El manglar urbano de Cartagena: viviendas construidas sobre el hogar de la fauna

Esta situación obedece al anquilosado modelo de desarrollo y expansión urbana aplicado históricamente, el cual se podría superar si se reconocen los beneficios económicos y sociales que representa un ambiente sano.

El caño Juan Angola es uno de los cuerpos de agua más contaminados de la Heroica. La construcción de edificios ha sofocado este ecosistema y disminuido los manglares que rodean sus costas, hogar de la fauna del interior de la ciudad. Esta situación obedece al anquilosado modelo de desarrollo y expansión urbana aplicado históricamente, el cual se podría superar si se reconocen los múltiples beneficios económicos y sociales que representa un ambiente sano.

Para quien creció lejos de la costa, navegar en una pequeña canoa y atravesar un bosque de manglar puede ser lo mismo que entrar en una gran celda infinita sin salida. Las raíces de los mangles son como barrotes largos y arqueados que emergen del agua obstaculizando el paso de las embarcaciones.

Para los isleños viejos que disfrutaron la infancia entre el agua y el lodo, el mangle es un recuerdo de la abundancia de vida, hogar de cangrejos, ostras, mapaches y garzas; de la protección natural que resguarda la costa ante las grandes olas, y del constante cambio que representa crecer en un entorno de agua dulce y salada.

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“La historia de Cartagena y la de sus primeros habitantes está vinculada a los cuerpos de agua. Aquí hubo una cultura anfibia, una relación armoniosa con la tierra y el agua; zonas lacustres, en las que incluso los españoles recién llegados encontraron protección”, cuenta Luis Fernando Sánchez Rubio, Ph. D. en Ciencias del Mar de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín.

Pero parte de esta cultura cambió a finales del siglo XX, cuando la ciudad se consolidó como un centro turístico, portuario e industrial. La relación de los cartageneros con el paisaje se volvió disonante, más parecida al temor del foráneo en la canoa, pues no alcanzaron a asimilar algunos cambios.

Zona de manglar en el área de Barú, hacia las afueras de Cartagena, que muestra buen estado de manejo.
Fundación Planeta Azul Caribe (Fupac)

“Ahora hay quienes culpan al mangle de las basuras, se sienten agobiados por él y lo cortan ignorando su valor ecosistémico. Desconocen que las problemáticas ambientales son consecuencia de que Cartagena se siga construyendo sobre los humedales, replicando de forma sistemática el daño ambiental que inició en la época de la Colonia”, señala el investigador.

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Según el Índice de Ciudades Modernas del Departamento Nacional de Planeación (DNP), en los últimos años el indicador de “cuidado ambiental” en Cartagena ha decrecido constantemente, al pasar del 74 % en 2015 al 59 % en 2022.

Una ciudad construida a partir de los arrecifes de coral

La bahía de Cartagena, protegida del mar Caribe por la isla de Tierra Bomba, ofrece una superficie acuática de 82 km2 que fue la puerta de entrada de los españoles en 1533, luego de vencer a los guerreros caribes que durante varias décadas impidieron su ingreso.

Los navegantes vieron en este accidente geográfico un sitio estratégico para montar una fortaleza, utilizando como material de construcción lo que tenían a la mano: la roca pétrea, y seguramente en ocasiones también usaron los arrecifes de coral vivos, ecosistemas hoy protegidos porque albergan el 32 % de las especies marinas registradas, de las que se desconoce más del 90 %.

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Por eso las murallas y las paredes de algunas casas del actual Centro Histórico tienen roca coralina incrustada y confirman una de las hipótesis del investigador Sánchez: la degradación ambiental de la ciudad ha sido sistemáticamente sostenida desde su fundación, hecho al que se suma la construcción del Canal del Dique, que inició durante la Colonia y terminó en la República.

