Medardo Pulido se define como un hombre con un femenino exacerbado al que le gustan los hombres, un “marica”. Así, sin amagues o eufemismos que le den sutileza a la manera como nombra su identidad sexual.
Es uno de los referentes de la comunidad Lgbtiq+ en Medellín, aunque él no se refiere a su cofradía de esa manera. Para explicar su postura, hace un recorrido histórico por el movimiento que reivindica los derechos de su comunidad, para desembocar en el porqué prefiere el término de “maricas”, que según apunta se remite al nombre de María como personificación de lo femenino y por extensión se aplica para hombres que tienen su lado femenino a flor de piel. No en vano algunos han adoptado como símbolos las mariquitas y mariposas, pero despojando esas palabras del sentido peyorativo. Medardo nació en La Unión (Oriente antioqueño), dentro de una familia tradicional. El acuerdo era que el papá orientara la crianza de los seis varones, y la mamá, de las siete mujeres. Pero en medio de esa prole numerosa en la que él ocupaba el penúltimo puesto, quienes terminaron llevando la batuta en esos menesteres fueron las hermanas mayores.
Cuenta que su afeminamiento lo explicaban como producto de la debilidad y los mimos tras la fiebre reumática que lo alcanzó a los doce años. Total que jamás hubo mayor presión para que actuara de forma más varonil.
La discriminación se notaba, no obstante, de forma sutil, por ejemplo, en los reclamos de un hermano porque él no salía de la cocina o el día en que un familiar llegó borracho y le dijo a otro hermano que él sí era todo un varón. Solo que ya adulto y cuando murió ese allegado resultó “desenmascarado” en el momento en que desfilaron sus novios. Pasar de la escuela de solo niños a un colegio mixto resultó una experiencia feliz para Medardo por el encuentro —y la identificación— con las niñas. Ahí tampoco hubo mayor inconveniente, pues desde chiquito le brotaron también sus dotes artísticos y se ganaba la protección de los artífices cotidianos del matoneo haciéndoles los dibujos que les ponían de tareas.
En la generalidad del pueblo, la fama de buen estudiante y artista talentoso también resultaba un buen antídoto contra chanzas de mala leche. Solo que el costo era mantener dormida las pulsiones de atracción sexual hacia sus compañeros de clase.
“Me tocaba hacer una negación y toda esa energía la desviaba hacia el arte”, cuenta.
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Al finalizar el bachillerato —y sin consultarlo siquiera— un hermano le consiguió el formulario para que se presentara a Medicina en la Universidad de Antioquia, a la vez que él se inscribió a Arquitectura en la Universidad Nacional.
En la U. de A. pasó a bacteriología, la segunda opción, y empezó, pues la Nacional estaba en paro, pero tan pronto se resolvió la anormalidad allí, se encarretó diseñando sueños de cemento. “Yo quería ser un arquitecto ‘pupi’, hasta que me encontré con lo social”, relata.
Los únicos dos trabajos en esa profesión, tras egresar fueron en la oficina de Planeación de su pueblo natal y en la asociación de municipios del Oriente antioqueño (Masora).
Solo fueron ocho años de su vida, porque de ahí en adelante se enfrascó en la militancia. Su primera experiencia organizativa fue en 1998 con un grupo de gais reunido alrededor de la idea de un sacerdote para compartir las inquietudes de ser “diferentes” en una sociedad donde solo se admitía ejercer como hombre o como mujer. Esto terminó llamándose Amigos Comunes.
Coincidió igualmente con su ingreso a la U. de A. a cursar una maestría en evaluación de proyectos y también con el encuentro de la forma resuelta como en la alma máter los gais ejercían la sexualidad.
Recuerda que una vez invitaron a Amigos Comunes a un programa de Teleantioquia y su vocero apareció con un antifaz, lo cual generó una reflexión interna acerca de la necesidad de visibilizarse y empoderarse.
Comenzaron a salir cogidos de las manos por las calles, iban a chupar cono y se intercambiaban la crema como hacen los enamorados heterosexuales y hacían carreras de tacones en los parques.
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“La idea era tirar todas las plumas posibles, el asunto era que la gente se empoderara”, apunta. Desde el 1998 ya existía la Marcha del Orgullo Gay en Medellín pero los Amigos Comunes dieron el salto de lo exclusivamente performático a lo pedagógico y así nació la programación de todo un mes de la diversidad que combina actividades lúdicas y académicas para culminar en el desfile que muchos tienen en la mente por las pintas estrafalarias que salen a escena por las calles de la ciudad.
También vinieron las fiestas diurnas para la comunidad, las caminatas y los ciclos de cine rosa. En 2003, de la mano de Medardo y de otro compañero de causa, nace la Corporación El Solar, inspirada en las enseñanzas que dejó Leon Benhur Zuleta, el pionero del Movimiento por la Liberación Homosexual en Colombia. Ahí adoptaron un enfoque de derechos humanos y comenzó también el Día de la No Homofobia, que se conmemora cada 23 de agosto, siendo también pioneros no solo a nivel nacional sino internacional.
“León –que había sido asesinado a puñaladas en 23 de agosto de 1993– nos hace caer en cuenta de que la homosexualidad es un tema de derechos humanos”, recalca Medardo.
Bajo la sombrilla de El Solar, Medardo incidió igualmente en la formulación de la política municipal de diversidad sexual en Medellín y desarrolló distintos proyectos dirigidos a la comunidad Lgbtiq+.
Diego Sierra, integrante de la Corporación IPC, resalta que Medardo es uno de los más emblemáticos líderes de la comunidad gay en nuestro medio y que ha tenido que ver con cuanta campaña y gesta reivindicativa ha ocurrido en tres décadas. Un digno heredero del pensamiento de Zuleta.
En 2008 dejó su visibilidad social para cuidar a su mamá, anciana y enferma, pero cuando esta falleció, volvió a una corta incursión por la política, como parte del movimiento Estamos Listas, y en proyectos desde la alcaldía de Daniel Quintero. Sin embargo, no encajó en una institucionalidad que le imponía límites a sus rutinas y métodos de trabajo y renunció a los cuatro meses. Pulido afirma que desde entonces se la ha jugado por vivir en medio de esa soledad que le gusta tanto, cerca de su familia, pero independiente de ella, y prefiere mirar el movimiento gay desde el balcón. “Solo acepto invitaciones a fiestas, clausuras y cosas buenas”, dice.