La palabra incunable es una que no diría mucho hoy en día y menos si está relacionada con libros. Aún así, los incunables son aquellos libros impresos entre el año 1450 y 1501, es decir, tras la revolución en el saber que trajo la imprenta de letras móviles inventada por el orfebre alemán Johannes Gutemberg en la ciudad de Maguncia cerca del año 1451.
Por estar tan cerca temporalmente a “su cuna”, es que reciben este nombre proveniente de la palabra en latín incunabula. En síntesis, son aquellos libros que tienen más de 500 años de vida, cinco siglos encima, ¡Medio milenio en sus lomos!
Ahora viene el dato sorprendente: ¿y si le dijera, amable lector, que algunos de estos antiquísimos libros –más viejos que su tatarabuelo– están en Medellín?
Estas joyas literarias no solo son importantes porque narran historias de épocas perdidas o porque tocan temas muy adelantados a su tiempo. Sino también porque dan testimonios de resistencia pues no solo han sobrevivido a los vaivenes de los conflictos políticos y religiosos europeos, así como a la convulsa historia colombiana que muy seguramente los tuvo en más de una ocasión al filo de desaparecer en una hoguera.
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Hoy –gracias al esfuerzo de varias universidades– están para el disfrute de quien quiera adentrarse en sus centenarias páginas. Este es el un recorrido por los tres libros más viejos que hay en Medellín.
La Universidad Eafit es el baluarte que alberga el libro más viejo que tiene Medellín. Su “guardián” es Santiago Zapata, coordinador de la Sala de Patrimonio documental de la biblioteca. Él es un hombre de 33 años, cuya imagen dista mucho de la que el imaginario popular brinda de los libreros, mas cercana a viejos huraños de descuidada barba blanca. Él es amable y solemne, y con el mismo trato saca de una particular caja, que la mantiene viva, a la “joya” de la Sala.
El libro se llama El arte de amar y Remedios para el amor, y su autoría recae en el poeta romano Ovidio. Por esto, está escrito en latín. La responsabilidad de retomar las ya antiguas palabras del poeta recayó en Joannes de Tridino, quien imprimió la obra en la italiana Venecia por allá en mayo de 1494, es decir, casi un año después de que Colon regresara a España a anunciar que había hallado un nuevo mundo.
Esto hace al de Eafit el único incunable –en todo el rigor de la palabra– de la ciudad.
El libro se divide en dos partes. En la primera Ovidio cuenta sus poemas del amor e incluso trae consejos para conquistar a la amada o amado, así como para mantener robusta una relación amorosa. Sin embargo, todo un visionario, Ovidio también escribió en la segunda parte del libro los consejos para sobrellevar al desamor.
Es decir, este libro de 530 años habla de cómo conseguir pareja y hasta de cómo sobrevivir a una tusa amorosa; contenido que haría viral a un “tiktoker” hoy en día.
“Esta edición en particular recoge algunas de las anotaciones posteriores que se hicieron a través de las ediciones pasadas. Y eso es algo positivo que se ve en los incunables. Como no había mucho control editorial, el autor agregaba los comentarios sin filtros lo que muestra de mejor manera como fue recibida la obra”, comentó Zapata sobre el texto.
Otro de los detalles más relevantes de este libro es que incluso se ven las márgenes que hace más de 500 años se trazó el impresor sobre el papel con algún carboncillo para que la dirección del texto quedara recta.
Además, hay letras capitulares con curiosos arabescos basados en conceptos zoológicos y hasta cristianos. Las letras a veces asemejan plantas, animales y uno que otro diablillo. La lectura del texto, que está pegado sin puntos apartes, se hace por columnas y no de corrido como hoy en día se usa.
Según contó Zapata, el libro llegó a Medellín luego de que el exdirector del centro cultural de la Biblioteca, el escritor Héctor Abad Faciolince, lo encontrara en una librería noruega. Tras ver la importancia de la joya para empoderar la sala patrimonial, Faciolince hizo la gestión para que se consiguiera el libro. Por fortuna su petición fue escuchada y el libro llegó a la ciudad en 2015.
Pero el libro de Ovidio no es el único centenario texto que hay en Eafit. Allí también reposa uno impreso en 1506 que trata sobre la Sexta Partida de las siete que escribió el rey de España Alfonso X de Castilla entre 1256 y 1265. Este otro casi incunable fue impreso en la ciudad de Salamanca, en el taller de Domingo de Portonarijs, el “impresor de su católica majestad”.
El texto, en muy buen estado pese a su casi medio milenio de vida, cuenta como el gran rey unificó parte del código jurídico y normativo de su feudo que se extendía en ese entonces a Castilla y León. Tiene 116 páginas, 19 capítulos y 232 leyes en las que abordó el derecho de sucesión o de heredad, e incluso las disposiciones que el Estado debía de tener con los huérfanos, lo que daba cuenta de lo adelantado que estaba el “rey sabio” para su tiempo.
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Este libro fue una de las joyas que tenía la librería El Carnero en Bogotá y que posteriormente fue adquirida por Eafit en 2003. De su origen previo poco se sabe, aunque de por sí ya es admirable que haya sobrevivido al auge y la caída del imperio español así como a dos guerras mundiales. Eso sin contar los vericuetos tal vez vividos en tierras colombianas.
Otro de los textos antiguos de la ciudad se encuentra en la Universidad de Antioquia. Allí poseen un libro del año 1612, casi 200 años más antiguo que la misma universidad.
El libro se llama Códigos del Sacratísimo emperador Justiniano el Augusto, conocido como Justiniano I, el emperador bizantino al que occidente le debe tanto en materia jurídica.