Las murallas y otras edificaciones coloniales tienen incrustados esqueletos de coral.
Fundación Planeta Azul Caribe (Fupac)

“Su objetivo era unir varios pantanos del delta y del río Magdalena para hacerlos navegables, pero esto desencadenó el arrastre de sedimentos al mar Caribe, con repercusiones en sitios como el Parque Nacional Natural Corales del Rosario y San Bernardo, a donde llega vegetación de agua dulce y los sedimentos de la erosión continental”, agrega el investigador.

Una ley de hace 87 años rige el actual desarrollo de la ciudad

Gracias a la Ley 62 de 1937, en Cartagena en está permitido “rellenar” los manglares con tierra, lo que ha facilitado urbanizar las orillas de los caños haciendo las modificaciones necesarias para el crecimiento de esta gran urbe con base en un concepto de desarrollo que satisface las necesidades del presente, sin pensar en el futuro.

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“La vigencia de esta Ley es inexplicable. Solo demuestra que en Cartagena aún se desconoce el valor de los ecosistemas de manglar, a pesar de que desde 1998 Colombia es signataria del Tratado Internacional Ramsar para la Conservación de Humedales. Y aunque estos se nombran como ecosistemas estratégicos, se conciben como áreas de expansión urbana, incluso en contravía de normas de protección y conservación globales que buscan preservarlos por ser claves para hacerle frente a la crisis climática”, continúa el investigador.

Un ejemplo de la degradación de estos ecosistemas es el caño Juan Angola, que con otros 6 cuerpos de agua internos de la ciudad y un cauce de más de 12 km que cruza 11 barrios –desde la ciénaga de las Quintas y la laguna San Lázaro, pasando por Chambacú– llega hasta el Aeropuerto Internacional Rafael Núñez.

A partir del análisis de fotografías aéreas, ortofotos, e imágenes satelitales del archivo del Instituto Geográfico Agustín Codazzi de 1985, 1993, 2003, 2009 y 2019, el investigador Sánchez evidenció que el caño Juan de Angola y sus ecosistemas han ido desapareciendo con el tiempo.

“Vimos que la aparición de nuevos barrios hizo que el espejo de agua del caño disminuyera su área, al pasar del 13 al 9 % en 2019. En 1993 el manglar pasó del 28 al 6 % de área ocupada, y aunque se ha recuperado cerca de un 5 %, otros elementos naturales como lagunas, bosques y playas desaparecieron definitivamente”, explica.

Hoy las riberas del caño Juan Angola son depósitos irregulares de residuos, similares a basureros a cielo abierto, que han causado obstrucciones en el flujo natural del agua y su contaminación.

Basura en las orillas del manglar antes de su invasión para cambiar el uso del suelo de natural a urbano.
Fundación Planeta Azul Caribe (Fupac)

“Para completar la ecuación, los manglares de la ciudad están ubicados especialmente en áreas con realidades socioeconómicas complejas, y, contrario a ser fuentes de desarrollo para la gente de los alrededores, benefician a otros que los convierten en lotes transables para construir edificios”, señala.

Recurrimos tanto a la indagación teórica como al trabajo de campo, y al final propusimos un proyecto alternativo en el que interactúan tres actores: la academia, la comunidad y la empresa

Con este horizonte, el profesor Sánchez, junto al profesor Carlos Adrián Saldarriaga Isaza, adscrito al Departamento de Economía de la UNAL Sede Medellín, propuso un modelo de desarrollo sostenible, es decir que busque el equilibrio entre el crecimiento económico, el bienestar social y el cuidado ambiental para redireccionar la industria del turismo hacia los lugareños.Para esto planteó una “valoración sistémica del manglar”, que implica tener en cuenta aspectos sociales, económicos y ambientales. “Recurrimos tanto a la indagación teórica como al trabajo de campo, y al final propusimos un proyecto alternativo en el que interactúan tres actores: la academia, la comunidad y la empresa”, explica el profesor Saldarriaga.

