En el piso 9 de la cárcel Pedregal un salón sobresale iluminado tras cruzar escaleras y pasillos oscuros, luego de dejar atrás barrotes y pisos grises. Es un taller de confecciones donde diseñan y elaboran prendas sostenibles al tiempo que se teje un proceso de reconciliación casi único en un pabellón de mediana y máxima seguridad de centros penitenciarios del país. Máquinas de coser están ocupadas a diario por los 45 internos que forman parte de un proyecto que nació buscando salvar una vida, lo mismo que ellos quieren con las suyas como una forma de reivindicar la libertad que perdieron.
Piso 9 es el nombre de la marca que están impulsando, cuenta Álex Mejía, un ingeniero que encontró en la fe, ante la desesperación por ayudar a su hijo a salir de una depresión profunda, la razón que ahora lo mueve desde ese pabellón donde se hila la esperanza. Padre e hijo se refugiaron en un grupo espiritual por medio del cual Álex visitó la cárcel y vio el sufrimiento, la estigmatización, el encierro que ahoga. Y se le ocurrió llevar allí una empresa textil enfocada en aportar a la reintegración social de personas privadas de la libertad y en mitigar impactos ambientales negativos de esta industria dando una segunda vida útil a distintas prendas.
“Mi sueño es una planta productiva. Pero allá encontramos retos como que los privados de la libertad estaban sin esperanzas, sin fe, realmente no creían, no tenían nada a qué apostar. Pero Dios me dio la iluminación y mientras estábamos haciendo el montaje de la planta, me di cuenta de que necesitaban formación eficiente, de calidad”, recuerda Álex.
Ese taller lleno de máquinas fileteadoras, planas o recubridoras, de planchas y botoneras, de metros y rollos de tela, de modelos de bolsos, carteras, chaquetas y pantalones, de maniquíes forrados con diseños lleva ya 19 meses. Y no se trata solo de ropa.
Los internos ven el proyecto como un aliciente casi imposible de encontrar en un lugar que varios de ellos siguen llamando “un infierno”. En el taller pasan ocho horas de trabajo de lunes a sábado y suman tiempo para rebaja de pena. Dan mucha relevancia a la formación técnica para manejar una máquina o estructurar una prenda, pero hay otra que les importa más: la que es de emprendimiento y proyectos productivos, espiritualidad, liderazgo y cómo retomar la vida familiar y social.
Con todo esto algo más profundo ha tomado forma entre telas y costuras: el lugar los ha unido pese a que antes de llegar a Pedregal eran de bandos enemigos. La mayoría de los privados de la libertad de ese patio son exintegrantes o exjefes de organizaciones armadas ilegales, que fuera de allí se siguen desangrando en medio de la guerra. José Manuel Zapata Gómez, un vocero del piso 9, cuenta que una de las primeras cosas que hicieron fue buscar cómo convertirse en patio de convivencia.
Empezaron a dar ideas para mejorar las relaciones y buscar soluciones concertadas a los conflictos, crearon una mesa de trabajo para ello. Al principio no todos querían, pero eran más los que sí. Entonces recurrieron a una vía democrática y terminaron firmando peticiones para que esos inconformes con el proceso fueran trasladados del 9. “El taller ha aportado mucho a la convivencia, pero el beneficio no es el taller de confecciones, sino la parte formativa, las alianzas con universidades, lo que nos enseñan para salir de aquí y qué proyecto productivo se puede montar”, dice José Manuel.
Con esa convicción en mente, Álex logró articulación con instituciones como el Sena, que apoya el manejo básico de las máquinas, lo que dejó el reto de recuperar en los privados de la libertad habilidades motrices, de visión, de relación con los colores, de actividad mental, de soñar con un futuro. Posteriormente, se sumaron la UPB, el ITM, la Universidad de Antioquia, la Universidad Liberté de Argentina, Emaús, En Vida y Bienestar Espiritual, ASV y Comunidad de Fe. Así, dedicando a formación dos o tres horas diarias de la jornada en el taller, aprenden sobre vestuario y diseño, proyectos productivos, sostenibilidad y economía circular, orientación humana y espiritual, y procesos penales. Aunque otras personas y fundaciones como la de Juan Guillermo Cuadrado se han sumado, al principio no fue fácil y Álex soportó los prejuicios de quienes no veían con buenos ojos que dedicara empeño a sacar adelante una empresa con personas que están en prisión: “Me puse a estudiar cómo los visibilizaba mejor y de una forma donde el juzgamiento no importara porque lo que necesitamos es la calidad del producto”.
En este momento, en la planta se fabrican productos textiles que permiten el sostenimiento económico básico, pero la gran apuesta de Piso 9 es la reutilización de ropa de segunda o de materiales publicitarios de diversas empresas para crear nuevos y exclusivos diseños. Algunas inspiraciones que hoy visten los maniquíes de la planta representan vivencias de los internos, de su pasado, del campo en que la mayoría ha tenido arraigo, de experiencias en los barrios, de los demonios que han vencido y siguen venciendo. Álex adelanta que esperan abrir otro taller con población privada de la libertad y que sueñan con tener una tienda donde puedan vender los productos.
Para los 45 del patio 9 de Pedregal los sueños son diversos. Algunos esperan terminar pronto el tiempo que deben cumplir encerrados; otros, que sea la primera y última vez que habitan una cárcel; unos más, recuperar a sus familias o montar una parcelita en el campo; alguno más, enviar una carta pidiendo perdón.
La constante, eso sí, es una pregunta que se hacen: ¿para qué estoy acá? Tal vez encontraron parte de la respuesta en el orgullo que sintieron la semana pasada cuando se pusieron la toga para la clausura de un proceso formativo. Algunos lloraron porque jamás habían recibido un diploma. Y lo que todos saben es que así como le dan una segunda oportunidad a un pedazo de tela o de plástico, se la pueden dar ellos mismos al recuperar la libertad.