Fernando Aramburu, nacido en San Sebastián en 1959, es uno de los escritores españoles más importantes de la actualidad. Su obra, traducida a numerosos idiomas, se caracteriza por una profunda exploración de la condición humana, a menudo en el contexto del conflicto vasco. Entre sus novelas más destacadas se encuentran Fuegos con limón (1996), Los peces de la amargura (2006), Patria (2016), ganadora del Premio Nacional de Narrativa en España y convertida en serie de televisión, y Los vencejos (2021).
Confieso que leí Patria, y no pude terminarla. Ha sido de los muy pocos libros que he dejado empezados porque no pude con su lenguaje y tal vez no estaba en el momento psicológico adecuado para leerla. Ni siquiera vi la serie de televisión. Le di una segunda oportunidad con Los Vencejos y, más que del libro, quedé enamorada de los dichosos pájaros, cuya anatomía y comportamiento investigué ampliamente para entender la a fondo la trama de una muy bella novela.
Aramburu es conocido por su meticuloso proceso de escritura. En su escritorio, rodeado de diccionarios y libros de consulta, trabaja con paciencia y disciplina, revisando y corrigiendo cada frase hasta alcanzar la precisión que busca. Un dato curioso: escribe a mano en cuadernos, y solo después pasa el texto al computador.
En El Niño (Tusquets, 2023), Aramburu regresa al País Vasco de los años 80 para narrar la historia de una familia destrozada por una tragedia real: la explosión de gas en una escuela de Ortuella en 1980, que causó la muerte de varios niños. A través de la mirada de Nicasio, el abuelo de una de las víctimas, la novela reconstruye los hechos y sus consecuencias, explorando el dolor, la culpa y la dificultad de seguir adelante.
La trama se desarrolla en diferentes planos temporales, alternando el presente de Nicasio, que visita cada jueves la tumba de su nieto, con los recuerdos del pasado, que nos muestran la vida familiar antes y después del accidente. La figura de Nicasio, un hombre mayor que encuentra consuelo en la rutina y en el cuidado de su jardín, es conmovedoramente central en la novela. Su dolor es contenido, pero no por ello menos profundo. A través de él, Aramburu nos habla de la vejez, la soledad y la necesidad de encontrar un sentido a la vida. Así pues, El Niño significó para mí la reconciliación total con Aramburu.
Otros personajes importantes son la madre del niño fallecido, sumida en una profunda depresión, y el padre, que intenta sobreponerse a la tragedia refugiándose en el trabajo. Aramburu no se limita a retratar el dolor individual, sino que también ofrece un análisis social del contexto en el que se produjo la tragedia, marcado por la violencia política y la tensión social. El dolor colectivo nos abrasa a lo largo de toda la lectura de la novela. Aramburu realiza una profunda exploración del duelo individual y colectivo y sus diferentes etapas, mostrando cómo la tragedia afecta a cada miembro de la familia y de la comunidad de manera distinta.
El hermoso relato refleja la atmósfera de miedo e incertidumbre que se vivía en el País Vasco en aquella época, con la amenaza constante de ETA. El accidente de Ortuella se convierte en un símbolo del sufrimiento de una sociedad marcada por la violencia.
La novela destaca por su lenguaje preciso y conmovedor, y por su estructura fragmentada, que refleja exactamente el estado anímico de los personajes.
En El Niño Aramburu, con su maestría habitual, nos ofrece una historia conmovedora que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la importancia de la memoria. Y nos recuerda que hay heridas que nunca cierran, así pretendan cicatrizar, más cuando hay infantes de por medio. No se la pierdan. Siempre será necesario conmoverse y remover el alma.