Conocer el manglar para transformarlo

El caño sigue siendo hábitat de múltiples especies como peces sábalo (Megalops atlanticus) y lisa (Mugil incilis), la mayoría de los cuales se capturan en la pesca artesanal, según evidenciaron los investigadores en un muestreo realizado en compañía de algunos miembros de la comunidad.

También observaron aves en época seca y semihúmeda, y en el primer muestreo –el más prolífico de todos– encontraron 54 especies en total, 28 terrestres y 26 acuáticas, entre ellas garcitas, garzas amarillas, pelícanos comunes, mariamulatas y sirirís.

“Así mismo medimos la vegetación del ecosistema y confirmamos la presencia de las 4 especies de mangle (blanco, rojo, negro y zaragoza) y su capacidad de recuperación, pues observamos plántulas circundantes en cada transecto. Además caracterizamos a la comunidad residente en los 7 barrios de las márgenes del caño, con base en la encuesta diagnóstica de la Fundación Planeta Azul Caribe (Fupac)”, agrega el docente.

Actores del desarrollo sostenible que representan el modelo de gobernanza diseñado por el investigador Sánchez.
Fundación Planeta Azul Caribe (Fupac)

Además, una serie de 46 encuestas arrojó que el 53 % de los entrevistados cree que una de las mayores dificultades para preservar y aprovechar el caño se relaciona con los intereses de actores políticos que se vinculan con empresas que, en la mayoría de los casos, no tienen en cuenta los preceptos de la sostenibilidad.

Recuperar los cuerpos de agua a partir de la gobernanza colectiva

Cartagena es una ciudad dual, en auge económico empresarial y con altos índices de pobreza y exclusión. “Por eso, y teniendo en cuenta lo que ha pasado en otras zonas del mundo, creemos que a largo plazo la protección de estos ecosistemas puede resultar en la provisión cada vez mayor de servicios como la pesca, el turismo y las visitas experienciales, entre otros beneficios”, continúa el investigador Sánchez.

Según el DANE, entre 2021 y 2022 la pobreza moderada en Cartagena pasó del 42,5 al 43,6 %, lo que significa que la situación económica se agravó para más de 16.000 de sus habitantes.

El proyecto Navegando por Cartagena (N×C), de la Fupac, busca recuperar los cuerpos de agua de Cartagena para su uso sostenible, y es el piloto a partir del cual se puso a prueba el modelo diseñado por los investigadores Sánchez y Saldarriaga, sustentado en la gobernanza (que busca la participación de todos los involucrados en la toma de decisiones) y en una estructura triangular con tres actores: la academia, la comunidad y la empresa.

Los investigadores señala que “tras 6 años de trabajo hemos logrado valorar el sistema de manglar urbanizado, sistematizando los intereses de los diferentes grupos sociales en 3 líneas de acción y 7 estrategias de trabajo, así:

Educación: manejo de residuos; valoración del ecosistema y la biodiversidad, y apoyo al empresarismo.

Empresarismo: negocios tradicionales, mejores prácticas y sellos de calidad, y nuevos negocios hacia el turismo consciente.

Planeación participativa: talleres profesionales, comunidades y empresas, y articulación con la institucionalidad”.

Estos puntos son un precedente de monitoreo ambiental en Cartagena que plantea continuar con las mediciones naturales y las metodologías establecidas para luego correlacionar los avances y resultados con las variables sociales.

“Seguir la tabla de indicadores, en la que se pueden consignar datos como los kilogramos de abono recuperado (en la estrategia de manejo de residuos, por ejemplo) o el número de nuevos negocios con sellos de calidad (en la línea de empresarismo) es útil para determinar los avances y proyectar decisiones”, precisa el profesor.

Estos resultados, que por ahora se mantienen en una prueba piloto, son una línea base para promover trabajos similares de gobernanza y cuidado ambiental en otras zonas del país.

LAURA FRANCO

Periodista Unimedios Sede Medellín

Laura Franco, periodista Unimedios Sede Medellín

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