No es común que se celebre el cumpleaños de un libro y menos que las 1.600 boletas de la fiesta, para llenar el Teatro Metropolitano, se agoten en cuestión de horas. Así está pasando con Cómo maté a mi padre, de la escritora antioqueña Sara Jaramillo.
Con ocasión del aniversario del libro, que se celebrará este martes, aprovechamos para hablar con la autora de esta obra que ha sido traducida al francés y al árabe.
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¿Cómo es esto de que le va a hacer fiesta de cumpleaños a su libro?
“Es un libro que me abrió un montón de puertas, entonces un día de trasnocho se me ocurrió que debería hacer algo por estos cinco años sobre todo porque tengo mucha conciencia de que un libro se debe a los lectores. Uno cree que con el solo hecho de publicar ya agarró el cielo con las manos y después de que publica se da cuenta de que no, que si el libro no lo compra la gente, no lo lee, no lo recomienda, no pasa nada, entonces yo quería agradecer a los lectores detrás de ese libro”.
¿Va a tirar la casa por la ventana?
“Pero no era así al principio. Inicialmente, pensamos en algo muy discreto, en una librería, invitar a un par de amigos a que leyeran cada uno su capítulo favorito, pero hay ideas que tienen vuelo propio y esta en particular sin buscarlo se la comente a otro que él se la comentó al otro y de repente todo el mundo quería participar. Llegó a oídos del Teatro Metropolitano que dijo yo quiero que sea aquí”.
Imagínese leer un libro en el Teatro Metropolitano...
“Ese era mi miedo. Yo decía, es demasiado absurdo pensar que la gente va a ir al Teatro Metropolitano a escuchar leer un libro. En las primeras reuniones técnicas en el Teatro hablábamos de cómo íbamos a iluminar para que no se notaran las sillas de atrás que iban a quedar vacías”.
Y sacaron las boletas y se las raparon...
“Eso fue sublime. Esas boletas se empezaron a distribuir un lunes y ese mismo lunes se acabaron. Eran gratuitas porque como es un regalo para los lectores decidimos conseguir patrocinadores para poder invitar a la gente”.
Le confieso que cuando leí por primera vez el título del libro: Cómo maté a mi padre me dio como brega meterle el diente...
“Esto va a sonar rarísimo, pero este libro es un hijo no deseado, yo estaba haciendo un máster y me pedían textos autobiográficos y yo pues de que iba a escribir sino del asesinato de mi papá que era algo que me había marcado profundamente. Además me di cuenta de que yo nunca había escrito de ese tema, porque para mí era muy normal que a uno le mataran el papá. En la Medellín de los 90 a todos mis amigos les habían matado a alguien en su familia. Fue una generación rodeada de mucha violencia y, por increíble que suene esto, para mí era normal. Entonces yo nunca pensé que tenía una gran historia por contar, pero como estaba en España y mis compañeros eran gente de todo el mundo yo leía mis capítulos para clase y a la gente le impactaba mucho y salíamos y me seguían preguntando y los profesores me decían esa historia está pidiendo a gritos ser contada”.
Nunca la había escrito...
“Habían pasado 28 años desde el asesinato y solo hasta ese momento entendí que sí tenía una historia que valía la pena contar y que a mí me estaba haciendo mucho bien contarla. Yo seguí escribiendo, pero para mí, porque yo decía que rico dejar esa historia en algún lado que no se nos olvide, que mis hermanos la tengan, que no se borre ese nombre, pero llegó un momento en que llegó a oídos de Angosta, que fue la editorial que lo publicó aquí en Medellín”.
La editorial de Héctor Abad...
“Y ellos me llamaron muy impactados y me dijeron esto qué es, muéstranos qué más tiene, yo les mandé todo lo que tenía que era mucho y ellos fueron como los que dijeron esto es una novela, le damos un orden cronológico, unificamos narradores, hay mucho por editar y por eso digo que es un hijo no deseado porque yo no me lo había planteado, no me imaginé que eso fuera a pasar y ese libro se publicó y fue muy bonito, porque Angosta es una editorial independiente”.
