Ángel Ozuna ha tenido que pasar 27 años en Estados Unidos para poder votar en unas presidenciales, pero aún no sabe si ejercerá ese derecho el 5 de noviembre. En el estado de Georgia (sureste), decisiones como la de este elector latino pueden definir los comicios.
Este mexicano de 50 años, nacionalizado estadounidense, prefiere a Donald Trump, aunque la actitud del candidato republicano con su rival demócrata, Kamala Harris, le hace dudar si darle su apoyo o no.
“No me parece justo que un hombre ataque a una mujer como él hace con ella”, asegura.
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Ozuna es uno de los cerca de 36,2 millones de hispanos que podrán votar este año en Estados Unidos.
Este electorado, el que más ha crecido desde 2020, “puede ser el que incline la balanza” hacia uno u otro partido, indica por teléfono Rodrigo Dominguez-Villegas, director del Latino Data Hub en la Universidad de California en Los Ángeles.
Su papel será importante en los siete estados bisagra – aquellos donde ningún partido tiene una ventaja clara- que decidirán las presidenciales. No sólo en Arizona o Nevada, donde los latinos representan el 24,6% y el 20,9% del electorado, sino también en Georgia o Pensilvania.
En una carrera presidencial muy ajustada, según los sondeos, uno podría pensar que los partidos se esfuerzan al máximo por convencer a los hispanos. Pero la realidad es distinta, asegura Dominguez-Villegas.
“Hay poca experiencia en las campañas, pocos estrategas políticos de origen latino”, dice el experto, que lamenta el hecho de que los partidos sigan considerando a los hispanos como un bloque monolítico.
“Además de la diversidad de países de origen y de descendencia, hay diversidad de ideologías, de edades y hasta de razas”, recuerda.
A esta falta de atención hacia el votante latino, se suman episodios como el del domingo, cuando el humorista Tony Hinchcliffe calificó Puerto Rico, un territorio estadounidense no incorporado, de “isla flotante de basura” durante un mitin de Trump.
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Un comentario que ha indignado a muchos puertorriqueños, que no pueden votar en las presidenciales desde la isla, pero sí pueden hacerlo cuando residen en los Estados Unidos continentales.
“El daño está hecho”, dice a la AFP Javier Torres Martínez, un puertorriqueño de 45 años que vive cerca de Miami, en Florida.
Antes del domingo, “estaba 100% convencido de votar por Trump y ahora estoy 100% motivado de salir a votar por Kamala Harris”, añade este presidente de una empresa de seguros médicos internacionales.
A las afueras de Atlanta, la oficina de la oenegé Galeo Impact Fund luce en la puerta un cartel de Harris con dos palabras en español: “La Presidenta”.
Los miembros de esta organización tratan de llegar donde no lo hacen las campañas y convencer a los hispanos de apoyar a la demócrata.
“Lo que siempre le digo a nuestra comunidad es que tenemos poder”, dice Kyle Gomez-Leineweber, su director de política y promoción. “Y si logramos movilizar a nuestra comunidad, esta será la que decida quién ocupa la Casa Blanca”.
Según una encuesta publicada este mes por el New York Times, el 56% de los hispanos respalda a Harris frente al 37% que apoya a Trump. Pero esa ventaja de 19 puntos porcentuales es la más baja para un candidato demócrata desde 2016, indica el diario.
Desde su perfumería en un centro comercial de Atlanta, Ozuna explica que confía en Trump para mejorar la economía y reducir la inmigración ilegal.
Este último asunto es importante para él porque siente que los migrantes recién llegados tienen más derechos y beneficios que los que él tuvo hace años, y eso le parece injusto.
En los próximos días decidirá si acude o no a las urnas tras una campaña tensa. “Siento que en vez de política esto es como una guerra personal” entre candidatos, lamenta.