Dice la tradición de los indios mexicas (de México) que el Centzontle es un pájaro que puede entonar hasta 200 cantos. El ejemplar del que vamos a hablar en este artículo entona solo uno pero es el más importante para 42 familias que habitan en Ituango (norte de Antioquia), la mayoría de ellas encabezadas por firmantes de los acuerdos entre las Farc y el Gobierno.
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“Un canto por la paz” es el eslogan que acompaña a la marca que están tratando de sacar adelante y que lleva el nombre de ese pájaro mitológico en versión colombiana. En el Café Cinzonte están puestas todas las esperanzas de tener una nueva vida tras dejar las armas. De este grano menudo y color hormiga se obtiene una bebida con aromas a azúcar morena, almendra y chocolate, con un sabor dulce frutal similar al de la naranja o la mandarina y con notas cítricas. Solo que es el ejemplo vivo de que las cosas valiosas no nacen y crecen tan fácilmente como el “ojo de poeta” al lado de una quebrada, sino que toca cultivarlas con ahínco. Debe ser una buena metáfora de lo que sucede con la paz.
El proyecto comenzó a gestarse hace tres años y medio con un puñado de exintegrantes del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación, ubicado en la zona rural de Ituango que decidieron no desplazarse luego de las amenazas que recibieron de parte de grupo armados que intentaban dominar la zona.
Martín Martínez y Margarita Aguirre, quienes hoy son vicepresidente y tesorera de la Asociación de Ituanguinos para el desarrollo Agrario y Social (Asoituanguinos), cuentan que a diferencia de los que se fueron, ellos tenían una historia de arraigo y familia que los unían al territorio.
Martín luce calmado y de palabras precisas; nadie al verlo se imaginaría que pasó 15 años (entre los 14 y los 29) portando un arma. Tampoco es fácil pensar a la Margarita de hoy, con sus uñas bien maquilladas, en esas lides de la guerra. Tiene dos hijas de 20 y 13 años y él una de 4 añitos que revolotea en un carro de plástico mientras su papá conversa.
Para restablecer sus vidas decidieron apostarle a ese producto que está en su ADN desde varias generaciones atrás. Nelly Osorno, la coordinadora regional para Antioquia de la Agencia Nacional para la Reincorporación y la Normalización, destaca eso como muy importante porque es “parte de un saber de ellos mismos que han perfeccionado” hasta generar un producto de calidad excelsa.
De la iniciativa hay expectantes 42 personas –con sus familias–, entre las cuales 35 son firmantes y el resto son allegados. Los cafetales de donde sale el Cinzonte están en la vereda Santa Lucía, a tres horas en carro desde el área urbana, y en la vereda El Río, a donde se llega en 20 minutos por una carretera polvorienta.
“Es un café vinoso, muy rico, acompañamos el proceso desde la siembra, el abono, el desyerbe, el cuidado hasta la producción, la transformación y hacemos la comercialización”, dice el gerente de Asoituanguinos, Jamis Valle, quien explica que las condiciones ideales se dan solo en los 1.950 msnm, pero esa es solo la condición de partida, porque después viene todo un proceso en el que se cosecha el grano, se seca con todo y pulpa bajo la luz natural del sol, luego lo trillan y acompañan el tostado, y por último lo empacan en bolsas de papel craft.
La extensión donde están parte de los sembrados era de un finquero reconocido, Elías Urrego. Cuenta con varias casas grandes, contiguas, de techos corredizos para el secado natural, más otro espacio donde hay secadoras eléctricas de café. El Gobierno la compró a través de la Agencia de Tierras y allí construyó el primer proyecto de vivienda para firmantes. Hoy viven 12 familias que cuentan con lotes individuales, cada uno con un promedio 3.000 palos de café. Fuera de eso, Margarita y otras mujeres firmantes tienen un sembrado con el que buscan sufragar proyectos con perspectiva de género.
Martín cuenta que inicialmente la marca era Centzontle, igual que el nombre original del pájaro, pero ya alguien lo había ocupado y por eso le hicieron la variación. El registro del Invima, que esperan muy pronto, les facilitará entrar a almacenes de cadena.
Por ahora solo se venden unas 40 libras al mes, de manera que todavía no resulta sostenible porque para eso habría que vender el equivalente de unas tres o cuatro cargas al mes, de acuerdo con Valle. “Es un proyecto que hay que comercializar a gran escala para poder que dé rendimiento económico, porque no nos podemos comer la ‘gallina de los huevos de oro’. Entonces por ahora somos cinco voluntarios que trabajamos y a veces nos dan un incentivo que es mínimo por hacer algunas cosas”, cuenta el gerente.
El plan es alcanzar un grado de rentabilidad que les permita generar empleo para los desmovilizados y sus familias, dinamizando la economía de la región.
¿A qué aspiran con este proyecto? Le pregunto a Martín y este contesta: “Al buen vivir de los asociados, a que haya garantía de unas mínimas condiciones de vida con dignidad”.
Por lo pronto, Cinzonte se ha vendido en ferias nacionales con gran aceptación, algunos amigos lo han llevado a México en pequeñas cantidades, además de que se expende en dos puntos de Ituango y dos más de Medellín. Al indagar con Jamis cuál es el plan de la empresa responde: es vender y vender. Luego explica que los firmantes están en condiciones de producir 40 cargas de café de la calidad que su marca demanda, pero siempre y cuando aparezcan los clientes.
El planteamiento que podría resultar obvio para lograr ese objetivo es abrir tiendas propias, pero el costo de cada apertura lo calculan en $240 millones, una cifra con la que no cuentan. Mientras tanto toca llevar la mayoría de sus cosechas a los puntos de compra en bultos a granel y obteniendo menos ganancias.
En noviembre, Valle estuvo en Oslo (Noruega) junto con representantes de los proyectos cafeteros que jalonan los firmantes de paz, con el fin de presentar la iniciativa ante aliados internacionales; la idea es que ayuden a abrirle puertas en el extranjero.
De cualquier manera, los asociados a Asoituanguinos están tan firmes en cuidar el canto de su Cinzonte como el día en que dejaron el camuflado y las armas para apostarle a la reintegración con sus comunidades y luego cuando a pesar de que les podía costar la vida decidieron seguir en la tierra de sus ancestros.