Pero el libro se lo pelearon otras editoriales...
“Ese libro tuvo muchos novios, pero yo ya me había comprometido con Angosta”.
Pero cuente, porque eso es como uno casarse con el amigo del barrio cuando le está ofreciendo el magnate matrimonio...
“En España, en el máster, había que hacer un pitch de la obra. Yo hice ese pitch y todos las editoriales que fueron la querían publicar, todas. Pero yo ya había firmado con Angosta y les dije podemos firmar pero solo los derechos para el resto del mundo y así se hizo”.
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¿Y le fue bien desde el primer día?
“Cuando me dijeron que ya se iba a publicar a mí me entró susto. Yo decía: ay, no, yo aquí hablo de toda mi familia y no les he contado que hablo tanto de ellos y con nombres propios. Pero ya no había nada para hacer ese libro ya estaba en la imprenta. Y cuando salió mi consuelo mental era que esa editorial es chiquitica, eso lo van a leer mis amigos y mi familia”.
El cálculo le salió como el de las boletas...
“Yo me fui de vacaciones y a los 20 días me llaman de Angosta y me dicen usted no sabe lo que está pasando y yo pensé ¡se fue un error de ortografía! y me dijeron: ‘No, se agotó la primera edición’. En ese momento yo entendí lo que había hecho, ya no podía retractarme, ya me tocaba asumir las consecuencias”.
Entiendo que se ha traducido hasta árabe...
“Sí. El libro ha tenido un recorrido muy lindo, en Colombia ya van 15 ediciones. ¡Que un libro en Colombia que se reimprima 15 veces es una cosa muy rara! y se han vendido derechos del libro, está en francés, en árabe, ha tenido muchos novios también para hacer películas y luego está el cariño de los lectores porque el mensaje más recurrente que yo recibo es: esa historia es mi historia, esa mamá es mi mamá, a mi papá también lo mataron”.
Eso le quería preguntar, porque quienes no han leído el libro cuando oigan hablar de Cómo maté a mi padre pueden hacerse una idea equivocada. ¿Cuenta un poco la historia del libro?
“Como dije es sobre el asesinato del papá, pero yo lo que analizo es el después de ese asesinato, porque en esa época hubo tantos tantos muertos y tanta violencia, que la gente piensa se entierra al muerto y ya la vida sigue”.
Tu papá era un abogado y al parecer alguien que él estaba denunciando...
“Exacto, sabemos que fue algo relacionado con su trabajo, pero en realidad pues en esa época eran tanto los muertos, que eso ni se investigaba, entonces nunca como que tuvimos una explicación”.
¿Cuántos años tenías?
“Tenía 11 años, mi mamá quedó viuda con cinco hijos de un día para otro, yo tengo unos hermanos trillizos que estaban muy chiquitos, y un hermano mayor. O sea la vida nos cambió en un segundo a todos, quedamos muy a la deriva. La gente piensa que uno entierra al muerto y ya se acabó el problema habiendo enterrado el muerto, y no”.
Mataban tantos que no daban abasto los que investigaban y no se sabía por qué los mataban...
“Y el problema empieza es después de esa muerte, porque claro, ya es una familia sin una figura paterna, sin un soporte económico como el que tenía, sin tranquilidad económica, y una mamá desbordada con cinco niños, además nosotros vivíamos en la finca, yo sé que es hoy en día es muy común, pero en mi época era rarísimo vivir en la finca, rarísimo”.
¿Vivían en Copacabana?
