<p>Hay una fosa en el octavo círculo del infierno exclusivamente para los falsificadores, donde bien cabrían los falsarios de arte que desfiguran la realidad. Y si Dante tenía razón, este lugar debería tener la forma de un museo de arte moderno, lleno de ideas que quisieron ser obras y fracasaron en el propósito.</p>
<p>Allí estaría el perro vivo maltratado del museo Tamayo; el ventilador soplando una cobija colgada en el MoMA de San Francisco, y la cama destendida de la galería Tate, entre muchos (muchísimos) otros trabajos de personajes como la sobrevalorada Yoko Ono (la misma viuda de John Lennon) que se atreven a firmar como artistas.</p>
<p>Hace pocos días, un empleado de un museo en Países Bajos vio dos latas de cerveza vacías en el piso y las botó a la basura, sin reconocer que eran parte de una “obra maestra”. ¿Cómo iba a hacer algo contrario? ¿Dónde más debían estar? El de este señor fue un acto inocente, humano, casi poético, ese sí.</p>
<p>Y, sin embargo, seguimos admirando el arte moderno que para muchos no es arte ni es moderno. Tiene algo de esnobismo pararse al frente de uno de estos trabajos carentes de virtuosismo y de técnica para pretender contemplar el concepto y la introspección existencial. Cuando cualquier cosa es arte, nada lo es.</p>
<p>Claro, en esta columna se desconoce la redefinición de lo estético, la redistribución de lo que puede decirse en público, la expresión de la libertad humana, y otras nociones estructuralistas de curadores e instituciones que deciden que el perro, el ventilador, la cama destendida y los mamarrachos Yoko Ono son arte. Esos museos están faltando a la responsabilidad de privilegiar la belleza sobre el mercado.</p>
<p>El arte no debería ser solo catarsis, locución emocional y personal, sino que debe prevalecer su función de búsqueda de la belleza, la realidad y la transmisión cultural.</p>
<p>El señor que tiró las dos latas de cerveza a la basura representa -sin que él lo hubiera buscado- el deseo de lo clásico, la expresión de hastío ante la banalización de la técnica. Se puede retar la habilidad conservadora desde el mismo arte; se pueden exponer ideas sobre las contradicciones del mundo, y se puede provocar e incomodar a la sociedad desde su interior. No hace falta abofetear lo artístico para lograrlo.</p>
<blockquote>El arte no debería ser solo catarsis, locución emocional y personal, sino que debe prevalecer su función de búsqueda de la belleza, la realidad y la transmisión cultural</blockquote>
<p>En el afán de priorizar el pensamiento y la reflexión trivial, estamos arriesgando la cultura. En el afán de querer desgarrar las estructuras, romper con los límites de la comunicación y dar un grito de libertad para acallar las normas con obras frías y vacías, nos estamos desconectando de las emociones y desmaterializando lo que antes era un medio para enviar un mensaje a través del talento.</p>
<p>El mundo sigue cambiando y cada variación viene con reevaluaciones de lo que considerábamos bueno, bonito y oportuno. También están viniendo nuevos paradigmas y dogmas que requieren discusión y amplio diálogo. Todo eso es difícil de asimilar para algunos que nos negamos a abandonar la belleza como criterio.</p>
<p>Esta, hay que admitirlo, es una opinión conservadora y retrógrada de un espectador que seguramente terminará ardiendo en alguno de esos círculos a donde pertenecen los sembradores de discordia y malos consejeros, seguramente también rodeado de obras conceptuales de autores que, -como dijo Fernando Botero-, crearon la pereza en el arte.</p>
<p>ALEJANDRO RIVEROS</p>
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<p>Alejandro Riveros González</p>