Cuando Adolfo Romero llegó desplazado a Apartadó tenía apenas unos años y una mochila llena de incertidumbre. Había crecido en las fincas bananeras del Urabá, en medio del estruendo de la violencia y las labores del campo. Caminaba varios kilómetros para ir a la escuela y, en las tardes, salía a vender paletas en las calles junto a su madre, Neisy Benítez Padilla, su primera aliada en la vida y en la lucha, pues, debido al conflicto armado, creció sin su padre. “No teníamos bicicleta ni transporte para movilizarnos y aún así teníamos el sueño de salir adelante”, recordó.