“Sí, allá nosotros éramos los raros del colegio, los que vivíamos lejos, pues yo dormía con una gallina en el cuarto y, bueno, ese mundo se trastocó por completo. Entonces en el libro yo narro el después de ese asesinato cómo transformó y cómo tocó las vidas de todos. Yo se que genera mucho morbo y mucho interés el muerto, la bala, la sangre, ay, pero yo tenía muy claro que no quería hacer esa literatura sicaresca. De hecho yo paso en un párrafo por el asesinato del papá, narró es el después y claro, como todas las familias aquí han tenido una pérdida violenta, pues resultó que la gente empatizaba mucho con eso, la gente veía ahí a su familia, veía ahí a su mamá viuda, veía a su hermano adicto o veía un montón de problemáticas”.
¿Y el título cómo apareció?
“La historia del título es muy curiosa porque yo al principio había escrito un prólogo donde detallaba el mecanismo por medio del cual yo había escrito el libro que era haber revivido al papá a través de los recuerdos, a través de las fotos, y como una arqueología mental muy grande para poder escribir. Pero luego de que yo escribí, el papá había quedado súper vivo, yo ya soñaba con él todos los días, estaba muy obsesionada”.
No lo mataste, sino que lo resucitaste...
“Sí horrible, entonces cuando terminé el libro dije lo tengo que volver a matar, o sea, yo no puedo quedarme así. Y un amigo mío que leyó el libro me dijo “Ay no, quite ese prólogo y titule ese libro Cómo maté a mi padre, entonces la Sara periodista decía qué buen título, tiene enganche, es una metáfora de la historia. Pero la Sara autora decía qué título tan crudo, a mí me daba pena decir el título. Cuando empezó el run run de que se iba publicar el libro, la gente me preguntaba cómo se llamaba y a mí me daba pena decirlo. Pero ya hoy estoy muy reconciliada con él, me alegro mucho de haberlo conservado y me parece que sí refleja el espíritu del libro”.
¿Fue una especie de catarsis para ti y, si lo ampliamos a la ciudad, una catarsis de lo que nos pasó?
“Cuando empecé me preguntaban mucho eso y yo decía no cual catarsis. A mí me parecía que la literatura no tenía que servir para nada. Pero hoy, 5 años después, tengo que admitir con toda la humildad del mundo, que sí, que el libro fue súper catártico. Yo al principio en todas las entrevistas me ponía a llorar. Yo no era capaz de hablar del libro”.
¿Habías llorado mucho cuando tu padre murió?
“Pero lloré más escribiendo el libro. He pensado mucho al respecto, porque claro la Sara de 11 años, cuando intentaba llorar, nadie me dejaba llorar, todo el mundo me quería arropar e intentaba que me olvidara de eso y yo no pude hacer ese duelo. Yo lo tenía ahí muy escondido, lloré mucho escribiéndolo y entonces, claro, fue súper catártico. Yo creo que el duelo lo hice durante la escritura”.
¿Y en esa identidad que encuentran los lectores pues ayuda también a la catarsis de ellos?
“No se me olvida algo que me dijo Héctor Abad, yo creo que a ese libro le va a ir muy bien porque el libro recorre por muchos sentimientos, o sea, en el libro uno siente tristeza, uno siente la ausencia, uno siente el silencio, uno siente la culpa, uno siente la rabia, uno siente la impotencia y es imposible que un lector no empatice aunque sea con alguno de esos sentimientos, porque lo más universal que tenemos son los sentimientos, todo el mundo siente el dolor de una pérdida de la misma manera independiente que esté aquí o en China”.
Quienes leen esta entrevista pensarán, uy no, este debe ser un libro de sacar pañuelo para llorar, y no. El libro tiene giros como el de Las cenizas de Ángela, que en medio de la tragedia salen unos giros de humor que hacen que uno se enternezca con los personajes y con todo lo que les pasa, como la vez que te comiste toda una caja completa de chocolatinas Jet y casi te mueres...
“Yo me acuerdo que en el primer borrador me había centrado sólo en la parte trágica de la historia y el libro era súper triste era una cosa impresionante. Y un día hice esa autorreflexión, sí estoy narrando un episodio muy triste de mi vida, pero mi infancia no fue tan triste, mi infancia fue una locura”.
