Frente a la entrada de una típica casa de campo de dos plantas, paredes blancas, techo de ladrillo, materas colgando en las ventanas y otras puestas en el suelo, había una Van parqueada por los corredores. En la maletera, que tenía las puertas abiertas, un hombre de 1,80 de estatura estaba recostado de par en par e intentaba encajar las sillas de atrás.
Tenía ropa de estar en la casa: sudadera gris, camiseta azul, tenis blancos y una gorra con las iniciales de su nombre. De lejos, por el movimiento brusco de sus piernas, se veía el gran esfuerzo que hacía el ciclista Fernando Gaviria para meter los asientos.
—¿Qué más Fernando, todo bien?
—Parce, sí. Acá estoy ayudándole al cuñado a cuadrar esto, pero qué camello tan berraco— , dijo, sentado en el interior del vehículo y con un tornillo en la mano derecha, cuando nos saludó con el puño de la izquierda, en cuyo dorso lleva tatuado el nombre de su hijo Enzo.
Aunque la tarde del 5 de diciembre era fría en La Ceja, municipio del Oriente antioqueño del que es oriundo, él sudaba. “En un momentico les llego”, expresó. Unos minutos antes cuadramos con Felipe, su jefe de prensa, que la entrevista la haríamos sentados en un círculo metálico que sirve de chimenea o parrilla para asados, ubicado en el antejardín.
Mientras bajábamos hacia allá junto al fotógrafo Jaime Pérez, quien registró en 2012 el recibimiento en carro de bomberos que le hicieron a Gaviria en su pueblo cuando ganó dos medallas de oro en el Mundial Juvenil de Ciclismo de Pista, pensaba en que el pedalista colombiano que más etapas ha ganado (53) tiene nudillos duros, como de boxeador.
También pasaban por mi mente las palabras de doña Lina, una señora que trabaja, junto a su esposo y un muchacho joven, en las pesebreras de la finca de Gaviria y se encargan de entrenar y cuidar los caballos y la cabra que tiene: “Aquí nadie ha venido a hacerle una entrevista”.
Lo dijo con algo de picardía, complicidad. Luego manifestó que a Fernando no le gusta mucho mostrar sus cosas: “Mira que en Instagram no comparte nada”. Y es verdad. Las redes de Gaviria están llenas de fotos del ciclismo: esta victoria con Movistar, aquella otra con el UAE, una más con Quick-Step.
De su vida personal hay poco. Solo se ve una foto de Coco, una bulldog americana café que es su adoración, así como otra montando a Aquiles, un caballo que tiene hace diez años y es su consentido: únicamente lo monta él, que es un fanático de los equinos.
¿De dónde nació la pasión por los caballos?
“El gusto por ellos viene de un tío de parte de mi mamá, que siempre trabajó con caballos: hizo coleo, jugó polo y rejoneo. Casi todos los diciembres de la infancia los pasamos en la finca donde él trabajaba, y desde ahí me gustaron. Siempre me ha parecido un animal que si lo respetas, él te respeta, pero si lo maltratas, creo que te puede hacer daño”.
Lo dice con conocimiento de causa. Gaviria sabe domar “bestias”. De niño, acompañaba a Carmenza Rendón, su mamá, a la escuela donde trabajaba como profesora de educación física y se iba para la finca de un amigo y se montaba en el lomo de un cerdo.
¿Por qué lo hacía?
“La verdad no sé. Desde muy chiquito me han gustado los animales y era muy plaga. Nunca tuve la opción de tener un caballo cuando era niño, entonces donde ese amigo hacía todas las locuras (risas)”.
Y algo de loquera debía tener. ¿Por qué? Cuando una persona monta un cerdo, el animal empieza a dar vueltas con fuerza y busca la manera de tumbar a quien tiene encima, como si fuera un toro mecánico.
¿También le gustan las vacas?
“Sí. Un día saliendo del colegio me encontré una en un potrero y me la llevé para la casa”.
La puso en el jardín. Los papás no dejaron que se quedara con ella. No había espacio donde tenerla. Sin embargo, el deseo de tener una, nunca se esfumó. Es más, a futuro sueña con ser dueño de una finca llena de vacas. Algunas para ordeñarlas, otras para hacer negocios con ellas”.
