Diego Polo levantó la escopeta casera, hecha con tubos y canicas de cristal, y apuntó al cielo. Hacía días que su abuela lamentaba la desaparición de las gallinas. Al principio pensaron que era un zorro, pero luego, al amanecer, vieron la silueta de un ave inmensa posada en un árbol. Entonces Polo, de 14 años, supo que era un águila y que solo necesitaba un buen tiro para que el gallinero no se acabara. Esa mañana se internó en la montaña con su abuelo, Ladislao Polo, a quien todos en la vereda –kilómetro 40 del municipio de Tierralta, Córdoba–, le dicen Blanco.