La primera vez que Claudia escuchó la palabra leucemia fue en el Hospital General de Medellín. Tatiana, su hija de apenas 4 años, estaba en una camilla mientras un médico sin mayor gesto le decía que no había mucho por hacer. Si quería, podía intentar en la Clínica Las Américas, pero el panorama no era alentador. Aún así, con el corazón apretado y sin tiempo para pensar en el miedo, Claudia se aferró a esa única opción y se dirigió allá.
En la clínica le dijeron que su única opción era un trasplante de médula ósea. Después de salir compatible con Tatiana, se la donó. “La médula son las células madre que vienen desde la columna”, le explicaron los médicos antes de administrarle el medicamento que estimularía la producción de esas células. Durante cinco días, soportó el tratamiento y en cuanto fue posible, le hicieron el trasplante a Tatiana.
La niña pasó cuatro meses hospitalizada después del procedimiento. El trasplante logró frenar la enfermedad, pero las quimioterapias le dejaron secuelas en las piernas.
La recuperación fue larga y tortuosa. Hubo un tiempo en que cada ida a Medellín, desde San Vicente, el pueblo donde viven, era una ruleta rusa: si en el camino se le bajaban las defensas, podía terminar con una bacteria en la sangre. De hecho, ocurrió una vez en medio de un viaje de regreso a su municipio. Tuvieron que volver de urgencia al hospital y Tatiana estuvo 6 meses entre ciclos de quimioterapia seguidos.
Cuando finalmente pudieron regresar a San Vicente, las visitas a Medellín no terminaron. La niña necesitaba terapias constantes para evitar que sus pies se pusieran rígidos. “Tatiana camina con ayuda del caminador en las partes rectas, pero no puede subir ni bajar escalas”, explica Claudia.
Ya pasaron ocho años y el tiempo de recuperación que los médicos habían estimado en dos se ha extendido sin garantía de mejoras. El acceso a terapias también se ha vuelto un problema. En el municipio de San Vicente, ubicado a una hora de Medellín, no hay un especialista que pueda ayudarla.
En la capital antioqueña las terapias incluyen hidroterapia y aparatos para mejorar la circulación, pero los costos de transporte y alimentación hacen que cada viaje sea un gasto no presupuestado para Claudia. “Ir a Medellín nos cuesta mínimo $100.000 cada vez”, dice.
La carga física y emocional ha pasado factura. “Por estar cargando tanto a Tatiana, me salió una hernia en la columna y tengo desgaste en un disco”, cuenta la madre. Los médicos le han dicho que debe evitar levantar peso, pero ella no ve alternativa: “Yo estoy sola en esto porque mis hermanas no son capaces. Les he pedido que me ayuden llevando a la niña, pero dicen que es mucha fuerza y que no pueden”.
Para mitigar el dolor, le dieron un medicamento temporal, pero la solución es la cirugía para extirpar esa hernia. “¿Y quién cuida a mis hijos si yo me opero?”, se pregunta. Tiene cuatro y el padre solo ha hecho presencia con la cuota mensual que ni así es suficiente.
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En el día a día, Claudia va resolviendo económicamente. Ella trabaja donde pueda: limpiando casas o colegios y los fines de semana en un restaurante. La vivienda donde viven se la prestó su papá, lo que al menos les ahorra el arriendo. Pero la situación sigue siendo difícil. “Me toca ir a Medellín cada mes por los pañales de Tatiana, porque aquí se demoran dos o tres meses en llegar”.
Tatiana es buena estudiante, pero el colegio tampoco está diseñado para alguien con movilidad reducida. “No hay rampas y si las hay son tan empinadas que no sería capaz de bajarlas sola”, cuenta.
Ahora, madre e hija tienen un sueño: conseguir una silla de ruedas eléctrica para que Tatiana tenga más independencia y Claudia no siga afectando su columna. Por ello, llaman a la solidaridad de las personas que puedan ayudar. Si usted es una de ellas, puede contactarse con Claudia al celular 312 355 4274.