El río Melcocho, considerado como el más lindo de Antioquia y uno de los más limpios y cristalinos de Colombia y América Latina, entra en proceso de renovación, lo que quiere decir que estará cerrado para los turistas varios días para que el ecosistema “respire” de la intensa presión que, de una u otra forma, impone la actividad turística en áreas naturales.
De manera que el cañón del río Melcocho, en el Oriente antioqueño, descansará entre el 18 y el 22 de noviembre. Esto, según explicó Cornare, debido al acuerdo que existe entre la autoridad ambiental y las comunidades locales que son las que ejercen gobernanza sobre esta área protegida, por lo cual Cornare le pidió a los turistas y operadores respetar la medida, informarse con tiempo y evitar llegar a la zona porque no se les permitirá el ingreso.
“La regulación del turismo mediante este tipo de acuerdos es clave para garantizar la sostenibilidad y conservación de estos ecosistemas. Ayúdanos a compartir esta información para evitar inconvenientes y aportar a la protección de nuestros espacios naturales”, fue la solicitud de Cornare, que recordó que quien quiera visitar el cañón del Melcocho tiene que reservar previamente a través de la línea 3213260333, pues a diferencia de la mayoría de los sitios turísticos en Colombia, esta zona está regulada bajo un estricto control liderado por las mismas comunidades que lo habitan.
Su historia, de hecho, es una de las más emblemáticas en cuanto a casos de éxito para frenar el avance del turismo depredador. Resulta que después de las Expediciones BIO 2017 que hicieron famoso el cañón, antes inhóspito por cuenta del conflicto armado del Oriente antioqueño que lo convirtió en corredor estratégico en disputa entre paramilitares y Farc, empezaron a llegar las hordas de turistas y lo que fue siempre un río cristalino y una reserva muy conservada empezaron rápidamente a deteriorarse por los excesos de los visitantes.
Eso siguió pasando hasta que a inicios de 2020 una investigación que la misma comunidad pidió sobre los impactos del turismo en la zona arrojó que si bien esta actividad había generado grandes beneficios a unas pocas familias, en general lo que había causado era un fraccionamiento entre vecinos y habitantes de toda la vida y un evidente riesgo al cañón que con tanto esmero habían protegido.
Así que cuando llegó la pandemia y los citadinos empezaron a buscar lugares para huirle al encierro, los habitantes del cañón del Melcocho decidieron que era el momento de decir basta y concertaron la decisión de restringir el acceso, instalaron una talanquera y esa acción se convirtió luego en el Centro de Atención, Información y Cultura Ambiental (Caica), una organización de base comunitaria que se encargó de establecer un turismo regulado en el cañón, estableciendo una capacidad de carga, restringiendo el acceso masivo, garantizando que los beneficios económicos por la actividad se queden en la propia comunidad y cerrándole el paso a los privados externos que pretendan llegar allí a hacer solo negocio llevando cientos de turistas sin dejar ningún beneficio en lo social, económico o ambiental.
David Echeverri, director de Bosques y Biodiversidad de Cornare, explicó que la posibilidad de que el turismo sea sostenible en un área natural sensible como lo son las áreas protegidas depende del alto conocimiento ecológico de la zona y de la concertación comunitaria. Por eso apuntó que es fundamental que la actividad turística se ciña a los ciclos ecológicos, que respete el funcionamiento de ese organismo. Por ejemplo cerrar el turismo cuando hay temporada de apareamiento, o cuando por condiciones climáticas la presencia humana podría generar alteraciones en estas áreas (en sequías o en tiempos de lluvias).
En Colombia hay pocos ejercicios exitosos como estos en los que se prioriza la decisión de las comunidades sobre los tiempos en los que se puede hacer actividad turística en áreas protegidas. Está, por ejemplo, el caso del Tayrona en el que los indígenas de la Sierra Nevada ordenan los tiempos en los que el llamado Corazón del Mundo tiene que respirar y regular sus ciclos, y por lo tanto se cierra durante varias semanas a los turistas. Es lo único que ha permitido que el turismo masivo y depredador en el Tayrona no termine por colapsarlo.