Dos semanas atrás se cumplieron 150 años de la muerte de uno de los padres de la antioqueñidad, Pedro Justo Berrío, jefe político del conservatismo, coronel y general en conflictos armados y presidente del Estado Soberano de Antioquia durante casi una década, y guía de la comunidad al enfrentar grandes conflictos que requerían de una necesaria cohesión y de una afirmación de la identidad regional.
Después de la trágica desaparición del malogrado líder Pascual Bravo, víctima de las confrontaciones absurdas y sin sentido de la joven república, surgió la figura de Pedro Justo Berrío, nacido en Santa Rosa de Osos en 1827, en una familia tradicional, hijo de un pedagogo y nieto de un maestro de platería, que lograron, con esfuerzo, su educación, y que llegó a ser abogado.
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Rápidamente se destacó el novel letrado por su interés en lo público, que superaba las preocupaciones del foro. Por su cultura, estudios y personalidad se acercó a los fundadores del Partido Conservador José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez; su primera participación guerrera se presentó en la defensa de la institucionalidad ante el golpista general José María Melo.
Berrío, después de desempeñar algunos cargos importantes en el ejecutivo y en la Rama Judicial, se unió a la defensa de la legitimidad del mandato de Ospina Rodríguez, presidente de la Confederación Granadina, atacado por el controvertido líder caucano Tomas Cipriano de Mosquera.
Debe recordarse cómo la constitución federalista de 1863 había otorgado una sin par autonomía a las regiones o estados federales y que en Antioquia la mayoría ciudadana era opuesta al liberalismo triunfante, que había impuesto esas reglas constitucionales. En este marco constitucional y de opinión, fruto de una acción de guerra, Berrío, jefe conservador del norte de Antioquia, asumió por primera vez en 1864 la presidencia del Estado Federal y, con ello, se enfrentó a una abierta hostilidad del gobierno de la Unión. Apareció aquí la primera gran virtud de este hombre público, al lograr un entendimiento con Mosquera al final de su segundo mandato presidencial y en especial con su sucesor, el tolimense Manuel Murillo Toro, con quien pactó un acuerdo de convivencia ciudadana, aceptando el modelo federalista en un gobierno conservador y decretando una gran amnistía para los vencidos. De igual forma, disolvió el ejército, el cual quedó con solo 200 hombres para asegurar lo mínimo de la paz cotidiana de la vida lugareña y aceptando las dos partes unas reglas de tolerancia impensables en bandos tan radicalmente enfrentados por la política radical anticlerical del Gobierno y abiertamente confesional y católica por parte de Berrío.
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Esta conducta de convivencia del General fue exaltada por sus enemigos políticos, como Camilo Antonio Echeverry, Juan de Dios Uribe (Emiro Kastos) y, en el siglo XX, por el profesor y sabio liberal Luis López de Mesa. Esta característica igualmente hacía parte de su pensamiento en el campo religioso, pues siendo católico practicante ejercía una transigencia total en esta materia.
Su programa de trabajo como gobernador se resumía en dos grandes propósitos: instrucción pública y vías que llevaran a la colonización.
En la educación, sin duda, teniendo en cuenta la época, fue la guía del más formidable desempeño de lo público a favor de tan necesaria tarea. Logró una unidad entre lo público y lo privado y con la iglesia, en ese momento gran factor de poder, se unió para impulsar un gran movimiento que llevó a la creación de mas de 300 escuelas primarias, que funcionaban en locales con diseños oficiales.
Se obtuvieron los mejores índices nacionales en la creación de escuelas y en número de alumnos, entre los cuales había una significativa participación de alumnas. No obstante, el interés del Gobierno radical en las propuestas educativas, no había comparación con los resultados de Antioquia y con los grandes esfuerzos fiscales, dado el exiguo presupuesto del Estado. Se contrataron educadores alemanes para mejorar la calidad educativa, y se propuso un modelo que propugnaba más por el entendimiento y por el raciocinio que por el ejercicio memorístico. Se destacó en estos aspectos la región de Sonsón con la guía del mítico Lorenzo Jaramillo.
