Juan Carlos, un líder de la generación improbable que se impuso a la guerra en Picacho

Juan Carlos Tabares era un muchacho de 13 años, tímido en exceso, cuando fue por primera vez a la biblioteca que abrieron en el barrio. La persona encargada, aunque desconocida, lo recibió de forma tan efusiva que pensó en no regresar; tal vez si lo hubieran tratado con menos intensidad hubiera salido más cómodo. Pero se fue de allí, por otro lado, con la sensación del trato afable, la cordialidad, la familiaridad. Y se volvió visitante asiduo de esa que era iniciativa comunitaria de una cooperativa barrial y dos fundaciones, entre ellas la ahora Fundación Grupo Social.

Sin saberlo, siendo aún tan niño, en 1991, ese sería su primer acercamiento con el trabajo comunitario. Mucho menos sabía que marcaría lo que sigue siendo su vida 34 años después. La biblioteca era un lugar pequeño, pero sin precedentes en el barrio Picacho, que se convirtió en un espacio concurrido por estudiantes, para hacer tareas, para utilizar la única fotocopiadora cercana, para conversar y relacionarse. Convertido en la mano derecha de la bibliotecaria, Juan Carlos conoció allí a María Nohemí Jaramillo, ya fallecida, en esa época presidenta de la Junta de Acción Comunal. La mujer necesitaba carteles para convocar a una asamblea, un pedido sencillo que hizo de Juan Carlos el “cartelero” del barrio.

La demanda superó su capacidad. Entonces, aprovechó a otros jóvenes en la biblioteca y crearon el grupo de comunicaciones Fogata Juvenil. Se dedicaron a hacer carteles. Rayando y escribiendo mensajes que les solicitaban conocieron que a ese barrio de la comuna 6, Doce de Octubre, donde nacieron y crecieron, lo edificaban, lo defendían, lo reinventaban las organizaciones comunitarias. Con 14 años, Juan Carlos se vinculó a la JAC, descubriendo un camino que aún transita. En 1993, vino una simbiosis con dos grupos juveniles del mismo territorio, que no se conocían entre sí. Se llamaron Juventud Unida Comunicaciones y juntaron iniciativas de televisión comunitaria, carteles, periódico barrial y periódico mural. Eran casi 35 jóvenes, entre los 13 y los 17 años, que vieron en esos procesos una tabla de salvación ante la compleja realidad de los barrios de Medellín en esa época violenta, regida por grupos armados a los que no querían tener cerca. Pero las ofertas para que empuñaran un arma les llovían en las esquinas y tuvieron que vivir con la zozobra de las amenazas.

—En un territorio en que los jóvenes eran asesinados de manera regular, en varias ocasiones, antes de ser tan visible este proyecto juvenil, fui retenido por las milicias populares, me salvaron la vida algunas vecinas que se arrojaban a decir ‘yo lo conozco, no le hagan nada’.

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Gerardo Pérez, uno de los líderes sociales más reconocidos de la ciudad, conoció a Juan Carlos por esa época. Lo destaca como parte de jóvenes que se impusieron a la muerte para trabajar por la comunidad, lo que para él los convierte en una generación de “pelaos improbables”.

—Totalmente improbable que existan y que vivan, que sigan haciendo tantas cosas por la ciudad y el país. Pero lo más sorprendente de Juan Carlos es que posiblemente ha tenido otras oportunidades y no se desvincula de su barrio, de su historia; todavía es un referente obligado para los niños y los jóvenes de su comunidad. Ha tenido metido en el alma, en la médula, que su misión en la vida era hacer posible que la comunidad, a través de la participación, de la planeación, pudiera tener esperanza de un mejor futuro.

Juan Carlos y los otros 34 jóvenes usaron la comunicación para contar el barrio desde otras perspectivas, con miradas distintas a la de la guerra, desde las historias de líderes sociales, madres comunitarias, grupos de arte y cultura, gente que trabajaba por la identidad de un barrio que se formó desde la década de los 80 con familias que llegaron en busca de oportunidades o desplazadas, que vivían entre las carencias de la periferia.

Los jóvenes consolidaron un canal comunitario en el que transmitieron sus producciones por casi una década. Durante ese tiempo se maravillaron cuando les daban carné de prensa para cubrir eventos grandes, como el Desfile de Silleteros; se capacitaron en seminarios de periodismo juvenil; hablaron de cómo querían contar el territorio.

En 1994, los invitaron al Centro Comunitario de Capacitación, una casa construida en el 87 por la misma comunidad, como la casa modelo de un proyecto de vivienda digna en un sector donde pululaban casitas de madera y techos frágiles. Allí, Juventud Unida Comunicaciones se unió con otras 16 organizaciones del barrio y dieron vida a la Corporación para el Desarrollo Picacho con Futuro, donde se hicieron las primeras asambleas barriales, los primeros encuentros territoriales.

La apuesta fue fortalecer la identidad del barrio, las posibilidades económicas para mejorar la calidad de vida de los habitantes. Juan Carlos dejó un poco de lado los procesos de comunicaciones y se vinculó de lleno al mundo de lo social. En 1999 fue nombrado el primer director de Picacho con Futuro salido de la misma comunidad, pues los anteriores eran personas ajenas al barrio que contribuían con recursos. Con 22 o 23 años, era también el director más joven de la corporación y empezó a estudiar en la universidad.

—Fue un proceso para que lo público entienda que hay comunidades que se han organizado a tal punto que ya no están diciéndole a lo público que les dé, sino que le proponen que hagan. En esa época, eso nos posicionó.

En medio de esa labor, que se convirtió en pasión, la carrera universitaria de Juan Carlos se ha dilatado hasta el día de hoy, dejó empezados varios semestres de Periodismo en la Universidad de Antioquia, pero podría dar sopa y seco a cualquier graduado como profesional, por lo menos desde el ámbito de lo social, de lo comunitario. Vivió la violencia luego en manos de los paramilitares, que asesinaron a una de las compañeras de la corporación cuando él era director.

Pero siguió trabajando por la comunidad, de la mano de organizaciones sociales, muchas de las cuales persisten agrupadas en Picacho con Futuro. Para 2023, con toda la trayectoria a cuestas, Juan Carlos sentía que había dejado el camino abonado a nuevas generaciones que llegaron a la corporación con ideas tan frescas como válidas de continuar la apuesta. A partir de entonces su rol cambió; aunque hoy no desempeña ningún cargo allí, sigue vinculado como un mentor, un acompañante, un guía a quien piden consejo.

Forma parte de la Junta de Acción Comunal del barrio, donde es coordinador de la Comisión Empresarial y lidera un proyecto ambiental de recolección de residuos orgánicos, que procesan, transforman en abono orgánico y venden en el barrio. Trabaja en el programa distrital Guardianes de las Quebradas y avanza en una investigación con la U. de A. que retoma mucho de la historia y las dinámicas del barrio Picacho, el trabajo comunitario y la corporación. Está a tres créditos de graduarse en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia y es profesor cada vez que puede, una tarea que disfruta, en especial con adolescentes a los que pueda transmitirles la importancia de comprender lo que pasa en el barrio y cómo lo pueden transformar.

—La dinámica de estos liderazgos no es que te reemplacen, sino que haya personas que asuman esos escenarios de decisión, de toma de decisiones, que no se queden en esos cargos siempre los mismos líderes.

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