En el fútbol, hay dorsales que no solo identifican a un jugador, sino que cargan con un peso simbólico que trasciende el campo de juego. En el caso del Deportes Tolima, el mítico número 10 se ha convertido en una especie de “maldición”. Aquellos que se atreven a lucirlo parecen estar destinados a caer bajo el peso de las expectativas, y el más reciente capítulo de esta historia fue protagonizado por Yeison Guzmán, quien, en lugar de romper la racha, la consolidó en la final de la Liga Betplay-2 2024.
Yeison Guzmán llegó al Deportes Tolima como la gran apuesta ofensiva. Con 18 goles en 42 partidos durante la temporada, se consolidó como el máximo anotador del equipo y la pieza clave en la propuesta táctica del técnico David González. Sin embargo, una decisión errática en el momento más importante de la campaña lo dejó señalado por la hinchada.
En el partido de vuelta de la final contra un efectivo Atlético Nacional, Guzmán tuvo la oportunidad de cambiar la historia desde el punto penal. Frente al imponente arco sur del estadio Atanasio Girardot, el mediocampista antioqueño ejecutó un cobro displicente que terminó en las manos del experimentado David Ospina. Ese instante, cargado de tensión, se transformó en un bochorno inolvidable que dejó a la afición desconsolada.
El fallido penal de Guzmán evocó inevitablemente el recuerdo de Daniel Cataño, otro antioqueño que, en una instancia definitiva contra Nacional, selló el destino de Tolima con una ejecución desacertada en 2022. Ambos casos comparten más que el error: simbolizan cómo el dorsal 10, lejos de ser un honor, parece convertirse en un lastre insostenible para quienes lo portan.
La situación de Guzmán es aún más amarga, pues llegó al club como un fichaje estrella. El Tolima invirtió en su talento, adquiriendo parte de su pase y construyendo su ofensiva alrededor de su capacidad creativa. Sin embargo, su error en la final no solo le costó la gloria al equipo, sino también su reputación entre los hinchas como una promesa del fútbol colombiano.
Hasta ese momento, Guzmán era una de las figuras más queridas por la parcial tolimense. Su desempeño durante la temporada lo había encumbrado como una de las joyas del equipo. Pero el penal errado transformó ese amor en rechazo casi instantáneo. Las redes sociales, como era de esperarse, se inundaron de críticas hacia el jugador, quien decidió clausurar los comentarios en sus perfiles para evitar la tormenta mediática.
La situación no solo afectó su relación con los hinchas, sino también su futuro profesional. Según trascendió, un club ruso que había enviado emisarios a seguir sus pasos durante la final se habría desencantado tras presenciar su desempeño. El jugador, valorado en USD 4 millones, vio cómo su cotización caía drásticamente en cuestión de segundos.
El dorsal 10 del Tolima no ha vuelto a brillar desde los días del argentino Rodrigo Marangoni, el último en portar el número con dignidad y éxito. Desde entonces, han pasado numerosos jugadores por esa camiseta, pero ninguno ha logrado igualar su legado. Cada intento parece revalidar la teoría de que el número está “maldito”.
El técnico David González, uno de los grandes señalados por la debacle en Medellín, salió en defensa de su jugador: “Ese mismo penalti que intentó hoy lo ha hecho antes, y cuando lo convirtió todos decían que era un crack. Si lo hubiera marcado, quién sabe si habría cambiado la historia”.
Aunque su argumento intentó proteger al jugador, no hizo más que alimentar la indignación de una afición que esperaba respuestas, no justificaciones.
A pesar de los números de Guzmán en la temporada, el error en la final eclipsó para los hinchas todo su aporte al equipo. Lo que pudo ser un capítulo glorioso en la historia del Deportes Tolima terminó siendo una tragedia deportiva. La maldición del dorsal 10 sigue vigente, y Yeison Guzmán, como tantos antes que él, quedó atrapado en ella.