A Isabel Allende no la trasnocha ser la escritora más leída en lengua castellana. Tampoco le quitan el sueño los millones de ejemplares que han vendido sus novelas ni el número de idiomas a las que han sido traducidas sus historias. Al menos eso dice. El suyo es el caso de una escritora que tiene por todo el continente clubs de fans y, al tiempo, la crítica y la academia la malquieren. El revuelo que causa alrededor –para bien o para mal– confirma que se trata de uno de los mitos vivientes de la literatura de América Latina.
Con ochenta años, la chilena ha llegado de nuevo a las portadas de las revistas y a los noticieros por la reciente publicación de El viento conoce mi nombre, una historia sobre los rigores de la política y las múltiples formas en las que el poder destroza la vida cotidiana de los individuos. En el libro se enlazan las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial con las políticas migratorias de Donald Trump, que llevaron a niños migrantes a parar en jaulas. EL COLOMBIANO habló con Allende sobre su escritura, las transformaciones en el circuito editorial de América Latina y las luchas del feminismo.
Escuche aquí la entrevista completa en El Arranque a Fondo:
Comencemos con una curiosidad. ¿Se siente algún peso por el hecho de ser la escritora más leída en lengua castellana del mundo?
“Eso no significa nada porque sucede en la periferia de mi vida. Tengo una vida privada sencilla, tengo todo lo que necesito pero nada extra porque no quiero complicarme la existencia. Lo que me encanta es la escritura. Tengo 80 años y la gente me pregunta cuándo me voy a retirar y yo les digo que ya me retiré, me retiré de todo lo que no me gusta, pero conservo lo que me gusta que es la escritura. Entonces este es mi oficio, mi vida, lo que me da placer y lo hago con mucho gusto sin pensar para nada en esas cifras que dan las 42 lenguas en que han sido traducidos mis libros, que ni siquiera las conozco, o los 77 millones de libros que he vendido, que tampoco se ven por ninguna parte, o sea todo eso pasa como en el aire”.
Y cómo ha sido la evolución de su escritura...
“Hay algunas cosas que he aprendido, tengo más confianza en mí misma. Sé que si le dedico suficiente tiempo e investigo puedo escribir sobre casi cualquier cosa. Antes no tenía esa confianza. Pensaba que cada libro era un regalo que me caía del cielo y que ese regalo no se iba a repetir. Ahora sé que escribo porque quiero comunicar algo, no escribo para mí. Escribo para contarle a alguien algo que me importa. Y sé cuáles son aquellos temas que me importan.
Entonces vas a encontrar siempre en mis libros mujeres fuertes, padres ausentes, amor, violencia, muerte, separación, sentido de la justicia orgánica, el poder. Esos son temas que se repiten y los encuentro cada vez que escribo, pero yo no hago un plan ni un guion antes de empezar un libro, sino que me lanzo en una especie de espacio desconocido. Por el camino voy descubriendo de qué se trata la historia y quiénes son los personajes. Eso no ha cambiado porque desde La casa de los Espíritus hasta El viento conoce mi nombre, el proceso es el mismo, sin tener un mapa me lanzo en la historia”.
Y esos temas seguramente están conectados con el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, un hecho que partió en dos la historia de Chile y de América Latina...
“Cierto, pero cada aniversario de cada año para mí es un día especial, es un día de recogimiento y de recordar. Y esa tragedia que ocurrió en Chile fue la tragedia latinoamericana de los 70 y de los 80, porque no ocurrió solamente en Chile, porque tuvimos luchas similares en todo el continente. Y eso fue lo que pasó en Guatemala, en El Salvador”.
También se avecina otra fecha muy importante relacionada con el golpe y es la muerte de Neruda, que es un personaje que ha sido profundamente cuestionado porque fue un gran artista, pero al parecer fue un mal tipo, un mal hombre. ¿Qué hacer con Neruda?