De no haber sido ciclista, ¿a qué cosa se hubiera dedicado?
“Yo creo que sería administrador de empresas. Justo antes de que llegara el primer contrato con un equipo de Europa, estaba haciendo planes para hacer los Icfes y presentarme a la universidad a estudiar”.
Fernando Gaviria es un personaje curioso: tiene una personalidad fresca que algunas veces le permite hacer uno que otro chiste, pero al mismo tiempo es tímido, algo raro en un velocista, por lo general personas extrovertidas, como Mark Cavendish, o provocadoras, como Jasper Philipsen.
Sin embargo, el pedalista de 30 años tiene alma y mentalidad de sprinter: nunca puede quedarse quieto. “Cuando niño era muy plaga (inquieto). Siempre estaba preguntando, haciendo cosas. Por ejemplo, “cuando estaban construyendo el segundo piso de la casa familiar anterior, donde viví hasta los 20 años, yo me mantenía con los trabajadores montado en el techo, viendo cómo ponían las tejas”.
¿Y qué le decían sus papás?
“Yo siempre tuve la libertad de explorar el mundo. Ellos seguramente sufrían mucho porque yo llegaba con raspones, con marcas de caídas, pero al final siempre me dieron ‘rienda suelta’ para entender hasta qué punto podía llegar y asumir los riesgos a los que me tendrían que enfrentar”.
Uno de esos riesgos fue dejar que, desde que tenía ocho años y estaba en tercero de primaria, se moviera solo en bicicleta para ir a la escuela. Igual, el niño sabía hacerlo bien. Y cómo no, si en La Ceja, donde se crió, los niños no nacen con el pan debajo del brazo, sino con una bici.
Hay datos que indican que en ese municipio cada habitante tiene entre dos y tres ciclas. En el parque principal, decorado con un alumbrado navideño impresionante, vimos cientos de bicicletas amontonadas en un rincón mientras sus dueños conversaban, tomaban tinto, hacían compras.
“Yo creo que no tanto. Mi padre (Hernando Gaviria) fue ciclista amateur, entonces siempre lo vi en carreras recreativas y me generó como el deseo de ser ciclista. Lo que sí tiene el municipio es una topografía bastante plana, entonces te rinde más en bicicleta que en carro. Por ejemplo, si vas a comer un helado con los amigos, a estudiar, a comprar algo, te rinde más en bicicleta. Además, es más económico. Por eso la bici se convierte en una rutina y hace que la gente utilice este medio de transporte más que en otros municipios”.
Así, en la cotidianidad, fue como Fernando empezó a montar bicicleta. No solo iba al colegio en ella. También salía con los amigos a tomar gaseosa al parque e iba con Juliana, su hermana, de paseo. “Siempre esperábamos que lloviera para podernos empantanar, andar rápido, llegar sucios a la casa”.
Ahora, siendo profesional, tampoco le importa ensuciarse. Es más, le gustaría llegar empantanado y en primer lugar al velódromo de Roubaix, al norte de Francia, después de recorrer los 260 kilómetros de la París-Roubaix, un monumento del pedalismo mundial, conocido como “el infierno del norte”, que se anda por caminos adoquinados, destapados, llenos de polvo, y que Gaviria sueña con ganar algún día. Pero siempre se le cruza con la preparación para el Giro de Italia y le da temor que, por una caída, no pueda estar en la corsa rosa.
Aunque desde pequeño Gaviria sabe sortear los golpes de la vida. Alguna vez, cuando estaba en el colegio, salió en la noche de clase de teatro, se montó en la bicicleta, pedaleó a toda velocidad bajo la lluvia que caía, no vio que una alcantarilla estaba levantada. Se fue al suelo. Se voló dos dientes: llegó a la casa mueco.
“La verdad nunca me han dado miedo las caídas. Aunque me he caído bastante fuerte, nunca he pensado que ya no quiero volver a correr o montar en bicicleta. De hecho, caerse es algo común en todos los ámbitos. También me he caído por las escalas de la casa. Al final, aporrearse hace parte de la vida: es un traspié que tiene cualquiera. Lo importante es pararse”.
