El primer Festival Internacional de Artes Vivas de Bogotá (Fiav), que ha venido a llenar un vacío en esta ciudad que ha construido una tradición en la materia, no solo ha estado a la altura de las expectativas, sino que ha reunido a los colombianos alrededor de los talentos extraordinarios e innegables: en los bellos teatros de la capital nuestra, desde los más emblemáticos hasta los más nuevos, desde las plazas hasta los parques, se han estado dando el drama, la danza, la música, el circo, la narración oral, el performance, la puesta en escena llena de tecnologías, y el resultado ha sido una recuperación de la vocación bogotana a celebrar a los artistas del mundo y a reconocerles su lugar a los artistas del país.
Ha sido conmovedor. Ha sido alegre. Ha habido grandes invitados internacionales, de Irlanda, de Argentina, de Chile, de Dinamarca, de España, de Bélgica, de Brasil, de Burkina Faso, de Francia, de México, de Corea del Sur, que han devuelto la fe a esos espectadores que solían esperar pacientemente la llegada del Festival Iberoamericano de Teatro, pero también han creado nuevos públicos. Ha sido revitalizador el trabajo tanto de los creadores del Pacífico colombiano como de los grupos que tienen su casa en Bogotá: hay una tradición teatral, luchada, enriquecedora, admirable e innegable, que sostiene las salas bogotanas, y verla desplegarse este par de semanas es ver también su reivindicación.
Valga reconocer la alianza de la Presidencia de la República y la Alcaldía Mayor de Bogotá; la organización del Ministerio de las Culturas, la Secretaría de Cultura de Bogotá y la Cámara de Comercio de la ciudad, y el liderazgo de los dos directores, el dramaturgo Fabio Rubiano y el gestor Octavio Arbeláez, que ha dado vida a semejante festival. Es necesario destacar también su apoyo a los aliados del mundo entero. Han logrado darle a esta ciudad de espectadores más razones para la esperanza.
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