“¿Qué hacer con Neruda? Lo mismo que hacemos con todos los demás. Porque si vamos a investigar las vidas de cada científico, de cada compositor, de cada pintor, de cada escritor o poeta, vamos a encontrar mucha mugre en las vidas de cada uno porque somos humanos y fallamos. Además, a cada persona hay que juzgarla de acuerdo a su tiempo. No podemos aplicarles las mismas normas de hoy a personas que vivieron hace un siglo. Y la obra sigue teniendo vigencia aunque sea importante, y lo es, denunciar la vida privada de cada uno de estos personajes que son como ídolos con pies de barro. El personaje es fallido, pero la obra no. Entonces, si vamos a eliminar o censurar la obra de cada uno de estos artistas nos quedamos sin nada”.
Esta novela narra cómo la política destruye los hogares, destruye el tejido más primario que tenemos todos. ¿Cómo le llegó la idea?
“Tengo una fundación que ayuda a financiar programas y organizaciones sin fines de lucro en la frontera de Los Estados Unidos. Y nos enteramos de casos particulares. Y cuando vino la política del gobierno de Trump de separar a las familias, fue una tragedia espantosa y no solamente lo vi yo, lo vio el mundo entero: los niños en jaulas, los oficiales de fronteras quitándole a los niños de los brazos a las mamás, niños que estaban amamantando. De manera que fue tan brutal, tan fuerte eso, que era como natural escribir sobre el tema. Y para mí la investigación era muy fácil porque tenía todos estos recursos y además es una cosa contemporánea que estaba pasando. Relacionar este hecho con lo que pasó con los niños judíos poco antes de la Segunda Guerra Mundial fue fácil porque esta es una tragedia que se repite en la historia.
Y mi personaje principal tiene 86 años, entonces pensé, bueno, ¿qué pasó en la infancia de él? ¿En qué momento ocurrió lo de él? Y coincidía perfectamente con la noche de los cristales rotos en Austria y Alemania”.
Entonces no hemos aprendido nada como civilización...
“Cometemos los mismos errores, pero sí hemos aprendido. Lo repito muchas veces que desde mi perspectiva de los 80 años yo puedo dar testimonio de la evolución que hemos visto en la humanidad desde que yo nací. Yo nací en medio de la Segunda Guerra Mundial, en medio del Holocausto, de las bombas atómicas, no existía la píldora ni el feminismo, ni los derechos humanos, ni las Naciones Unidas. Nada de eso existía. Había 50 millones de personas desplazadas nada más que en Europa en ese momento.
Entonces hemos aprendido y ahora tenemos mucha más conciencia de los problemas, más información, más conexión y más herramientas para resolverlos. Seguimos viviendo en un patriarcado cuyas reglas principales son el miedo y el poder, la combinación del poder y el miedo, pero eso va a cambiar.
Ya hay muchas maneras en que la humanidad está desafiando al patriarcado y está desafiando esos valores. Hay una generación joven que es mucho más inclusiva, es mucho más abierta, en la que hay paridad de género, en la que hay una visión de futuro, en la que ya nadie cree en las instituciones políticas, en la que incluso están abandonando las religiones. Por supuesto que contra eso hay una reacción brutal del sistema, un culatazo de retroceso en muchas partes, pero en los años de mi vida he visto que eso es parte del proceso y que avanzamos”.
El tema de la migración, de vivir en otro lugar, de construir la vida en otro lugar, también es algo que biográficamente la toca mucho...
“Yo he sido una eterna desplazada. Viví en Chile muy pocos años de mi vida y me considero absolutamente chilena por una especie de sentimiento nostálgico, pero la verdad es que he vivido más tiempo en los Estados Unidos. Y aquí voy a ser siempre extranjera. Soy extranjera en todos lados porque vuelvo a Chile y al cabo de una semana ya me doy cuenta que tampoco pertenezco ahí, que el país que yo imagino ha cambiado completamente. Yo he cambiado, el mundo ha cambiado. Pero el hecho de no tener raíces en un lugar concreto no ha sido malo para mí, ha sido bueno porque he sido refugiada, he sido inmigrante, he sido hija de diplomáticos moviéndome de un lado a otro. Eso me hace muy atenta a la realidad porque yo no estoy cómoda en todas partes como está la gente que pertenece a un lugar. Entonces he aprendido a observar, a escuchar, a preguntar, a reparar en lo que otra gente da por sentado. Y esa especie de agudeza frente a la realidad me permite encontrar las historias que voy a escribir”.
