<p>Decía Borges que la poesía es la expresión de la belleza por medio de las palabras. La cocina lo es por medio de los ingredientes. La comida como la poesía tienen aromas, sabores y atmósferas.</p>
<p>Desde tiempos inmemoriales, la poesía y la gastronomía han estado entrelazadas. Ambas apelan a los sentidos y emociones de maneras profundas. Alimentan el cuerpo, el alma y la mente. Numerosos poetas han hallado en la comida una fuente inagotable de inspiración, transformando ingredientes en versos y sabores en metáforas. Así, el alimento no solo nutre, sino que se convierte en arte, evocando imágenes, recuerdos y placeres universales. Neruda es uno de ellos con sus famosas odas al tomate, la cebolla, las papas fritas, el pan, el vino, etc. “El tomate, astro de la tierra, estrella repetida y fecunda”. Eleva lo simple a lo sublime.</p>
<p>También la encontramos en el lenguaje cotidiano gastronómico. Batir las claras a punto de nieve o agregar azúcar en forma de lluvia. Es cuando la naturaleza invade nuestras cocinas, despertando imágenes surrealistas y poéticas, donde los ingredientes se convierten en paisajes y estaciones, transformando lo cotidiano en algo grandioso.</p>
<p>Pero hay algo más profundo: al hablar de comida también la humanizamos. “Desangrar” la cebolla, quitarle ese sabor punzante que molesta, que arde, se convierte en una metáfora de su sufrimiento. Mientras el cuchillo la atraviesa, llora, y su esencia se desvanece. Es un acto casi trágico en el que el verdugo no puede evitar derramar lágrimas. La poesía permite ver la belleza y el consuelo ante el dolor, incluso en los momentos más simples de la cocina.</p>
Las incomprendidas berenjenas.
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<p>La berenjena, tan incomprendida, es un ejemplo perfecto de cómo la gastronomía puede ser poesía. ¿Quién no recuerda la respuesta de Fermina Daza a Florentino Ariza prometiéndose solo si no tenía que comer berenjenas? De igual manera, tejemos postres con hilos de caramelo y suspiramos en nubes de azúcar. Y qué decir de las “piernas” del vino que seducen a la vista o los “ojos” de la papa que no ven. En cada ingrediente hay un verso escondido que evoca y provoca, haciendo de la cocina un poema delicioso.</p>
<p>Federico García Lorca decía que la poesía es la unión inesperada de palabras que forman algo misterioso. De la misma manera, los mejores chefs no necesitan una lista interminable de ingredientes ni una decoración exagerada para sorprender. Como el poeta, el chef conecta con el alma del comensal a través de lo simple, encontrando la belleza en lo esencial. Ambas disciplinas, la poesía y la cocina, se basan en la capacidad de tocar lo profundo con pocas palabras o ingredientes.</p>
<p>La receta es sencilla: en la poesía y en la cocina se necesita talento, desapego y una pizca de soledad. Ser un buen poeta o chef exige aislarse del ruido y dejar de copiar para hallar la verdadera esencia. Solo así, al unir palabras o ingredientes, se logran crear versos comestibles. La gastronomía, al igual que la poesía, es el arte de ponerles palabras a las emociones y sabores de la vida. Buen provecho.</p>
<p>Margarita Bernal</p>
<p>Para EL TIEMPO</p>
<p>@MargaritaBernal</p>
<p>margarita bernal</p>