Es un chico del campo. Y en las zonas rurales los sueños parecen más difíciles de cumplir. Por eso, no creía que podía ser futbolista profesional. “Son cosas que solo pasan en la televisión”, dijo alguna vez Júnior Santos, hoy campeón y goleador de la Copa Libertadores con Botafogo de Brasil.
Es un hombre moreno, corpulento, alto (mide 1,88 metros). Nació en Concepción de Jacuípe, municipio ubicado al interior del estado brasileño de Bahía, en 1994. Creció en medio de dificultades económicas. De acuerdo con datos del Banco Mundial, en 2002, cuando Santos tenía ocho años, la pobreza extrema en ese departamento era del 43,4%.
Por eso, para ayudar a su familia, empezó a trabajar con un tío como ayudante de albañil cuando era niño. Así ayudaba en la casa. Para distraerse, los fines de semana jugaba fútbol. Era bueno: un zurdo potente, con técnica impecable, velocidad y goles, muchos goles.
La cancha fue su refugio mientras crecía. Ahí dejaba el cansancio del trabajo, el peso de la vida. “Mi adolescencia fue muy turbulenta. Algunas cosas que creo no sucedieron por mi culpa. Pasé por cosas muy difíciles”, le dijo al diario brasileño Globo.
Su pueblo es un lugar de vocación agropecuaria. La mayoría de la gente se dedica a labores del campo. Casi todas las calles no tienen pavimentadas. Además, hace mucho calor. Por eso las personas siempre llevan chanclas. A algunos les gusta andar en caballo. Júnior era uno de ellos: en redes sociales hay una foto en la que anda en una bestia blanca, como el rocinante del Quijote, antes de ser futbolista profesional.
Una decisión de vida
Cuando Santos cumplió 20 años, en 2014, tomó una decisión arriesgada: se fue a Salvador, la ciudad más grande de Bahía, a buscar una mejor vida. Encontrar trabajo no fue difícil. Él ya tenía experiencia siendo asistente de albañil en su pueblo natal. Se dedicó a lo mismo en la urbe.
Pero también jugaba fútbol en torneos amateur. Se ganaba 50 reales por partido. Su talento impresionó. Empezó a brillar. Subió el precio de sus servicios por encuentro: pedía que le pagaran 300 por duelo. Lo hacían.
Se destacó en los campeonatos no profesionales de Salvador. Se convirtió en una “estrella”. El fútbol le empezó a dar dinero suficiente para vivir bien. Dejó el trabajo como albañil. Se dedicó solo al balompié aficionado. Cobraba 500 reales por partido. En un mes se ganaba más de 3.000 reales solo jugando sábados y domingos.
Así vivió dos años. En ese tiempo hizo muchos goles. Llamó la atención de varios equipos de tercera y cuarta división. Le ofrecieron ser futbolista profesional. Él no quiso porque solo le pagaban 800 reales al mes. Siendo la estrella del fútbol aficionado ganaba casi tres veces más.
¿Cómo llegó a ser profesional?
Parecía que ni Dios podía hacer cambiar de opinión a Santos respecto a ser futbolista profesional. En su tiempo libre, el joven iba a una iglesia y se dedicaba a leer la Biblia, reflexionar sobre religión. Un día cualquiera, en el lugar donde se congregaba, le dieron una profecía: “me dijeron que viajaría por el mundo jugando al fútbol”. No creyó. Se alejó del lugar. Siguió en el balompié aficionado.
Pero alguien de la iglesia se lo encontró en un partido. Le preguntó que en qué equipo jugaba. Respondió que en ninguno. “Estás perdiendo el tiempo. Si jugaras como profesional serías un gran futbolista”, afirmó. Eso le quedó dando vueltas en la cabeza. Por esos días –casualidad del destino–, un amigo le ofreció irse a Sao Paulo para jugar con el Club Osvaldo Cruz, de la cuarta división.
Aceptó con miedo. Lo arriesgó todo por su sueño. Cuando empezó en el fútbol profesional, solo le pagaban 200 reales. La plata no le alcanzaba para enviarle a sus hijos en Bahía y vivir en la gran ciudad. Pensó en desistir. Pero su padre, José Antonio, no lo dejó. En una conversación telefónica que tuvieron le dijo que si regresaba no le volvía a hablar.
Siguió. Jugó en Benzinha en 2017. Fue el mejor futbolista de su equipo. Un agente lo llevó a probarse en el Ituano, entonces en la cuarta división del fútbol brasileño. Mientras estaba en los test, su padre sufrió un derrame cerebral que le borró todos los recuerdos. “No vio mi éxito, no me vio convertirme en futbolista”, dijo el jugador, quien se emociona cada que habla de su viejo, fallecido en 2022.
A pesar de la dificultad, la promesa de Dios se cumplió: Júnior Santos creció como futbolista. Pasó por Ponte Preta, Fortaleza, Reysol de Kashiwa, Yokohama, Sanfrecce Hiroshima, hasta que llegó al Botafogo. Con ese cuadro, uno de los más tradicionales del fútbol brasileño, se consolidó. Cumplió varios sueños: vivir en los mejores barrios de “la gran ciudad”, algo impensado para un niño del campo, según manifestó.
También escribió su nombre en la historia del equipo: fue protagonista principal en la consecución de su primera Copa Libertadores. No solo por los diez goles que marcó, sino porque celebró el último tanto de la final contra Atlético Mineiro. Pensando en todo lo que tuvo que superar, en su padre fallecido, festejó. Por eso se quedó unos minutos tirado en el campo del estadio Monumental de Buenos Aires llorando. Y todo se vio por televisión. El sueño se cumplió.