Supongo que a lo largo de su vida ha visto también la transformación de los espacios editoriales para las mujeres: ahora hay concursos para ellas, colecciones para ellas...
“Cuando se publicó La Casa de los Espíritus existía el boom de la literatura latinoamericana y no había una sola voz femenina. Y a nadie le llamaba la atención, parecía como natural que fueran todos hombres, nadie lo cuestionaba. Y cuando se publicó La Casa de los Espíritus dijeron que era la primera voz femenina del boom. Eso alcanzó como 20 minutos más o menos, porque después dijeron, no, no, no, ella no pertenece al boom, ella es posboom. Habría que dejar intacto este santuario de los grandes escritores machos de América Latina.
Eso ha cambiado completamente y en los últimos 40 años, el cambio es notable. Hay tantas escritoras como escritores y las escritoras están escribiendo novelas mucho más fuertes y fantásticas en todas partes. Y la industria del libro se dio cuenta de que más mujeres que hombres leen ficción. Entonces hay un mercado ahí que no lo van a abandonar”.
Es muy difícil para un lector colombiano leer a un autor ecuatoriano, es muy difícil que un lector paraguayo lea una novela de alguien de Bolivia. Vivimos en una suerte de aislamiento o balcanización editorial...
“Eso es un problema de distribución que existió antes del boom. Antes del boom, un libro de Octavio Paz no la encontrabas en Chile. Tal vez encontrabas uno de Borges porque estábamos mucho más cerca. Cuando las grandes editoriales de España, y en esto la agente Carmen Balcells tuvo un gran papel, empezaron a publicar en España a estos grandes escritores y a redistribuirlos en América Latina, empezamos a recibir en Chile a Mario Vargas Llosa, a García Márquez, así como en Colombia recibían a José Donoso, a Borges, en fin. Es la distribución, y si no hay un esfuerzo concreto de distribución, nadie se entera. Me extraña que todavía exista ese problema en América Latina, porque estamos conectados, todo está conectado, hasta el narcotráfico. Todo es global. Lo deberían ser también los libros y la gente, porque no hay fronteras para nada más que para la gente”.
Samuel Adler, el personaje de su novela, es un músico, un niño virtuoso que toca piano, pero también toca violín. ¿Qué papel ocupan en su vida cotidiana las otras artes, la música, la pintura, el cine?
“Me gusta la música clásica y me gusta el teatro, pero yo diría que estoy tan entregada a la escritura que vivo más bien de libros, de investigar. Investigo mucho. Escribo novela histórica, entonces estoy metida en cosas del pasado. Además, el proceso de escribir para mí es lento. He escrito muchos libros, pero con muchas horas de trabajo”.
¿Se viene otra novela? ¿Se viene un libro de qué?
“Siempre estoy escribiendo o investigando para otro libro. Terminé de escribir El viento conoce mi nombre el año pasado, como a mitad de año. Y empecé a investigar inmediatamente para una novela histórica. Empecé el ocho de enero, como siempre comienzo mis libros. Ya llevo un buen pedazo del primer borrador, pero no te puedo decir ni de qué se trata, porque primero que nada nunca hablo de lo que no he terminado y, francamente, nunca sé de qué se trata realmente un libro hasta que no termino el primer borrador y lo imprimo, tengo que verlo en papel, porque en la pantalla se me diluye, no lo puedo agarrar realmente. En el papel sé exactamente cómo es”.
¿Y la fecha del 8 de enero tiene algún significado especial?
“Disciplina. Es tan fácil ir postergando el momento de empezar a escribir, porque hay tantas cosas que tientan en el mundo de afuera, que para qué me voy a cerrar diez horas al día a escribir, ¿no es cierto? A menos que un tema te apasione, y a menos que tengas la disciplina, y yo la tengo. Empiezo siempre el 8 de enero, espero hasta el 8 de enero para empezar un libro, y escribo con la misma disciplina, todos los días menos los domingos. La mayor parte del tiempo mi prioridad es la escritura. Y eso que tengo un marido nuevo, fíjate, la prioridad es la escritura”.