El despertar del volcán Mauna Loa en 2022, en Hawái, fue provocado por la migración de magma entre dos reservorios bajo su superficie, un hallazgo que podría ayudar a prever mejor una futura erupción.
En el mundo hay más de 1.500 volcanes activos y más de 29 millones de personas viven a menos de 10 km de alguno de ellos, según un estudio publicado en 2017.
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Desde el Vesubio (Italia) hasta el Popocatépetl en México, muchos de estos volcanes están bajo constante vigilancia.
Justo este 11 de noviembre en Colombia, el volcán San José Mulatos, ubicado en la región de Urabá antioqueño, hizo erupción, arrojando material volcánico hacia Necoclí, cerrando la vía que conecta con San Pedro de Urabá.
Diferenciar las fases de actividad intermitente de aquellas que preceden directamente a una erupción es un gran desafío.
Por ahora, los vulcanólogos solo pueden predecir una erupción potencialmente devastadora con unos días o incluso pocas horas de anticipación.
Este es el caso del Mauna Loa, el volcán activo más grande del planeta, que cubre la mitad de la isla estadounidense de Hawái, en el Pacífico, y experimentó 34 erupciones desde 1843.
La última comenzó el 27 de noviembre de 2022. Durante 13 días el volcán lanzó lava hasta 60 metros de altura, generó impresionantes ríos de roca fundida y emitió toneladas de gases volcánicos, sin causar víctimas.
Antes de esta erupción, el Mauna Loa estuvo en reposo durante 38 años, interrumpidos por varias fases de actividad sísmica intensa.
“Los niveles de alerta volcánica pasaron varias veces de ‘Normal/Verde’ a ‘Vigilancia/Amarillo’ durante este periodo, pero era difícil saber si una fase de agitación llevaría a una erupción inminente”, señalan los autores de un estudio publicado el martes en Nature.
Estos vulcanólogos estudiaron muestras de lava recolectadas tras la erupción mediante una técnica llamada “cronometría de difusión”.
Esta técnica permite estimar el tiempo transcurrido desde que un mineral, como el olivino o la enstatita, se ve modificado o se mueve en el magma.
Sus resultados muestran que, durante los dos meses previos a la erupción, un gran volumen de magma migró desde 3-5 km hasta 1-2 km por debajo de la caldera, el cráter amplio que se forma por la erupción y el colapso de un volcán.
Esto aumentó la presión en el reservorio de magma poco profundo, hasta que finalmente provocó la erupción.
Algunos instrumentos de monitoreo del volcán, que registran continuamente la actividad sísmica y la deformación del suelo, ya habían detectado señales de esta migración de magma hacia capas superficiales.También le puede interesar: Negociaciones para un acuerdo sobre pandemias en la OMS se prolongarán hasta 2025
“La agitación previa a la erupción indicaba claramente que el magma se estaba desplazando dentro del volcán dos meses antes de la erupción. Nuestro estudio permitió precisar de dónde y hacia dónde se movía ese magma”, explicó a AFP Kendra Lynn, vulcanóloga del Instituto de Geofísica de Estados Unidos (USGS), que dirigió el estudio.
Comprender el ritmo de transporte del magma en la “tubería” interna del volcán “aporta claridad a las interpretaciones de los datos de monitoreo en tiempo real”, señala la investigadora.
Al examinar una serie de erupciones en la historia de un volcán, esta técnica “también permite identificar patrones que podrían señalar desencadenantes comunes”, añadió. Su equipo trabaja en las erupciones del Mauna Loa de los últimos 200 años, con el “objetivo final de comprender mejor la fase previa a la próxima erupción”.
¿Estos desencadenantes son exclusivos de cada volcán o existen procesos comunes? “Esto aún debe demostrarse”, ya que, hasta el momento, solo 9% de los volcanes que experimentaron una erupción desde el año 1500 han sido estudiados de esta forma.
“Con un número suficiente de estudios en diferentes sistemas, creo que sería posible comenzar a clasificar los volcanes según el ritmo de transporte de su magma. Es un camino emocionante que podría avanzar nuestra comprensión de los volcanes en el mundo”, afirmó Lynn.
“La agitación previa a la erupción indicaba claramente que el magma se estaba desplazando dentro del volcán dos meses antes de la erupción. Nuestro estudio permitió precisar de dónde y hacia dónde se movía ese magma”, explicó a AFP Kendra Lynn, vulcanóloga del Instituto de Geofísica de Estados Unidos (USGS), que dirigió el estudio.
Comprender el ritmo de transporte del magma en la “tubería” interna del volcán “aporta claridad a las interpretaciones de los datos de monitoreo en tiempo real”, señala la investigadora.
Al examinar una serie de erupciones en la historia de un volcán, esta técnica “también permite identificar patrones que podrían señalar desencadenantes comunes”, añadió. Su equipo trabaja en las erupciones del Mauna Loa de los últimos 200 años, con el “objetivo final de comprender mejor la fase previa a la próxima erupción”.
¿Estos desencadenantes son exclusivos de cada volcán o existen procesos comunes? “Esto aún debe demostrarse”, ya que, hasta el momento, solo 9% de los volcanes que experimentaron una erupción desde el año 1500 han sido estudiados de esta forma.
“Con un número suficiente de estudios en diferentes sistemas, creo que sería posible comenzar a clasificar los volcanes según el ritmo de transporte de su magma. Es un camino emocionante que podría avanzar nuestra comprensión de los volcanes en el mundo”, afirmó Lynn.
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