Las disputas palaciegas por el poder o por tener algún grado de influencia sobre quien lo detenta (el jefe de Estado) no son nuevas. En todas las sedes de gobierno de todos los países del mundo, las pelas, consejas, mentiras, embustes, chismes y patrañas pueden ser el pan de cada día para quienes pretenden imponer sus propios intereses y agendas. La administración del presidente Gustavo Petro no es la excepción. “Me pongo a ver todo lo que me rodea y todos hacen tráfico de influencias; intentan influenciarme”, dijo el mandatario a finales de la semana pasada en una entrevista con El País, de España.
(Le interesa: Petro ya lleva 50 ministros en dos años y medio de Gobierno; con varios ha salido peleado)
Pero, en el caso de su Gobierno, hay algo que sí lo diferencia y lo convierte en algo especial y de mucha atención —de hecho, no tiene antecedentes en la historia reciente de Colombia—: las peleas entre los integrantes de su gabinete no se han quedado dentro de los muros de la Casa de Nariño, sino que están a la vista de todo el país, lo que ha provocado una razonable sensación de caos y desgobierno. Eso también ha llevado a robustecer la idea de falta de liderazgo del mandatario, señalado de ser bueno para echar buenos discursos, pero malo para gobernar.
De hecho, fue la pretendida actitud de transparencia, que llevó a transmitir por televisión en cadena nacional el consejo de ministros del 4 de febrero, la que dejó al descubierto completamente la evidente situación de anarquía dentro del Gobierno. Bien es sabido que la idea de esa reunión era discutir los decretos de conmoción interior por la situación del Catatumbo, pero todo se salió de madre y se convirtió en una sesión en la que varios ministros (incluida la vicepresidenta Francia Márquez) se quejaron de la presencia del hoy designado ministro del Interior Armando Benedetti y de los maltratos de la hoy canciller Laura Sarabia.
La situación la vio el presidente Petro en la misma entrevista con El País, de España, de una manera jocosa: “La idea fue mía y la tomé más o menos una hora antes. No pensé que fuera a tener tanta audiencia, [pero] barrí con todos los canales [risas]. Y ya lo que pasó hasta toca con lo psicológico. A mí me gustó porque a mí también me dio claridad sobre temas, sobre problemas que estaban ahí andando y yo no conocía bien sobre actitudes, sobre gente que se quiere ir a la campaña”.
Pero ese resulta ser el simple diagnóstico de una situación. Si bien el jefe de Estado reaccionó pidiéndoles a todos la renuncia protocolaria, quedó en evidencia una falta de liderazgo, la incapacidad para administrar el recurso humano y para trabajar en equipo de una manera asertiva sin agredir a sus subalternos y sin amonestarlos en público, algo que se desaconseja a quienes dirigen equipos de trabajo en cualquier nivel. Después de ese malogrado consejo de ministros (aunque para el presidente fue un éxito), las peleas entre los miembros de su Gobierno no solo se han visibilizado, sino que se han incrementado.
¿Gustavo Petro perdió el gobierno del Estado?
En la metáfora que tenían los griegos para los asuntos del Estado, al que consideraban un navío, gobernar era pilotearlo, tenerlo bajo control y conducirlo acertadamente, sobre todo en mares picados y tormentosos. Por extensión, se trata entonces de guiar, dirigir o conducir a ese barco que es el Estado y a su tripulación, es decir, a quienes conforman el gobierno. Pero hoy la cubierta de la nave se ha convertido en lona donde pelean petristas pura sangre contra Armando Benedetti y Laura Sarabia, y ellos dos contra Gustavo Bolívar, que, a su vez, contiende con María José Pizarro; la vicepresidenta Francia Márquez contra Benedetti y Sarabia, y —lo que es más grave— en una ruptura clara con el presidente Petro. Mientras, el embajador en el Reino Unido, Roy Barreras, ataca al ministro de Comercio.
Con ese caos encima, el barco sigue acrecentando su estela de escándalos de corrupción, contratos y enfrentamientos personales, acercándose ya a la frontera final del mandato y adentrándose además en la campaña presidencial con miras a las elecciones del año entrante. En cuanto a su gobierno, el presidente Petro hizo un abrumador reconocimiento derrotista en el diario español. “Fallé al creer que podía hacer una revolución gobernando”. Y sobre su propósito de hacer reelegir su proyecto político el año entrante (así lo manifestó con energía en su más reciente discurso en el Tolima), los choques en la cubierta del navío ponen en riesgo la idea de crear frente amplio con que sueña para conseguirlo.
Pareciera que el capitán de la nave (el presidente Petro) se hubiera quedado con los aplausos y euforia con que zarpó, y sigue comportándose como si estuviera en campaña, sin considerar que ese impulso inicial ya no es suficiente. A estas alturas del derrotero, pesan como lastres de plomo que dificultan el avance de su administración las peleas entre altos funcionarios, el retraso en la ejecución de los programas que prometió, las dificultades para tramitar sus iniciativas legislativas en el Congreso y los escándalos. El problema no es que la tripulación del barco tenga peleas; el problema es que el afectado es el país.
La situación en el Gobierno hizo que la senadora María José Pizarro (de las más cercanas al mandatario) recordara en X que la izquierda recibió el mandato del pueblo de Colombia de gobernar en su beneficio con su programa y visión, “y esto está por encima de los individuos. […] Debemos trabajar por cumplir y darle continuidad a nuestro proyecto político”. La legisladora advierte que “el verdadero enemigo es la ultraderecha radical de distintas corrientes, que quieren ver este país arder”, por lo que, para enfrentarlos, pide “la unidad más amplia de demócratas de todas las tendencias, para evitar el desangre y el retroceso del país.
Además, asegura que, después de confirmar el nuevo gabinete (que sería anunciado oficialmente este jueves por el presidente Petro), “urge una reunión entre el Gobierno y su bancada, junto a sectores aliados, para trazar la ruta común para el 2026”. Y subraya, eso sí, que “sin egos ni disputas internas. Altura y unidad es el único camino para el progresismo”.
Si los ministros del presidente Petro, así como los miembros de su partido, siguen en confabulaciones y conspiraciones electorales, animados además porque el mandatario no ejerce un arbitraje y autoridad claras (es bien sabido que la comunicación entre el jefe de Estado y sus subalternos es más bien escasa, cuando no nula, un hecho que antes le dio poder a Laura Sarabia) ya no habrá tiempo para que se cumpla la promesa del “cambio”.