho que Biden es ya un ‘pato cojo’ desde este miércoles 6 de noviembre hasta el 20 de enero, día en que se juramentará Trump.
Al desmenuzar la expresión, inicialmente se hace alusión a un pato que no consigue llevar el ritmo de la bandada a la que pertenece. Lo de cojo o rengo alude a las limitaciones para desempeñarse (andar) con la plenitud de sus facultades (en el caso del ave, físicas; en el caso del presidente, políticas). Efectivamente, de aquí a que entregue el poder a comienzos del año entrante, Joe Biden, de 81 años, verá reducida su capacidad para moverse en el ámbito político. Los dos meses y medio que le quedan en la Casa Blanca lo harán sentir de manera más marcada esa condición de inquilino que está a punto de desocupar el inmueble que alquiló y ya debe entregarlo, sin dilaciones, al nuevo arrendatario.
Joe Biden venía alicaído y afectó a Kamala Harris
Los niveles de impopularidad que ha alcanzado en la parte final de su gobierno son otro pesado lastre con el que debe cargar Biden como ‘pato cojo’, más la derrota de su pupila que no consiguió en pocos meses salvar del hundimiento la nave demócrata. Salvo un hecho extraordinario que requiera su intervención como jefe de Estado, el presidente Biden lucirá en estos dos meses y medio restantes de su administración ajeno a grandes decisiones, para el país y para los intereses estadounidenses en el mundo. Incluso, hay quienes, sobre todo sus enemigos, sostienen que el mandatario está así desde que renunció a su campaña para reelegirse y le cedió su aspiración a Harris.
En efecto, la deplorable condición física y mental que evidenció en el primer debate presidencial frente a Donald Trump arrojó serias dudas sobre las capacidades de Biden. El hecho de que unos días después aceptara que no podría competir con el expresidente republicano y le entregara las banderas demócratas a Harris dibujó con nitidez esa situación del pato ‘colgado’ que no consigue andar al paso de su bandada. “El corrupto Joe Biden no era apto para postularse como presidente, y ciertamente no es apto para servir. ¡Y nunca lo fue!”, fustigó Trump, aprovechando ese momento de debilidad de su contrincante.
Desde entonces, la figura de Biden pasó a un segundo plano, de no ser porque en ocasiones sirvió para dar impulso a la campaña de Harris, o porque era perseguido por periodistas que lo asediaban como jaurías tras su presa en coto de caza para lanzarle preguntas capciosas y hacerlo decir cosas que no debía. En realidad, Biden perdió influencia y el interés del público. Los ojos se posaron sobre Harris y su poderoso contendor, y el debate hoy en Estados Unidos es el rumbo que tomará el país en manos del nuevo presidente.
Pero ser ‘pato cojo’ también le otorga a Biden la particular y peligrosa posibilidad de tomar decisiones en sus últimos dos meses y medio de gobierno sin tener que enfrentar consecuencias como castigos o sanciones del electorado en una nueva elección. Otros presidentes que ya no podían ser reelegidos tomaron medidas impopulares. En tiempos recientes se recuerda lo que hizo Bill Clinton como ‘pato rengo’: en su último día de gobierno, firmó 140 perdones y actos de clemencia ejecutiva, incluidos los de dos antiguos colegas y aportantes económicos, miembros del Partido Demócrata, así como el de su medio hermano Roger Clinton Jr.
El profesor español José Ignacio Torreblanca rastreó el origen de la expresión, cuando a Barack Obama le tocó su periodo de ‘pato cojo’. El docente encontró que en 1761 se usaba en la Bolsa de Londres para describir a “un especulador que ha adquirido unas opciones de compra a las cuales no puede hacer frente”. En su blog Café Steiner, explicó que “en un mercado donde hay ‘bulls’ (toros, que apuestan al alza) y ‘bears’ (osos, que apuestan a la baja), un pato cojo aparece como alguien que no puede seguir al grupo y que, por tanto, cae víctima de los depredadores. ‘Pato cojo’ es pues la expresión coloquial […] de alguien que no paga sus deudas”. En 1926 se usó por primera vez para referirse a un presidente en EE. UU.: Calvin Coolidge (1923-1929).
La definición ha tenido variaciones con el paso del tiempo y ahora hay incluso quienes creen que no solo los presidentes de Estados Unidos, como Joe Biden hoy, son ‘patos cojos’ al final de sus mandatos. Consideran que el fenómeno se produce también en otros países, y que esa condición de ‘pato rengo’ no es aplicable solo al final de los mandatos, sino a todo el periodo presidencial, ya sea porque hay jefes de Estado que tienen muy poco margen de maniobra debido a que los que mandan son verdaderamente otros, ya sea porque simplemente no tienen la capacidad de gobernar.
Finalmente, para este tipo de presidentes que son ‘patos cojos’ durante todo su mandato queda por preguntarse, en el marco de la analogía con el ave, cuál sería la bandada de la cual andan rezagados: sus partidos políticos, que los superan en expectativas y exigencias, o las sociedades en su conjunto cuyas necesidades y demandas no son capaces de satisfacer por privilegiar el discurso antes que las ejecutorias. América Latina, a manera de corral o de estanque, ofrece como muestra varios ejemplares de estos que andan renqueando sin gobernar.