Una familia a la que se les olvidó matricularte en el colegio. Cuenta esa historia...
“Cuando yo estaba en edad de entrar al colegio coincidió con que mi mamá estaba en el embarazo de los trillizos, un médico le dijo que era de altísimo riesgo y la mandó a vivir donde mi abuela, mi papá salía a trabajar todo el día, mi hermano ya estaba en la guardería y yo me quedé sola en la finca con la empleada. ¡Ah, yo feliz!. Yo me metía a la quebrada, yo tenía una tropa de perros, yo no tenía zapatos, yo me creía la única niña del mundo. Y un día llega una tía y se queda mirándome y le dice a mi papá ‘Sara no está como muy vieja para no estar en el colegio’, yo ya tenía como 8 años y ni guardería ni colegio ni nada”.
De los que han recontado esa historia de Medellín, tú eres la única que le ha metido algo de humor y de ternura, porque los otros son más solemnes, como que siempre vemos la muerte como algo muy solemne y yo creo que eso pues hace una diferencia...
“Tal vez no se había contado desde la vida privada de una familia que finalmente eso fue lo que yo hice. Héctor (Abad) lo había hecho en El olvido que seremos. Pero ahora esta generación, que padecimos esa violencia de los 90, que éramos niños en esa época, ya crecimos entonces y estamos contando nuestra infancia y nuestra realidad. Yo creo que este fenómeno va para va para largo porque faltan muchas historias por narrar, aquí hay muchas historias muy impactantes de esa época hay muchas familias que pasaron por cosas complejísimas”.
¿Cuál es la anécdota que la gente más recuerda de tu libro?
“El personaje favorito del libro tengo que admitir que no soy yo, es mi mamá. Todo el mundo me pregunta por ella”.
Es una mamá antioqueña, joven, ocurrente, un poco loca, un poco inventiva, un poco creativa...
“Claro, es la practicidad en pasta. La típica mujer antioqueña práctica, porque tiene muchos hijos y cuando uno tiene muchos hijos le toca volverse muy práctico. Y yo uso mucho en el libro una frase que decía mi mamá que es ‘no piense en eso’. Para cualquier problema le decíamos mami tal cosa y ella nos decía ‘no piense en eso’.
Mami me estoy muriendo...
...No piense en eso y la gente se ha apropiado un montón de esa frase, o sea hay gente que me dice ya ese es mi mantra de la vida, o me cuentan la versión de la mamá de ellos como el “hágase la boba mijita”, o sea cada mamá tenía su propia versión del ‘no piense en eso’”.
Si uno cogiera la generación anterior a la suya que empezó a narrar la violencia, un Darío Jaramillo en Cartas Cruzadas; Héctor Abad con El Olvido que seremos, y hasta No nacimos pa’ semilla de Alonso Salazar... todos fueron hombres, y ahora en esta nueva generación hay muchas mujeres, usted, Laura Mora... ¿Qué cambió?
“Me acuerdo que yo desde los 14 años decía que yo iba a ser escritora y desde entonces ya pensaba qué seudónimo masculino iba a usar para escribir: así de consciente era yo de que como mujer no iba a publicar el libro. Yo creo que ya las editoriales se dieron cuenta que estaban desperdiciando al 50% de la población, además las mujeres somos las que más leemos y hablo con absoluto conocimiento de causa porque yo he ido a más de 100 clubes de lectura y el 90% de las asistentes a clubes de lectura son mujeres”.
A los 14 años estabas pensando en un seudónimo masculino, ¿finalmente escribiste a qué edad?
“A los 40. Pues es que como desde los 14 estaba diciendo que iba a escribirla, un día dije si a los 40 no lo he hecho ya dejo de culequear con que voy a escribir una novela, porque qué pena tanta lora que he dado, y bueno cumplí, dejando algunos pelos en el alambrado, pero lo logré”.