Gaviria es un hombre sencillo, familiar. Todo lo que ha logrado lo ha hecho de la mano de los suyos. En el ciclismo empezó con Juliana, su hermana. Primero lo hacían por diversión. Después salían todos los domingos con una disciplina religiosa. Sin embargo, en ese momento aún no lo veían como una opción de vida.
Es más, durante el final de la infancia y el inicio de la adolescencia, Fernando jugó fútbol, practicó baloncesto e incluso patinó con su hermana. Pero después, las bielas se robaron su atención: empezaron a entrenar todos los días, a ganar carreras. Se volvieron referentes. Les tocó asumir la responsabilidad de su talento y encaminaron su proyecto de vida en las bicis.
¿Cómo empezó en la pista y luego se metió en la ruta?
“Fue un camino largo. Aquí en Antioquia, para poder correr los nacionales juveniles, hay que hacer pista y ruta porque no pueden llevar dos equipos diferentes. Entonces siempre estuvimos enfocados en hacer bien las dos cosas e ir avanzando paso a paso”.
¿Cómo alternaba el colegio con los entrenamientos?
“En el colegio era bastante malo, entonces llegó un punto que la prioridad eran estar entrenando juicioso y pasar el año, sin que me exigieran las mejores calificaciones. Ahí me enfoqué más en el deporte y nos dio buenos resultados”.
¿Qué recuerda del Mundial de 2012?
“Ir a Nueva Zelanda fue una gran oportunidad. Tengo recuerdos muy bonitos. Ahí fue donde empezamos a tener contacto con equipos de Europa y logramos entender que se podía hacer algo grande. Además, el recibimiento en carro de bomberos por ser campeón mundial fue algo especial”.
Fernando siguió alternando la ruta y la pista. Ganó medallas de oro en juegos Suramericanos, Centroamericanos, Copas del Mundo: en 2015 fue campeón mundial del ómnium. Ese mismo año se metió en el radar del pelotón internacional.
Muchos piensan que fue luego de vencer, dos veces, a Mark Cavendish en un embalaje de la Vuelta a San Luis. Pero no. Desde antes, Gaviria ya había conversado con el Quick Step para hacer unas pruebas en Europa. Él soñaba con hacerlas antes de correr en Argentina. Desde el equipo le dijeron que mejor las realizaran después. Tuvieron razón: llegó como el chico que venció al mejor velocista del momento.
¿Eso cómo cambió tu vida?
“Primero, fue algo impresionante. Por un lado, vencer a Cavendish era algo que no pensábamos. Íbamos proyectados a ser segundos, terceros, cuartos, quintos, pero contamos con la fortuna de ganarle. Sin embargo, eso me generó la presión de ser un ‘favorito’ y me iba para Europa”.
Gaviria se fue solo para el Viejo Continente: llegó a Bélgica. Lo que más duro le dio fue el idioma: solo hablaba español, pero compartía equipo con pedalistas cuyas lenguas eran inglés e italiano. “Además, al principio me daba pena hablar lo poquito que iba aprendiendo”.
Pero contó con suerte. Su compañero de habitación era el argentino y exciclista Maximiliano Richeze, que con el tiempo se convirtió en su escudero fiel, parte del éxito del velocista paisa, un miembro más de la familia. “Sin duda, es el ciclista que más me ha marcado”. Él hablaba italiano. Le enseñó palabras. Las concentraciones se convirtieron en una escuela.
Fernando dominó ambas lenguas. También le cogió el sabor a destacarse en el pelotón. Empezó a ganar etapas en el Giro, en el Tour de Francia. En 2018 se vistió de amarillo. Fue líder de la clasificación general: “Ese, y ser campeón mundial de pista, son momentos que me gustaría repetir”.
