Arnulfo puede pasar de una reunión con adultos a un juego con niños y niñas en cuestión de dos horas. Puede salir después caminando cuesta arriba, por las estrechas calles del barrio donde vive a un evento para conocer propuestas y proyectos de adolescentes y jóvenes; y, más tarde, bajar de nuevo a un encuentro con mujeres lideresas para ultimar detalles de una feria comunitaria de fin de año.
En Bello Oriente, en lo más alto de la comuna Manrique, es una fuerza que inspira, un mentor, un consejero, un motor que impulsa el movimiento de un engranaje que avanza, como casi en ninguna otra parte de Medellín, en forma de vecindad, de liderazgos que trabajan por propósitos comunes.“Es el papá de los pollitos, un referente para todos nosotros”, dice Wilmar Quintero, director de la Fundación Caminos, una de casi 15 organizaciones de ese sector donde convergen iniciativas y luchas sociales con las necesidades más imperantes de la comunidad.
A Arnulfo Uribe Tamayo no le gusta el protagonismo, huye de las vanidades y los egos que considera inherentes a los seres humanos. Pero su esencia misma lo convierte en el personaje con el que todos tienen algo que ver, al que todos saludan cuando pasa caminando con la mochila tejida colgada al hombro, luciendo la barba gris y larga de la que a veces asoma una trenza.
Lea también: El aporte de las mujeres talentosas de Medellín galardonadas en el concurso que tumbó un reinado hace 20 años Es el invitado especial para construir planes y proyectos, para articular propuestas, para cerrar procesos, para gestionar apoyos. Es al que los niños y niñas le cuentan con algarabía, pegados a la manga de su camisa, que ganaron el año escolar, mientras él comparte su alegría a punta de sonrisas y prometiendo ver una película al día siguiente.
Arnulfo llegó a Bello Oriente desplazado, como muchas familias que habitan ese territorio, hace casi 30 años. Desde entonces, se vinculó a la comuna como ella a él, perdió la condición de nómada que creyó que tendría toda su vida y se arraigó. Allí ha sido fundamental en un proceso de ciudadanía, de colaboración para construir un plan de vida barrial con las Juntas de Acción Comunal, las iglesias, todas las organizaciones que trabajan desde distintos frentes, en contra del hambre, por la educación, la vivienda digna, el agua potable, un mejor transporte, la cultura, el deporte.Fue así que encontró una perspectiva distinta de la arquitectura, la carrera que estudió en la Nacional, pero que no ejerció de forma convencional porque prefirió una arquitectura humana que le permitió, dice, “hacer una lectura del territorio desde la sabiduría social, desde la sabiduría de los vecinos”, para construir.Nació en Caldas, al sur del Valle de Aburrá, pero su padre consiguió trabajo en la textilera Rosellón, en Envigado, y se fueron a vivir a La Mina, un barrio en ese entonces popular con un fuerte movimiento de acción comunal que marcó su camino desde la infancia. Su abuela le enseñó a encontrar sentido a la existencia en el servicio desinteresado, ella hacía las veces de médico de la vereda, de los más pobres que no tenían para ir a una consulta, a quien le llevaban los niños enfermos para que los sanara. De su madre aprendió lo mismo cuando la veía poner inyecciones o trabajar de voluntaria en el centro de salud, cuando se vinculaban a causas sociales y promovían la educación de los más pequeños.
Pero fue en los niños y niñas que encontró la certeza del camino que quería seguir. Tendría entre 18 y 19 años cuando le hizo un favor a una amiga que trabajaba en el Icbf. Aún estudiaba en el colegio Inem, que considera su verdadera universidad, donde estuvo en el consejo estudiantil los seis años del bachillerato, desde donde pudo recorrer la ciudad, conocer personas diversas, acercarse a movimientos y autores revolucionarios.Cuando llegó al salón en el que trabajaba su amiga, en época de teléfonos fijos, ella tuvo que salir para atender una llamada. El aula, recuerda Arnulfo, se convirtió en una explosión de alegría, de estudiantes parados en las sillas, riendo a carcajadas, hablando duro. Algo que hoy muchos considerarían indisciplina fue para él casi una señal que se reforzó cuando al rato, sentado en la yerbita con la profesora durante el recreo, los pequeños se acercaron, lo cogieron, lo arrastraron y lo revolcaron jugando como si fuera un muñeco gigante: “Experimentaba que me habían tocado por dentro, y empezó el camino de visitar barrios, como se dice, injusticiados de nuestra sociedad. Ahí me fui encontrando con niños todo el tiempo”.Estuvo en Moravia trabajando con menores de edad que se quedaban solos cuidando a los hermanitos más pequeños; trabajó con niños y niñas de la calle durante ocho años y así nació, hace más de tres décadas, el Centro de Mejoramiento Humano El Refugio, hoy con sede en el barrio Loma del Barro, entre Sabaneta y Envigado, con un enfoque de prevención.
Además puede leer: Búsqueda inversa: así van tras la pista de las familias de personas desaparecidas para entregarles los cuerpos ya identificados Allá, Arnulfo terminó siendo presidente de la JAC y fue forjando el camino que luego lo llevó a Bello Oriente. Sandra Arias una joven que habita el barrio, lo considera la memoria viva del territorio, el que les habla de la historia, de los convites para no dejarse ganar por la violencia, para unir a la gente a persistir en luchas que no dejan de darse a pesar del paso de los años.
Hace quince construyeron el Plan de Vida Barrial, Árbol Red, que ha mantenido articuladas a las organizaciones enfocadas en el mismo deseo de desarrollo y calidad de vida, de respeto a los derechos humanos y de oportunidades. Eso ha permitido situaciones bellísimas, como que la gente diga que nunca en el barrio se comió mejor que durante la pandemia, porque todos esos liderazgos, incluso por encima de la institucionalidad, se volcaron para que nadie pasara hambre. Por eso hoy, cualquier persona o entidad que llegue con propuestas acude a la red para discutir y presentar rutas de trabajo.Y en todo esto Arnulfo es considerado un actor que aglutina esfuerzos, ya sea desde las sedes de las distintas organizaciones a las que lo invitan a construir, a dar un punto de vista, o desde la ludobiblioteca, que forma parte de la Red de Bibliotecas Populares y Comunitarias de Antioquia y que es un espacio comunitario que representa la esencia de esa red que ha impulsado desde que llegó al barrio y alrededor de la cual se han tejido propuestas de salud mental, medioambiente, educación, producción audiovisual, arte, cultura, deporte, seguridad alimentaria y otra cantidad que no cabe en esta página.
Ahora, de la mano de Arnulfo, están enfocados en una apuesta ambiciosa luego de que por fin, tras seis alcaldías con las que lo habían intentado, la actual le prestó atención a su plan barrial y priorizó la línea de educación ecohumana y liberadora, para lo cual se vincularon de lleno con el colegio, a donde han llevado teatro, serenatas para los adultos mayores, ferias de familia, recorridos con los profesores por todos los sectores, como una red que tiene todo para nunca romperse.
Y una de las formas, está convencido Arnulfo, es entender la importancia de que todo el barrio sepa lo que se está haciendo, como le dijo hace poco una vecina, porque nadie debe sobrar, porque nadie puede no ser vecino, porque no hay alguno que esté de más. Y así esperan que en Bello Oriente, que se ha tejido con población desplazada del Urabá, Chocó, Ituango, otras zonas del departamento y con migrantes y refugiados venezolanos, logre cosas tan ambiciosas como que algún día una estación de metrocable llegue hasta allí, a lo más alto, donde el cielo parece estar tan cerquita.