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Las Escuelas de Artes y Oficios se iniciaron en 1870, como modelo de una educación técnica en áreas tales como cerrajería, ebanistería, carpintería, mecánica, herrería, dibujo lineal, destrezas pertinentes para la economía agrícola y el comienzo de la urbana. También se recuerda la fundación de una gran biblioteca y el impulso a los libros y escritos, que se originaron a la imprenta que se importó en la época.
Este precursor modelo fue una de las más trascendentales innovaciones educativas que impulsó el educador Berrío. Los nombres de los pedagogos Enrique Haeusler y Eugenio Lutz quedaron vinculados en esa revolucionaria iniciativa. También se promovió la preparación del magisterio, al estructurar la Normal, que preparaba a los maestros y a las maestras para su quehacer educativo. Le dio el carácter al mayor centro educativo, el Colegio del Estado, y lo denominó con el nombre emblemático que aún perdura, Universidad de Antioquia, la mayor insignia regional en esta materia. Impulsó las sociedades de fomento regionales que promovían el comercio, la agricultura, la minería y que vinculaban a la comunidad con el desarrollo.
Ese fue el gran objetivo transformador que impuso el gobernante a la región, que incluía estatutos o decretos orgánicos y programas con valiosos contenidos, habiéndose cumplido, en parte muy sustancial, en medio de todas las dificultades de una hacienda pobre y de una región muy aislada por sus deficientes vías de comunicación.
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A propósito de las vías de comunicación, el otro gran propósito de Berrío, este auspició el inicio de un camino al mar, y tuvo los primeros pronunciamientos sobre la construcción del ferrocarril, que a poco andar concretó su sucesor don Recaredo Villa. El más importante proyecto vial de todo el siglo XIX fue el camino al Magdalena, llamado el Carretero, que reemplazaba los precarios caminos de islitas o de Nare y que comunicaba a Medellín con Copacabana, Girardota, Barbosa, Santo Domingo, Yolombó y llegaba al río Magdalena. En la parte inicial era una gran vía y en el tramo final una aceptable trocha de arriería.
Este trazado posteriormente fue utilizada por el ferrocarril de Antioquia y en la actualidad por una de las autopistas 4G, las vías redentoras del departamento. También puso en servicio la primera línea de telégrafo en 1866, que comunicaba en clave morse a Antioquia con el mundo.
Fruto de esta estabilidad económica y social se dio origen a la primera entidad financiera local, el Banco de Antioquia, autorizada en 1871, que inició operaciones en 1873, con un gran capital y numerosos accionistas, y que sirvió en esta etapa precapitalista de la región.
Berrío no tuvo ejército, pero por precaución había adquirido armamento, que estuvo a punto de utilizar al final del último mandato del General Mosquera. En ese momento, ante una posible agresión y con voluntarios de todo el Estado, notificó la decisión de defender la región aplicando las leyes de la guerra y el humanitario y novedoso concepto de derecho de gentes.
Se negó a aceptar la ley del Estado que autorizaba un nuevo mandato, es decir, renunció a una reelección que tenía el mayoritario apoyo regional y solo aceptó una nueva vinculación al sector público como rector de la Universidad, cargo que, por poco tiempo desempeñó, por su enfermedad terminal, en gran parte ocasionada por el dolor de la muerte de su cónyuge.
Como felizmente recordaba el historiador Luis Javier Villegas, citando al colombianólogo Frank Safford, Berrío, para bien de Antioquia y de su desarrollo, logró “un aislacionismo táctico”, que durante una década la separó de las estériles y negativas contiendas civiles de los Estados Unidos de Colombia.
La visión de este gobernante en sus objetivos de la educación y las vías, con su espíritu de tolerancia exterior e interior, ajena al sectarismo, fue un factor determinante en la prosperidad local.
Además, su desprendimiento de los medios de fortuna o de la riqueza y del poder político marcaron una impronta en la historia regional, por lo cual mas allá del parque central de Medellín, del municipio y de la condecoración departamental que llevan su nombre, el recorrido de Berrío es muy oportuno presentarlo hoy como el modelo de vida ciudadana, casi olvidado y que encarnó este personaje, uno de los verdaderos fundadores de nuestra identidad.
Colaboración de Rodrigo Puyo V. para El Colombiano.