My name is Juan. Parado frente a sus compañeros, casi todos más jóvenes que él, soltó la primera de varias frases. No parecía tímido, pero sí algo nervioso por develar su pronunciación en un idioma con el que nunca antes tuvo contacto. Una mezcla de palabras en inglés y español le ayudó a que le entendieran lo que trataba de contar sobre su vida, pequeñas dosis de ya casi siete décadas de existencia.
En el salón 201 del Paraninfo de la Universidad de Antioquia todos lo miraban atentos, con simpatía y algunos murmuraban la correcta pronunciación cuando a él le fallaba. Eran las 8:15 de la mañana de ayer jueves, uno de los dos días que dedican a la semana a aprender inglés, el otro es el martes y cada sesión dura dos horas. Son estudiantes de la Escuela de Idiomas de la UdeA, del Programa de Inglés para Adultos, pero en el caso de Juan y otros 13 alumnos hay una bella particularidad: son vendedores ambulantes de los alrededores de la Plazuela San Ignacio, justo donde nació la Alma Máter hace 221 años.
La idea es que los 14 trabajadores informales adquieran conocimientos básicos en el idioma, que les permita, incluso, comunicarse, o “defenderse” como dicen ellos, cuando turistas extranjeros llegan a sus negocios. El Centro de Extensión de la Escuela de Idiomas ha puesto en marcha la estrategia solidaria para adultos en distintas regiones del departamento, pero es la primera vez que lo ofrece a venteros ambulantes de la ciudad.
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Ayer, por ejemplo, la clase se centró en aprender cuáles datos incluir en un perfil de redes sociales para hacer amigos, una excusa para aprender a presentarse, a decir la edad, la nacionalidad o hablar de pasatiempos. Juan tomaba nota en una agenda, pero también grababa o tomaba fotos a las presentaciones de la profesora, para “repasar en la casa”.
My birthday is, nací en abril 15 de 1968. Desde muy niño, recuerda Juan, su padre, quien trabajaba en el Ferrocarril de Antioquia, empezó a forjarle un carácter de esfuerzo, trabajo y madrugadas extremas. Tal vez no eran las formas, dice, pero eran otros tiempos. Desde que tenía 5 años le ponían tareas en casa que hubiera podido no hacer para jugar. O para estudiar.
Solo llegó hasta segundo de primaria y fue creciendo con el legado de la construcción porque su padre compraba lotes para hacer casas y él, aunque fuera muy pequeño, hacía las veces de ayudante del oficial. Su deseo, su sueño mejor dicho, era ser cirujano. Pero supo que eso no iba a ser posible. Como pudo, tuvo que trabajar para sostenerse, porque “del cielo solo cae agua”, le decía el padre, pero también estudiar porque siempre sintió la necesidad de hacerlo. Entonces, por su cuenta, validó la primaria y el bachillerato, y buscó el camino de la ingeniería civil. Tampoco fue posible.
Made in Sena. Amilanarse no era una opción. Juan se metía a todos los cursos que podía y dice ser hijo del Sena, porque allí se hizo técnico en Edificaciones, el cartón más importante que tiene entre los 15 que ha acumulado por cursos que ha hecho sobre construcción y otras áreas.
Un nuevo cartón llegará a la colección, Juan lo sabe y lo espera. Esta vez será la certificación que le entregarán la UdeA y las secretarías de Educación de Medellín y Envigado cuando culmine los 18 niveles de inglés, de 32 horas cada uno, y que deberá cumplir con mínimo el 80% de asistencia a clase y con repaso dos horas semanales en el tiempo libre, tal como los demás vendedores.
Por lo menos esos son los acuerdos que firmaron la universidad y la Asociación de Mercados Ambulantes, que agrupa a los vendedores de San Ignacio, para que el curso se mantenga gratis. Para Javier Rivera Arias, jefe del Centro de Extensión de la Escuela de Idiomas, esta “es una oportunidad nunca antes ofrecida a esta población de vendedores ambulantes, quienes desde su oficio se han convertido en los guardianes de la Plazuela, del Paraninfo y en los narradores de la historia patrimonial del claustro educativo y del sector de San Ignacio”.
I am from Puerto Berrío, Antioquia. Fue en este municipio del Magdalena Medio antioqueño donde Juan nació, estudió y se volvió un reconocido maestro de obra. También allí, cuando tenía 28 años, pudo montar su propia empresa, con todos los requisitos legales, y llegó una bonanza que luego perdió al salir desplazado por causa de la violencia hace ya 10 años, tiempo que su empresa ha estado cerrada y que él lleva “rodando por ahí”. Por temor a ese pasado pidió cambiar su nombre para este artículo.
Ha vivido en el Urabá, en Cali y en Medellín, donde finalmente se radicó de forma definitiva hace solo ocho o nueve meses. En la Plazuela San Ignacio montó un puesto de fresas con crema que él mismo prepara con fórmulas que le heredaron sus abuelos y que ha causado sensación entre los clientes. Llevaba pocos días instalado con su carro impecable, coloreado por frascos llenos de salsas, galletas y chispitas que riega aquí y allá sobre la crema, cuando se acercaron de la UdeA para ofrecerle estudiar inglés. De inmediato dijo que sí.
Aunque apenas va en la segunda clase, sabe que ha emprendido una rutina que no es simple. Está en pie desde las 4:30 o 5:00 de la mañana para luego salir hacia San Ignacio e instalar el carro. Ayer, después de salir de clase, lo sacó a las 10:00 y la jornada seguro se iría hasta la medianoche, porque cada día llega a casa a preparar la crema. Su nieta de 15 años le ayuda con las tareas de inglés que luego presenta a la profesora Alejandra Arboleda, quien aunque lleva 12 años en la UdeA, está trabajando por primera vez con este proyecto solidario.
La docente explica que la idea es acompañar a los vendedores para que aprendan poco a poco, a su ritmo, sin sentirse frustrados. Y eso implica hasta estar atentos a cualquier gesto de incomprensión que releve lo que alguno no es capaz de preguntar. No es el caso de los estudiantes de este curso. Ayer, participaron mucho, atinaron, se equivocaron, se rieron de ellos mismos, aprendieron. “Ellos van avanzando, porque en realidad están muy motivados”, anota Arboleda.
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I study English para mejorar mi calidad de vida. La motivación expresada en esta frase por Juan la resaltó su compañera María Isabel: “Me parece que se esfuerza mucho por aprender”. No es una simple percepción. Juan cree que es el que tiene menor nivel entre sus compañeros y afirma que no es fácil enfrentarse a un idioma en el no se pronuncia como se escribe, pero que su meta es culminar todos los niveles y aprender así sea lo básico. La idea de la universidad es que luego de cumplir las 576 horas de todo el curso, lleguen a un nivel B2, que rige las normas europeas.
Y, como si de algo sabe Juan es de resurgimientos, asegura que está haciendo su mayor esfuerzo, con la curiosidad y la inquietud que siempre ha tenido, para graduarse con honores, con Blanca, Gloria y otros vendedores, para que no se varen si les piden un tinto o unas fresas con crema en inglés.
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