La madrugada del 8 de diciembre de 2024 quedará marcada en la historia de Siria como el día en que la familia al Asad perdió el control que había mantenido por más de medio siglo.
Tras 11 días de ofensiva, la coalición de rebeldes liderada por el grupo islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS) tomó Damasco (la capital), provocando la huida de Bashar al Asad y su familia hacia Moscú. Esta caída no fue producto del azar. Desde el 27 de noviembre, la ofensiva de los rebeldes avanzó de forma imparable, conquistando ciudades estratégicas como Alepo, Hama, Daraa y Homs. Fue la operación militar más contundente desde que comenzó la guerra civil en 2011. EL COLOMBIANO habló con Janiel Melamed, internacionalista experto en seguridad, quien afirma que los hechos “redibujan el balance de poder de varios actores tanto estatales como no estatales en el Medio Oriente”.
El HTS ha emergido como la fuerza dominante tras la salida de Bashar al Asad. Aunque este grupo se desvinculó de Al Qaeda en 2016, muchos países y organismos internacionales aún lo consideran una organización terrorista. Esto genera una gran preocupación para la comunidad internacional, especialmente la Unión Europea y Estados Unidos, que ven con recelo la llegada de un grupo islamista al poder.
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La Unión Europea, por su parte, ha dejado en claro que, aunque celebra la caída de una “dictadura cruel”, también teme un “escenario de caos” similar al que se vivió en Libia tras la caída de Muammar Gaddafi en 2011. Las principales preocupaciones se centran en evitar una nueva crisis migratoria y el resurgimiento de grupos yihadistas como el Estado Islámico (ISIS).
Desde la Comisión Europea, la presidenta Ursula von der Leyen advirtió que este “cambio histórico en la región ofrece oportunidades, pero no está exento de riesgos”. La posibilidad de un desorden generalizado ha llevado a países como Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca y Noruega a suspender los trámites de asilo de personas sirias. La experiencia de Libia sigue fresca en la memoria de los líderes europeos, quienes ahora enfrentan la tarea de contener una posible crisis migratoria.
Para evitar el colapso total, se ha propuesto fortalecer la ayuda humanitaria y económica en Siria, incluso levantando algunas sanciones. Sin embargo, la incertidumbre sobre cómo gobernará el HTS mantiene en vilo a la comunidad internacional.
La caída de Bashar al Asad es también un duro golpe para Irán, que había mantenido a Siria como un eslabón clave en su “eje de resistencia” contra Israel. Desde el inicio de la guerra civil, Teherán envió asesores militares y milicias chiítas para respaldar al ejército sirio. Este control sobre Siria le permitía a Irán apoyar al grupo Hezbolá en Líbano y fortalecer su presencia en la región.
Para Janiel Melamed, Rusia e Irán esta vez no pudieron ejercer su poder porque “cada uno ha sufrido internamente golpes estratégicos muy grandes”, dice, recordando que Rusia está concentrada en la guerra en Ucrania mientras que Irán también se ha visto debilitada tras la acción y reacción contra Israel.
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Sin embargo, la salida de Al Asad y la llegada de un grupo islamista al poder debilita gravemente la influencia de Irán en la región. Con la caída de Damasco, Hezbolá también ha perdido fuerza, “hay que tener en cuenta que este grupo es uno de los ‘proxis’ de Irán con los que aspiraba tener un control regional a través de su llamado Eje de Resistencia”, dice Melamed. Además, hay que recordar que en los últimos meses, Israel lanzó ataques que terminaron con la muerte de Hasan Nasralá, líder del grupo chiíta libanés, lo que dejó a Irán sin uno de sus principales aliados en la región.
Mientras la incertidumbre se apodera de las cancillerías del mundo, en las calles de Damasco el ambiente es de fiesta. La Plaza de los Omeyas fue el escenario de las celebraciones de miles de ciudadanos que, entre gritos y el sonido de bocinas de carros, celebraban el fin de la era Al Asad.
Sin embargo, la euforia también trajo momentos de descontrol y vandalismo. Los edificios de los servicios de seguridad fueron incendiados por la multitud, mientras otros saquearon la embajada de Irán, un símbolo de la presencia extranjera en el país.
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El camino hacia una nueva Siria no será fácil. La entrada de un grupo islamista radical en el poder ha generado dudas sobre el respeto a los Derechos Humanos, la convivencia entre las minorías (suníes, alauitas, cristianos y kurdos) y la estabilidad de la región.
Desde Europa, los diplomáticos insisten en la necesidad de garantizar una “transición pacífica y ordenada” que evite una nueva crisis migratoria. Sin embargo, algunos líderes prevén un futuro complejo.
Julien Barnes-Dacey, analista del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales, advirtió que “existen preocupaciones sobre lo que vendrá después, dado el profundo fracaso de las recientes transiciones regionales, como en Libia”.
