Hace poco terminé un libro que me tenía contra el piso, con la boca abierta mordiendo el andén y una bota en la cabeza, como en la famosísima escena que abre American History X. Lo terminé sentado en la mecedora, mientras afuera de mi casa un pino se movía azotado por un viento que anunciaba aguacero. Como en el poema, me quedó en la boca una “dulce sed doblada”. El arte y el amor tienen un propósito compartido: invocar el alma de los recuerdos, doblegarnos, quitarnos la materia, desarmarnos. El problema es que el amor se parece a la pasión, o al deseo, pero la experiencia siempre termina en hastío o desprecio; la artesanía —y el talento— son la versión china del arte, nos emociona o nos roba el dinero, como cúpula sin clímax. En Medellín hay raperos, reguetoneros de talla mundial, pero el arte en el rap estuvo más o menos perdido hasta que hace una década —van a cumplir veinte años— Alcolirykoz encontró una voz: la voz de lo que vivimos todos en este Valle.
El nuevo disco de los Alcolirykoz se llama Anarcolirykoz y sigue cumpliendo una promesa tácita: es música para borrachos, para melancólicos; no es esa musiquita hecha para las drogas duras y el éxtasis; la mayoría de los beats —‘La Paciencia’, ‘Anarcolirykoz’, ‘El Rey del Despecho’, ‘TNT’, ‘Round 40’, ‘Estetograma’, ‘La Vuelta Olímpica’— entrañan la tristeza del recuerdo, como esos boleros de Tito Rodríguez donde el dolor encuentra sitio en el corazón del público, no puedes escuchar ninguna de esas canciones y no añorar la niñez, una calle de Medellín, una comida caliente en la mesa hecha por las manos del amor. Se vive para esto y por esto: para la conmoción interior, venga de donde venga. Este es un disco sin atajos.
Con amigos y amores muchas veces hemos hablado sobre Alcolirykoz, lo hemos hecho mientras vamos en el carro, viajando al Valle del Cauca o Armenia, en una tienda de esquina —El Ruso, puede ser—, en una casa cualquiera de cualquier barrio, en Carlos E Restrepo, en el Parque de El Poblado, en la redacción. Hablamos de los AZ porque nos pertenecen, son nuestros ídolos privados, pero además porque son dueños de sí mismos, porque parecen los padres de una tribu extraña cuyos códigos solo conocemos en Medellín. Escuchando Anarcolirykoz pensé que los AZ son nuestro Charly García, o nuestro Indio Solari, o lo mismo que para los bogotanos La Derecha: profetas de nuestro tiempo, ídolos privados.
La segunda canción del disco empieza sin ambages, debajo de ese arpegio de piano en tonalidad menor: “Esta chimbada les va a caer sin avisar, como un derrumbe / Perdón, estaba en clases de cómo hablar sin ofender / Seguimos sin manager, sin hacer caso a lo que dicen (...) Veinte años de narrar los que otros quieren ignorar / Me doy el lujo de poner en el inicio el punch line”. Aquí el asunto: mientras la música de la industria, del meinstream, en Medellín habla de una ciudad hecha de lujos, donde en El Poblado se consigue carne viva por edad y nacionalidad, donde en el Barrio Antioquia se encuentra hierba, perico, pepas, Alcolirykoz habla de la calle, del esfuerzo de vivir en una ciudad hipócrita, de los muertos que espantan con sus rostros pintados en grafitis, de la ira por luchar contra el mundo para perder.
Más rimas: “Mucho falso profeta quiere brillar con la mía / Me alejé de la luz, la que todos perseguían”; “Somos esa gente que odia acampar / Porque sabemos de memoria / Lo que es dormir mal”; “No soy tu esposo / Soy tu espónsor”; “Callejero erótico / Soy el genio que deseas / Te cumplo tres caprichos / Ponme a prueba”; “Despierto cada día con culpas nuevas / La mente adulta aprende que los traumas también se heredan / El que más sufre es el que más sabe / Me sabe a azufre cada pensamiento que grabo se pone grave”. Como dicen los freestylers de manera aprendida: punch line tras punch line.
Un álbum que celebra su historia y su manera de ser:
El artista narra su historia para que el lector —con este rap no solo hay que entender de cadencia y de beat, del que yo sé, con perdón, hay que ser lector— entienda la suya, como un psicoanalista que te habla del capitalismo para que te des cuenta por fin, idiota, de que el amor, el enamoramiento y la baraja de posibilidades pueden ser un espejismo del producto de catálogo que te vende un único placer en diferentes envases que debes probar y comprar, para que consumas, no para que entiendas. Estas rimas entonces me muestran: una casa al lado del Aeropuerto donde vivía un niño que no soñaba y cuya madre lo castigaba con demencia; las noches sin nada para comer; el bus donde un muchacho cantaba para pagar la matrícula de la universidad; las horas en silencio de un hombre que escribía para que nadie leyera; un hombre amenazado en silencio; la sonrisa planetaria de un bebé; la calle Perú y el amor; la librería Palinuro; Wislawa Szymborska y su nombre secreto; Carlos E Restrepo, Mon y Velarde, dos perros, las calles de Manrique en diciembre.
Dos puntos más sobre el disco: ‘TNT’, canción en colaboración con Bajo Tierra, es una maravilla, una pieza para revolver la vida y la sed de trago; ‘Los Legendarios’, con Laberinto ELC —canción que conocíamos hace meses—, es un homenaje necesario al rap de los noventa, pero es una canción francamente mala porque el talento de los AZ aplasta a cualquiera que no esté a su altura.
Alcolirykoz son nuestro nuevo Helí Ramírez, el gran poeta de estas lomas, de quien recuerdo este poema: “A esta hora de la noche, / qué hará esa moto / que muerde los labios del / silencio”.
Escribo esto rápidamente porque tuve la necesidad. Es una reseña o una carta. Salud.
Escucha el disco completo aquí: