Francisco Vera comenzó su activismo ambiental con apenas 9 años. A los 12, sin una gota de timidez, estaba parado frente al Congreso de Colombia para hablar de los urgentes cambios que el país necesita a fin de contener el cambio climático.Hoy en día, convertido en uno de los grandes ausentes de la COP16 que se desarrolla en Cali, es el carismático líder del movimiento Guardianes por la Vida, del que forman parte centenares de niños, unos 700 en toda Colombia, y que dirige desde el exilio al que se tuvo que obligar desde hace cuatro años cuando comenzaron las amenazas de muerte contra él y su familia.El movimiento vio la luz en 2019 en Villeta, el pueblo al que se mudó con su familia desde Bogotá. Con apenas 9 años, Francisco no les pidió permiso a sus papás para salir a jugar fútbol a la calle con sus amigos, sino para fundar un movimiento ambiental. Ellos dijeron sí, pensando que era solo el arrebato de un niño con grandes dotes de líder desde muy pequeño.Pero pronto descubrieron que el menor se había inspirado en la historia de Greta Thunberg. “Sentí que yo también debía hacer algo”, les dijo a sus padres en ese momento.Ese año lo que mostraban por televisión era desolador: la devastación de una amplia zona de la Amazonía. “Unos incendios muy graves, que se han repetido este año”, y le han dado la vuelta al mundo con imágenes apocalípticas.Pero lejos del pesimismo, y del absurdo de no poder estar en su propio país participando en la más grande cita por la biodiversidad del planeta, Francisco, a sus 15 años, prefiere hablar de ecoesperanza. Lo describe con palabras simples: “Es un concepto que es lo contrario a la ecoansiedad, y que, en una parte, está inspirado en la propia naturaleza y se desprende de la resiliencia que vemos en ella. Hoy puedes ver ecosistemas totalmente destruidos que con el pasar del tiempo se recuperan. En eso la naturaleza es muy sabia y nos invita con sus propias acciones a tener sociedades resilientes, y esa es la tarea que tenemos como generación”, afirma el pequeño líder ambiental en SEMANA.Asegura que en esta tarea de salvar el planeta se debe dejar de lado el adultocentrismo, que lleva a que todas las decisiones sobre el cuidado del medioambiente las toman los adultos, desde su visión. “Ya es hora de que escuchen a los niños. Lo que nosotros como jóvenes queremos es ser escuchados por los Gobiernos. Eso lo contempla un artículo de la Convención sobre los Derechos del Niño”.Francisco es enfático cuando afirma que “los adultos deben reconocer su responsabilidad” en los inmensos daños causados a la naturaleza, pues “nosotros debemos tener derecho a un medioambiente limpio. Es lo que exigimos, pero prefiero actuar a estar enojado con los adultos”.No niega que le duele el exilio. Y que sus padres hayan visto que del matoneo se haya pasado a amenazas de alto calibre, como la que llevó a que empacara maletas con su familia. “Qué ganas de desollarlo. Tengo un deseo de escucharlo gritar mientras le corto los dedos para ver si va a seguir hablando de ambientalismo y dignidad”, decía el mensaje publicado en X.Tampoco le molesta que algunos lo vean como una especie de bicho raro. O que le pregunten, con sorna, cómo hace en su día a día para disminuir la huella de carbono: “Sí, no me gusta el reguetón ni sus letras. Me encanta la música colombiana de los ochenta y también comer carne, pero es algo que compenso plantando árboles. Soy una persona que quiere cambiar el mundo y también ser presidente de Colombia”.