Pero después de la “Fernandomanía” llegaron los momentos duros: no ganaba tan seguido en Arabia, de donde tiene buenos recuerdo. Tampoco con Movistar, su escuadra actual. Él lo explica por los cambios que ha tenido el ciclismo, que ha llevado a la aparición de nuevas figuras. Ahora, desde muy jóvenes, los pedalistas en Europa se profesionalizan: entrenan, duermen, viven, son estrellas desde los 18 años. Antes, cuando Gaviria ingresó al pelotón, les exigían resultados después de los 25.
¿Le duelen las críticas?
“En realidad, sí molesta. El que diga que no, o que no las ve, está diciendo mentiras. Es casi inevitable no hacerlo. Pero al final, en mi caso, yo me arropo de mi familia, esposa, hijo. Además, ya somos conscientes de que eso puede pasar y cuando pasa, me enojo y trato de darle manejo solo. Me desahogo porque sé que al final todo pasará”.
¿Qué le diría a las personas que lo “destrozan” en redes sociales cuando no gana?
“Por un lado, que lo sigan haciendo. Eso lo motiva a uno porque, si hay alguien que siempre quiera ganar, soy yo. Pero también he aprendido que en el ciclismo se pierde mucho. Además, recordar que como deportistas podemos tener altibajos. No somos máquinas perfectas que siempre estamos en el mismo nivel. Pueden pasar miles de situaciones en la vida de cada persona que influyen”.
El 2024 fue un año de altibajos para Gaviria: ganó etapa en el Tour Colombia, pero se le escaparon victorias en el Giro de Italia y la Grande Boucle. Regresó a la pista, corrió los Olímpicos, pero no obtuvo los resultados esperados. “Nos preparamos bien, pero tal vez llegué muy cansado: con las dos grandes en las piernas. Quizás debí descansar un poco. No es excusa. Así pasaron las cosas”.
Sin embargo, Gaviria asegura que esta temporada le dejó aprendizajes que lo harán competir mejor en 2025. El próximo año tiene como objetivo “ganar 10 etapas, porque es un número muy bueno para cualquier corredor. Además, necesitamos sumar la mayor cantidad de puntos posibles para el equipo, por el tema de ascenso y descenso”. También tiene en mente volver a estar entre los tres mejores velocistas del mundo y, pronto, poder competir un año completo en pista.
Eso lo reflexiona en la tranquilidad de su hogar, en su pueblo natal, en medio de la paz que le da su familia, sentado frente a la chimenea que también es una parrilla en la que es anfitrión de asados en las festividades decembrinas: su día favorito es el 24.
¿Qué representa para usted estar aquí, con su familia?
“Mucho. Me da mucha tranquilidad estar en la casa. Acá no hablamos casi nunca de ciclismo. Aquí simplemente soy una persona normal. Además, siempre he querido estar acá, en La Ceja, un pueblo que viene creciendo mucho, pero en el que se puede vivir con tranquilidad. Todo el tiempo he querido volver, nunca se me ha pasado por la mente irme de La Ceja”.
Por estos días, Gaviria, siempre inquieto, supervisa la construcción de su nueva casa, se mete a hacer conexiones eléctricas, está pendiente de que llegue el heno de sus caballos, en los que algunas veces sale a cabalgar. Comparte tiempo con sus familiares, come los frijoles de su abuela, que son su comida favorita en el mundo y no son competencia para la carne de camello que comió en Arabia y que, manifiesta, sabe parecido a la posta porque es suave, jugosa.
También ya prepara la próxima temporada, primera en la que no estarán ni Cavendish, ni Rigoberto Urán. “Son bajas sensibles, pero ellos ya se fueron a disfrutar de la vida después del ciclismo. Es algo que a todos nos va a llegar. Más ahora, que uno a los 25 años ya está viejo para esto”.
La grabación de las cámaras se detuvo. Terminó la entrevista. Hacía un frío paralizante en La Ceja. Recorrimos con Fernando las pesebreras que tanto le gustan. Nos mostró la arena donde entrenan a los caballos. También vimos una colección de motos que tiene. Después, rodeado de Coco y sus otros diez perros, subió la loma hacia su casa de campo. Volvió a meterse en la Van para ayudar a poner las sillas. Se despidió con amabilidad: este es el hombre detrás del velocista.