De intolerancias absurdas ocasionadas por el sexo de un pollo o por una partida de PlayStation a los cuerpos embolsados con una técnica profesional por el control de la criminalidad, Medellín cuenta cómo cambió la forma de asesinar durante más de 100 años y la transformación que la llevó a pasar de ser la ciudad más violenta del mundo, en 1991, a tener la menor estadística de homicidios en los últimos 80 años en este 2024.
Con 6.809 asesinatos, 18,6 cada día, en 1991 esta era mirada como la ciudad con más muertos de todo el planeta en medio del mayor pico de la guerra de los carteles del narcotráfico, una lucha que dejó en evidencia la conversión criminal de una urbe que hasta 1975 nunca había visto morir asesinadas a 200 personas en un año y que este año se está acercando a esas estadísticas, con los 300 homicidios que iban hasta este viernes.
Antes de la aparición de Pablo Escobar en el entorno criminal, la intolerancia por temas políticos o sociales, problemas familiares, temas de honor, asaltos o asesinos seriales puntuales eran las causas para que una persona fuera asesinada.
Las estadísticas de homicidios en Medellín se tienen contabilizadas desde 1920 por el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia (Sisc), cuando se reportaron 17 casos, teniendo en cuenta que para esa época en la ciudad únicamente vivían 79.146 personas y el comportamiento era más campesino.
El antropólogo Gregorio Henríquez explicó que “éramos de alguna manera una especie de aldea con unos comportamientos marcados a partir del ritmo de las iglesias. Las campanas marcaban el ritmo de la sociedad y una sociedad que todavía no podíamos nosotros decir que estaba enfrentándose a partir de odios”.
Uno de los casos más polémicos de esa época ocurrió el 25 de octubre de 1928 en el corregimiento San Antonio de Prado, que acabó con el asesinato a machete de los hermanos Santiago y Asunción Rojas y dejando herida a una hermana por una discusión que comenzó por el sexo de un pollo.
De acuerdo con los informes judiciales de la época, la pareja de esposos José María Hurtado y Juana María Rojas comenzaron a discutir por el sexo de uno de sus pollos, lo que llevó a José María a tomar un machete y comenzarla a corretiar, por lo que los hermanos, el papá y el tío de la mujer intervinieron en la discusión que se tornó violenta.
En medio de esta reacción, José María atacó con esta arma cortopunzante a Santiago y a Asunción, provocándoles la muerte, mientras que una hermana que participó en la riña resultó lesionada y debió ser atendida por los médicos mediante las curaciones que le podían realizar entonces.
Entre 1920 y 1940 la cifra de homicidios anual apenas superaba los 30 casos, siendo su pico más alto 1937, cuando ocurrieron 35 homicidios, en medio del crecimiento poblacional que para 1938 ya llegaba a las 168.266 personas, en su mayoría personas atraídas porque Medellín se había transformado en un epicentro de la compra y venta de oro y café, además de ser una gran plaza comercial.
Con el crecimiento poblacional, además del fortalecimiento de las disputas políticas, las causas de la muerte pasaron a ser propias de la dinámica homicida de la ciudad, que empezó a tener problemas delincuenciales fundamentadas en el llamado carterismo, la estafa, el contrabando de medicamentos y las peleas por el exceso de licor, hecho que llevó al Gobierno Nacional para esa década a tomar medidas para prohibir su consumo después de las 10:00 p.m.
Durante la segunda mitad de la década, Medellín vio como año a año aumentaban sus asesinatos, pasando de 23 en 1941, con una tasa de 12,70 casos por cada 100.000 habitantes, a 127 en 1950. Destaca que el año con menos casos en ese momento fue 1942, con 19 asesinatos y una tasa de 10,10 casos por cada 100.000 habitantes, en una ciudad en la que vivieron 168.266 en 1938 y para 1951 ya lo hacían 358.189.
Para esa época surgió un grupo de aficionados políticos llamados Los Aplanchadores, quienes buscaban a personas adeptas al Partido Liberal para asesinarlas y abandonarlas en la corriente del río Medellín, principalmente en el centro de la ciudad.
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Para los 50, la violencia política se intensificó por la llegada de más desplazados de la ruralidad, lo que además de las disputas políticas y las intolerancias propias de la época por temas de licor y temas sociales, agudizó la desconfianza de los residentes de la ciudad en contra de quienes llegaban. La población alcanzó a los 772.887 habitantes para comienzos de los 60.