La huida de Bashar al Asad a Moscú ha generado críticas y especulaciones. Mientras el Kremlin le concedió asilo por “motivos humanitarios”, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dejó claro que “Asad debería rendir cuentas” por las violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante su mandato.
La salida de Asad es una victoria agridulce. Por un lado, se celebra el fin de una dictadura, pero, por otro, se teme que la inestabilidad en Siria se convierta en un caldo de cultivo para el extremismo y la violencia.
Moscú ha dejado claro que, a pesar de haber concedido asilo a Al Asad, mantendrá el diálogo con los nuevos dirigentes sirios. Pues si bien es otro de los grandes perdedores, el Kremlin “buscará proteger sus bases militares e instituciones diplomáticas en el país”, expresa Melamed.
Mientras tanto, Estados Unidos ha adoptado una postura de vigilancia. Aunque Biden celebró la caída de la “dictadura cruel”, también advirtió sobre la necesidad de que el mundo esté “preparado para lo que viene”.
La caída de Bashar al Asad marca también el inicio de una nueva era para Siria y la región de Medio Oriente. La incertidumbre se cierne sobre la gobernabilidad del país, la reacción de los actores internacionales y el futuro de las minorías étnicas y religiosas. Las piezas del tablero se están moviendo y la historia de Siria aún no está escrita.
“La geopolítica regional cambió y en ese sentido la caída de al Asad deja unos vacíos de poder que serán reconfigurados por otros actores regionales”, afirma Melamed. El vacío de poder que deja la caída de Bashar al Asad en Siria abrió la puerta a una serie de grupos rebeldes con agendas y objetivos diversos. Si bien el más destacado es Hayat Tahrir al-Sham (HTS), antes conocido como Frente al-Nusra, la rama siria de Al Qaeda, hay otros detrás que fueron claves para lograr la caída de Damasco.
Este grupo, liderado por Abu Mohammed al-Joulani, se presenta como una alternativa entre el Estado Islámico y Al Qaeda, buscando una perspectiva menos extremista y más conciliadora. Si bien es un grupo islamista, permite ciertas libertades a las minorías, como la presencia de iglesias cristianas en su territorio, aunque con limitaciones.
Además de HTS, hay otros actores clave que también esperarán tener voz en un nuevo Gobierno. Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), grupos islamistas radicales y milicias respaldadas por Turquía. Si bien la salida del régimen ha sido motivo de celebración, para Melamed, hay serias preocupaciones. “Es muy difícil que haya un Gobierno de unidad, porque precisamente el grupo de rebeldes tiene intereses estratégicos divergentes”, expuso.
Durante años, Rusia e Irán fueron los principales aliados de al Asad. Irán utilizó a Siria como un eslabón estratégico para abastecer a Hezbolá en Líbano y mantener su influencia en la región. Rusia, por su parte, desplegó tropas y fuerzas aéreas para proteger el régimen de Al Asad, además estableció bases militares clave en territorio sirio.
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Desde occidente, el principal interés de EE.UU. es evitar el resurgimiento del Estado Islámico y controlar la influencia de Irán en la región. Por lo cual, la caída de al Asad podría dar una nueva oportunidad a Estados Unidos para forjar alianzas con los nuevos actores del poder en Siria. Mientras que la Unión Europea, al igual que la ONU, se mantiene cautelosa. Temen una nueva crisis migratoria similar a la que ocurrió tras la caída de Gadafi en Libia en 2011. El riesgo de que Siria se hunda en un caos prolongado, con múltiples facciones enfrentadas por el poder, pone en alerta a los países europeos.
El control de Damasco por parte de HTS y la coalición de grupos rebeldes ha generado expectativas sobre la formación de un nuevo gobierno. Sin embargo, el escenario no es sencillo. La falta de un liderazgo claro podría llevar al país a enfrentamientos internos que podrían desencadenar un panorama peor. Para que haya un Gobierno de transición efectivo, se espera que los actores internacionales, especialmente la ONU, faciliten un proceso de diálogo entre los grupos rebeldes.
La historia de Libia tras la caída de Muamar Gadafi es una advertencia de lo que podría ocurrir en Siria. Tras la muerte de Gadafi, Libia se sumió en una guerra entre grupos rivales donde cada uno estableció sus propios “gobiernos”. La falta de un liderazgo permitió la expansión del Estado Islámico y la intervención de intereses extranjeros que mantienen al país en caos.
En Siria, la presencia de HTS como fuerza dominante podría ser una diferencia clave. HTS ha intentado presentarse como una organización conciliadora que no busca la “yihad global”, sino que está enfocada en Siria. A diferencia del caos total en Libia, HTS tiene una estructura de mando. En Idlib (noroeste de Siria), por ejemplo, ha demostrado cierto orden administrativo.
No obstante, la posible llegada de más grupos rebeldes y la fragmentación del poder podrían generar un escenario similar al de Libia. Aunque Melamed no es tan optimista y afirma que “no hay condiciones para la transición a un Estado funcional, hay un Estado fallido”.