Los objetos médicos con los que fueron atendidos los antioqueños −que vivieron hace más de 150 años− ocuparán un lugar en el Museo para la Vida que planea fundar la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia (U. de A.).
La historia de la Escuela de Medicina (hoy la Facultad) inició en 1871 y desde entonces ha dejado desperdigados, en manos ajenas y conocidas −de los médicos aún vivos−, cientos de artilugios que dan pistas de cómo se consolidó esta rama de la ciencia en una región aislada por las prominentes montañas. “La idea del museo surgió a partir de la intención de recuperar parte de la historia de la medicina antioqueña, la región tiene un patrimonio cultural y académico que sin duda debe ser rescatado y exhibido para aprender de él”, comenta Carlos Alberto Palacio Acosta, decano de la Facultad.
Varias de las herramientas que atesoran −y que son solo una parte del proyecto completo (ver Para saber más)− han sido entregadas por científicos, profesores y médicos jubilados. Bajo el título “Los primeros regalos” se les ha convocado a participar.
Aliviarse en la montaña
Hace dos siglos era preferible morir antes que someterse a una cirugía, pues el dolor de una intervención quirúrgica era insoportable. Con lo único que contaban los pacientes era con altas dosis de licor, preparaciones a base de opio, cáñamo índico o mandrágoras. Operaciones como la extirpación de un tumor o la amputación de una extremidad fueron hechas casi a sangre fría hasta el año 1846 cuando se popularizó el éter.
Uno de los primeros equipos para anestesiar llegó a Antioquia, en 1860, de la mano de médicos paisas que tenían la oportunidad de viajar a Francia. Allá “el parisino Louis Ombrédanne se inventó una bola plateada con la que era posible administrar el éter de forma efectiva. Muchos médicos acá en Antioquia lo tuvieron en sus casas y consultorios”, cuenta Tiberio Álvarez Echeverri, médico anestesiólogo y estudioso de la historia de la medicina en el departamento.
Solo con ver el Ombrédanne pueden intuirse los 4 kg de hierro que lo componen, un peso que no fue impedimento para que los médicos lo llevaran hasta los lugares más inaccesibles de la región. “Se guardaba en una cajita muy bonita junto con el éter y la esponja (a la que se le aplicaba el líquido para inhalarlo), todo muy primitivo, pero útil”, añade Tiberio.
Las montañas y sus habitantes fueron testigos del milagro. Al tratarse de un elemento portátil, que podía estar fuera de los hospitales, sirvió para llegar a las zonas rurales del país, “muchos médicos lo llevaban a los pueblos entre sus chécheres. Con él conseguían aliviar dolores y hacer cirugías en lugares impensados. Teníamos todo lo básico para el desarrollo y para solucionar los problemas de la comunidad de la época”. Además, gracias al Ombrédanne y su popularización, avanzó, sin atisbo de retroceso, la cirugía.
El pensamiento científico
Durante el siglo XIX, quienes soñaron con ser médicos estudiaron en Medellín. Sin embargo, debían prepararse para presentar un examen final en Bogotá que les hacía merecedores del diploma o no.
Entre los médicos más importantes que habitó estas tierras está el Dr. Andrés Posada Arango, reseña el profesor Tiberio: “Fue un genio de la medicina colombiana y antioqueña, además se dedicó también a la antropología, la investigación, la escritura. Se comunicó con un montón de sociedades importantes, sobre todo de París”.
Leer las actas y la correspondencia de la época (que también atesora la Facultad) es seguir el camino que recorrieron desde Europa hasta Colombia las revistas, los estudiantes, las discusiones científicas, los aparatos para medir, describir, estudiar.
Se sabe que en una de las primeras reuniones de la Academia de Medicina de Medellín, por ejemplo, fundada por Posada y Manuel Uribe Ángel en 1887, uno de los asistentes, curioso y sin pena, indagó por cómo se realizaban los procedimientos quirúrgicos cuando no existían los antisépticos ni las teorías de Joseph Lister, el médico que instauró el lavado de manos. “Lo que habían eran unos principios generales de manejo de la situación: uso de agua corriente, salas bien iluminadas y aireadas”, le contestaron, cuenta Tiberio. La botánica era también popular, las sustancias a base de plantas buscaban tratar o evitar dolores, “otros médicos decían que iban más lentamente en los procedimientos para no producir tanto daño”.
Microscopios, placas de histología y herramientas de laboratorio fueron arribando al país en los viajes de regreso de alumnos que eran incluso discípulos de Pasteur. Volver al clima fresco de la ciudad implicaba inflar un poco el pecho de orgullo, “los médicos de acá solían ser muy aventajados, decían los comentaristas: los resultados eran mejores aquí en la montaña. Con esas adulaciones se fue formando esta generación”.
La revista Anales, hija de la Academía de Medicina, empezó a ser canjeada con las de otras sociedades científicas de Colombia y el mundo. Al territorio llegaban, a finales del siglo XIX, un total de 92 revistas en calidad de canje, entre las que estaban la reconocida The Lancet, de Londres.
Los primeros regalos
Entre los demás instrumentos que hacen parte de la historia de la medicina en Antioquia están los microscopios, que fueron los primeros instrumentos de la medicina moderna en llegar (1880). Con esto en mente y antes de fallecer, la profesora Ángela Restrepo otorgó a la colección de la Facultad el microscopio de su abuelo, aquel que motivó sus primeros cuestionamientos en torno a la ciencia y que la llevó a estudiar micología.
En la institución también está uno de los primeros equipos de terapia electroconvulsiva (que administraba pequeñas corrientes eléctricas en el cerebro para desencadenar una convulsión breve), empleado entonces en el campo de la psiquiatría para tratar depresiones graves y agresividad en personas con demencia. “Fue utilizado en nuestro territorio y fue propiedad de los primeros psiquiatras (de principios del siglo XX). La doctora Beatriz Mora me lo regaló y luego se lo entregamos al Museo”, cuenta el decano Carlos.
La Facultad también tiene el primer equipo de electrocardiografía y electroencefalografía; instrumental del profesor Manuel Uribe Ángel y una serie de textos importantes como cartas de la época, revistas y tesis de grado. “En la medida en que los vamos recuperando vamos haciendo la curaduría para la sala de historia que nos imaginamos”.
Arte, ciencia y magia son conceptos complementarios, dice el profesor Tiberio citando a Héctor Abad Gómez. “La ciencia: el desarrollo investigativo, el conocimiento; el arte: llegar al paciente, ser un médico humanista; la magia: lo que no podemos explicar, en el alivio del sufrimiento hay cierto milagro”, afirma. El Museo para la Vida quiere ser todo eso, además de un referente local e internacional.