Uno de los asesinatos por intolerancia de esos tiempos se presentó en el barrio La Piñuela, en la comuna 4 (Aranjuez), cuando en la noche del 28 de marzo de 1954 se produjo una riña entre Martín Horacio Baena Montoya y Evelio Echeverri Jaramillo porque el primero no le quería pagar las ganancias de un juego de dados, lo que dio pie a la pelea que acabó con el asesinato, con arma de fuego, de Baena Montoya.
Durante esta década, la cifra de homicidios estuvo rondando los 150 casos por año, sin bajar de los 140 ni tampoco superar los 170, en una época en que las autoridades buscaban una reducción, pero en la que hubo una estabilidad sostenida, antes de que la violencia se comenzara a agudizar por las primeras luchas por la distribución de la marihuana, el contrabando, la intensificación de los atracos y el arribo de los grupos guerrilleros.
Para los 60 y comienzos de los 70 se empezaron a presentar asesinatos por temas de atracos, como el sucedido el 29 de octubre de 1964 en el centro de Medellín, cuando a Norberto Antonio Sosa, de 31 años, lo asesinaron con arma blanca por robarle el reloj y el radio que llevaba.
También ocurrió uno de los casos de violencia contra la mujer más contados de la historia de Medellín, el crimen de Posadita, el 13 de octubre de 1968. El vigilante Abel Antonio Saldarriaga Posada asesinó y enterró en una de las paredes del edificio Fabricato, en el centro de Medellín, a Ana Agudelo Ramírez, una trabajadora del lugar.
En este ciclo ya se superaron los 160 asesinatos para 1960 y para finales de esa década se contabilizaban más de 200 casos en un año, siendo el pico 1968 con 236. Pero para la década del 70, en una ciudad con más de 1 millón de habitantes, fortalecida industrial y económicamente, comenzaron a aparecer las guerras, primero por el control del contrabando y después por los primeros pinos del narcotráfico bajo el crimen organizado.
La guerra de carteles del narcotráfico, liderada por Pablo Escobar, sumada al fortalecimiento de los grupos milicianos, llevó a Medellín a contar sus muertos por miles cada año, en los tiempos más sanguinarios de la ciudad que la transformaron en la más violenta del mundo.
En este tiempo también se incrementó la población, pasando de 1.077.252 personas en 1973 a 1.630.009 para 1993, aunque esto no influyó para el incremento exponencial de homicidios, que a partir del recrudecimiento del narcotráfico, aumentó primero de 100 en 100 después de 1976, luego de 500 en 500 a mediados de los 80 para llegar a finales de los 80 y comienzos de los 90 a que esta alza fuera de 1.000 en 1.000.
Así se pasó de 271 muertos en 1976 a los 6.809 que se registraron en 1991, pico al que se llegó en medio de la sangrienta guerra de los carteles de Medellín y Cali y la influencia de estructuras como Los Pepes.
Aquel 2 de diciembre de 1993 significó un quiebre en la criminalidad de Medellín, ya que empezó una segmentación miliciana en la periferia de la ciudad, llegando a más de 30 estructuras, y en otros sectores de la ciudad se dio el pandillerismo, que consistía en clanes familiares que se dedicaban fundamentalmente al hurto y cosquilleo en toda la ciudad y que sostenían disputas por temas de honor más que de control territorial.
En medio de esa atomización, ya que no había un cartel que unificara estos grupos criminales, apareció en escena Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna, quien mediante la negociación y la violencia comenzó a unir a todas las estructuras para fortalecer, desde el paramilitarismo, la criminalidad urbana.
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Esto dejó una de las masacres más icónicas, registrada el 12 de junio de 1997, cuando seis personas fueron asesinadas por 20 presuntos integrantes del Bloque Metro de las autodefensas en el barrio Carambolas, ya que los señalaban de formar parte de estructuras que no querían vincularse al proyecto de Don Berna.
Entre 1994 y 2000, Medellín comenzó su descenso en la cifra de asesinatos, pasando de 4.538 a 3.289 para el cambio de milenio, en una ciudad que ya empezaba a sobrepasar los 2 millones de pobladores.
Ya con el nuevo milenio en curso llegó la llamada “Donbernabilidad”, donde alias Don Berna tenía bajo su tutela a todas las estructuras de Medellín en la organización llamada La Oficina, situación que se materializó entre 2003 y 2004, creando fronteras delimitadas en los barrios para poder delinquir.
