Cuando se trata de salud pública, las cifras, por más llamativas que sean, no dicen casi nada si no se remonta a años, incluso décadas, para encontrar las respuestas a los porqués. Hace unos días, en una sesión del Concejo de Marinilla para abordar el panorama de salud mental del municipio, se entregó un dato tremendo: el 70% de los habitantes padece trastornos endógenos, es decir, alteraciones genéticas o metabólicas que inciden en la aparición de enfermedades, como las patologías mentales. Muchos de ellos los padecen de manera asintomática.
Pero, ¿cómo se llegó a ese punto en el municipio del Oriente? ¿Qué factores externos han incidido o agravado la problemática? Hace nueve años, una investigación de Beatriz Londoño para la Facultad de Salud Pública de la UdeA sobre indicadores de salud mental y consumo de sustancia psicoactivas entre población escolar de Marinilla, arrojó hallazgos inquietantes. Por ejemplo, el consumo normalizado de bebidas alcohólicas se encontró en el 71,9% de las familias, en el 53% de las familias se detectó consumo de cigarrillo y 17% en el caso de la marihuana. Los testimonios de los niños y jóvenes participantes de la investigación le otorgaron dimensión a esas cifras. Los relatos concuerdan en que el consumo de alcohol a edades tempranas (11 años en promedio) no solo se aceptaba por parte del núcleo familiar sino que se estimulaba en cierta forma, como parte de una especie de rito ante el tránsito de una etapa vital a otra (de la niñez a la preadolescencia, por ejemplo).
Pero no solo eso. Una de las conclusiones de la investigación fue la altísima incapacidad de las instituciones legitimadas: familia, colegio, iglesia, entidades públicas, profesionales expertos, para abordar con los jóvenes eficientemente las problemáticas sociales y de salud que los afectaban. La peor calificación se la llevó el núcleo familiar; el 89,7% de los jóvenes dijo haber sentido vulnerabilidad al encontrar barreras en la estructura familiar y en la forma en la que sus familias reaccionaban ante sus problemas. Pero ninguna institución salió bien librada. La que menos mal resultó calificada fue el apoyo religioso, pero aún así el 84% de los jóvenes dijo haber encontrado también allí barreras y vulnerabilidades en busca de ayuda. Lo que los orillaba a lidiar solos con sus conflictos.
Luego llegó la pandemia con todos los impactos sociales y de salud que causó globalmente. El Análisis de la Situación de Salud del municipio, publicado en 2024, determinó que entre las causas de morbilidad específicas las enfermedades neuropsiquiátricas (depresión, ansiedad, convulsiones, trastornos cognitivos, adicciones) alcanzan el 12,2% y las cardiovasculares el 16,4%, entre las patologías no transmisibles, impulsadas por factores como envejecimiento, sedentarismo, estrés y estilos de vida. Entre los hombres, las enfermedades neuropsiquiátricas alcanzan el 13% con un aumento de 1,69 puntos porcentuales. En las mujeres esas patologías alcanzan el 11,7%, también con un aumento de 1,77 puntos porcentuales. La ansiedad, en un seguimiento desde 2010 hasta 2023, aumentó en todos los grupos poblaciones, pero en peor medida entre las mujeres, el 69% la padece. Y es además una constante cuando se disgrega por grupos etarios, el 80% de la primera infancia ha presentado algún trastorno de comportamiento. La ansiedad y la depresión se incrementaron en todos los ciclos de vida, además de los trastornos mentales derivados de uso de sustancias psicoactivas.
El presidente del Concejo, Miguel Ángel Bedoya, el concejal más joven del país con 19 años, señala que en los datos y evidencias que han revisado en el municipio no se encuentran factores que puedan ser específicos solo de la población marinilla, y que más bien se enmarcan en un panorama más amplio pospandémico de problemas intrafamiliares, económicos, educativos y de salud, a los que también se enfrentan otros municipios del Oriente, y más allá, del país.
El factor diferencial, según el corporado, puede estar en que Marinilla lleva años diagnosticando la problemática, partiendo de la premisa de que lo que no se conoce ni se entiende es imposible solucionarlo. Marinilla tiene una Política Pública de Salud Mental desde 2017. También tiene en marcha la estrategia de escuchaderos abiertos a toda la comunidad y escuchaderos púrpura para mujeres.
Además, el municipio marcará un hito en cuanto a atención de primer nivel de patologías mentales, pues en la ampliación del hospital público que pasará de ocho a 90 camas tendrá una nueva torre médica con una Unidad de Salud Mental con cerca de 20 camas y 15 servicios especializados. Un proyecto que apunta a destrabar el acceso a estos servicios de primer nivel en un departamento donde hasta en la misma capital antioqueña una cita con psicólogo puede tardar hasta dos años y donde los casos de urgencias psiquiátricas en los municipios tardan entre seis meses y un año antes de encontrar cama en el Hospital Mental u otra institución que los atienda, según denuncias de la Defensoría del Pueblo y organizaciones médicas.
Pero lo que plantea Bedoya es que, más allá de mejorar la capacidad de atención de ese último nivel, que es un abordaje clínico cuando la enfermedad está ya en etapa avanzada, hay que apuntarle a la prevención. La OMS recomienda que la política de inversiones y esfuerzos orientados a la salud mental sea siempre una pirámide con una base grande y robusta en las etapas de prevención, pedagogía y promoción. Eso repercute directamente en la posibilidad de reducir el gasto en el pico de esa pirámide destinado a la construcción de infraestructura hospitalaria y los complejos y no siempre efectivos tratamientos psiquiátricos, entre otros.
Un dato importante, por ejemplo, lo arrojó la mencionada investigación de la UdeA, que encontró que el 52% de los estudiantes disfrutaba presenciar actos violentos, como peleas entre sus compañeros, y al indagar en detalle las razones halló que la aceptación de la violencia en sus entornos (como el familiar) como la vía de solucionar cosas (como castigar ladrones, por ejemplo) tenía mucho que ver con ese comportamiento. En los últimos dos años han surgido nuevos estudios que detallan cómo la exposición a la violencia de manera reiterada puede cambiar la estructura del cerebro y detonar todo tipo de daños y deterioros neurológicos.
Por eso el joven concejal plantea que el municipio debe dirigir sus esfuerzos en programas de prevención: aumentar la cantidad de psicólogos para estudiantes y también para profesores (hubo un caso reciente de un suicidio de un educador), además de robustecer la oferta cultural y deportiva que aunque se suela pensar que no tiene incidencia directa en indicadores de salud sí tiene un impacto concluyente. “Si hablamos de familias en las que los jóvenes pasan cada vez más tiempo solos por el trabajo de sus padres u otras circunstancias, tenemos que llegar a ellos y eso se logra es con oferta y espacios públicos, tiempo que se gane en deporte y cultura se le resta a todas las problemáticas que inciden en el deterioro de su salid mental y física”, señala.