Para llegar a ese punto se registraron los carros-bomba del 10 de enero y el 17 de mayo de 2001 en el Parque Comercial El Tesoro y el Parque Lleras, hechos que dejaron nueve muertos y 191 heridos, además de raptos y desapariciones durante ese tiempo.
Pero después de contar los muertos por varios miles, los efectos de la “Donbernabilidad se evidenciaron en la ciudad, pasando de 3.678 asesinatos para 2001 a 771 para 2007, época en la que ya se hablaba de su extradición a Estados Unidos, la cual se materializó el 13 de mayo de 2008, lo que generó una división, una nueva guerra y un nuevo incremento de homicidios.
La Oficina que había consolidado Don Berna se dividió en dos bandos, uno el de Maximiliano Bonilla Orozco, alias Valenciano, y el otro el de Ericson Vargas Cardona, alias Sebastián, quienes a sangre y fuego se pelearon el control criminal de Medellín y de Antioquia, lo que llevó a que entre 2008 y 2013 se registraran 20 masacres en la ciudad.
En esta disputa también tuvo una participación el Clan del Golfo, que para ese tiempo eran llamados Los Urabeños, quienes mediante alianzas con bandas locales se peleaban la otra porción de la torta criminal, lo que significó el fin del paramilitarismo y el surgimiento de las bandas criminales como las conocemos.
Esto llevó a que La Oficina, que controlaba con Don Berna el 100% de las estructuras, pasara a mandar en el 65%, mientras que el 25% estaba en poder de Los Urabeños y el restante 10% optaron por independizarse.
Esto tuvo su precio porque, como se mencionó, en 2007 Medellín estuvo por debajo de los 1.000 homicidios por primera vez desde 1983, pero en esta guerra llegó a los 2.186 asesinatos en 2009, cifra que se mantuvo por encima de los 1.000 hasta que el 13 de julio de 2013 se firmó el Pacto de San Jerónimo, en el que Los Urabeños y La Oficina acordaron una tregua, lo que se evidenció en la merma de homicidios, registrándose 931 casos para ese año.
Con la finalización de esta nueva guerra, con la captura de Valenciano en 2011 en Venezuela y de Sebastián un año más tarde en Girardota, Antioquia, sumado a este pacto, las estructuras criminales como Pachelly, Los Triana y El Mesa empezaron a incursionar en los barrios, buscando nuevas rentas criminales, aunque alejándose de las disputas armadas sostenidas.
La construcción de invasiones, los hurtos digitales y el manejo económico mediante criptomonedas, sin dejar de lado las rentas tradicionales, se volvieron el nuevo combustible económico de estas organizaciones, las cuales solo entraban en disputas de territorios si era necesario.
Eso llevó a que en 2015 se presentaran 499 asesinatos, la cifra más baja desde 1978 cuando ocurrieron 565. El resto del tiempo, entre 2014 y 2018 nunca se superaron los 670 asesinatos en un año.
A partir de 2019, las cifras de homicidios comenzaron a bajar notablemente, ya que del pico de 600 asesinatos con los que terminó este año, comenzó una merma en la que apenas se superaban los 400 asesinatos anuales.
En un comienzo se pensó que algo tenían que ver las restricciones de la pandemia del covid-19 entre 2020 y 2021, pero aún sin estas medidas, los asesinatos continuaron a la baja y desde 2022 nunca se han pasado los 400 asesinatos. Para este año, con corte a este viernes, iban 300 casos.
Pactos mafiosos que se firmaron en 2019 permitieron que las estructuras acordaran no matarse, pero con la llegada de la paz total propuesta por el gobierno de Gustavo Petro, sumado a la operatividad de las autoridades de Medellín, se llega al 2024, en el que se registra la menor cantidad de homicidios totales desde 1976 y la menor tasa de asesinatos por cada 100.000 habitantes desde 1942.
Manuel Villa Mejía, secretario de Seguridad de Medellín, destacó que “se viene haciendo una lucha frontal contra las estructuras criminales y actualmente tenemos que la mitad de los asesinatos son por temas de intolerancia y la otra mitad por casos criminales. Además estamos trabajando en un plan desarme para que estas cifras de homicidio continúen con estas reducciones históricas”.