La recopilación de las ideas de Justiniano I las retomó hace 412 años el jurista Dionisio de Godhofredi en el enorme texto.
“Es un documento encuadernado artesanalmente cuyo proceso de montaje pudo haber tomado casi tres años porque no solo había que preparar las ideas sino los materiales que son muy artesanales. Todo eso sumaba días, meses, años. Godhofredi mezcló latín y griego en ese libro uniendo lo pagano y lo sacro porque él quería llegar a un público más amplio”, explicó José Luis Arboleda, coordinador de gestión cultural y patrimonio de la red bibliotecas de la UdeA.
Las cubiertas del libro son en piel de carnero o cabra y en su primera página tiene algunos apartes en tinta roja, lo que da cuenta de los “lujos” de la época. Además su exlibris (marcas de propiedad en la cubierta) es un león rampante muy detallado, rodeado de abejas, que sostiene un listón que en latín dice “de los fuertes la dulzura”.
El dibujo no solo decora sino que cuenta detalles. Por ejemplo, la ciudad de origen del libro es Lyon, Francia. Y lo otro es que aunque parece que el león fuera un dibujo, realmente surgió de un linotipo esculpido para acompañar la impresión hecha en el taller de los hermanos Petri.
“Es más, 500 años después si hoy frotáramos el grabado, este todavía soltaría tinta”, detalló Arboleda.
Según comentó el coordinador, el libro llegó al continente junto a la gran colección de más de 6.000 textos que trajeron los frailes franciscanos hace ya tantos años por la ruta España-Cartagena-Magdalena. Estos frailes, fundadores de la Universidad, usaron dichos libros para dar sus cátedras iniciales en el Colegio de San Francisco en donde hoy es el paraninfo de San Ignacio.
Sin embargo, las guerras independentistas y la seguidilla de luchas intestinas entre liberales y conservadores que tanto desdeñaban de los textos, fueron diezmando la colección hasta dejarla en apenas 186 sobrevivientes entre los que resalta esta joya.
De ahí en adelante, los libros tuvieron que sobrevivir de algún modo arrumados en oscuras bodegas y en espacios indignos para su majestad.
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“Si bien al principio se salvó gracias al cuidado de los franciscanos, tal vez por 300 años el libro estuvo a la deriva. Apenas desde 1935 se le comenzó a dar un cuidado especial. Y ya en forma una conservación de mayor rigor por parte de la Universidad desde la década de los 80 con el plan de custodia de estos patrimonios”, comentó Arboleda.
Miller Castrillón Calle es el joven historiador y coordinador de la Sala Patrimonial Jaime Jaramillo Uribe de la sede Medellín de la Universidad Nacional. Él es el custodio de varios documentos importantes para la historia, la ciencia y la cultura. Entre los textos hay uno guardado en un empaque especial que parece más el estuche de una carísima joya.
Miller lo saca con sumo cuidado y se lo ofrece al fotógrafo Julio Herrera. “¡Acá tenemos al protagonista!”.
Es un libro pequeño, casi tan grande como un cuaderno, llamado Tratado de la Confianza en la Misericordia de Dios. En su primera página es bien legible la fecha de su publicación: 1725. Es decir que data de 64 años antes de la Revolución Francesa.
El libro fue impreso en Barcelona, España, toda vez que en ese tiempo la imprenta no era un elemento que fuera muy popular en el nuevo mundo. Su autor fue el obispo Jean Joseph Languet, obispo de Soissons, en Francia.
Este libro es especial toda vez que en internet aparece que su traducción más conocida fue en 1793. No obstante el ejemplar de la Nacional ya venía en castellano.
Las tapas del libro son en badana de cordero, y aún se conservan parte de las agarraderas que traía. El texto toma el concepto del tratado que es una forma didáctica de enseñar ideas complejas, como en este caso es la de la misericordia divina.
El libro trae dedicatoria a don Manuel de Benavidas y Aragón, el conde de Santistevan, acrósticos, así como algunas críticas que Languet hizo contra algunos de sus detractores.
Al igual que con los textos anteriores es muy posible que las enseñanzas de Languet hayan influenciado la doctrina cristiana del continente durante la colonia.
Aparte de los cuidados actuales que incluyen su almacenamiento en cámaras especiales y el cuidado de expertos, en el consenso de los custodios los libros se han logrado conservar por tanto tiempo por varios factores, entre ellos su manufactura más rudimentaria.
“Sus papeles, al ser más artesanales, son de mayor grosor y resistencia (incluso fueron hechos con derivados del algodón) lo que los hace más fuertes que los papeles de hace 100 años. Además estos materiales orgánicos resisten más los ataques de los bichos, porque el libro es como una persona: absorben humedad, les dan alergias y hongos, y van cogiendo manchas”, añadió Arboleda.
Otro asunto a favor de su conservación es que, a raíz de varios periodos convulsos, los textos debían mantenerse escondidos casualmente en sitios que les brindaban mayores garantías.
“Por ejemplo, el libro de Ovidio es un poema erótico, entonces quien lo tuviera lo guardaba bien porque eran libros censurados que podrían ser incautados y destruidos”, explicó Zapata.
Finalmente los tres hombres concluyeron que tener libros de este calibre traen muchas bondades, la primera es que por su antigüedad se convierten en una ventana para ver como se vivía, pensaba y se escribía hace tantos siglos atrás. Otra ventaja es que aún brindan datos nuevos que dan origen a nuevas hipótesis.
“Leer un texto de estos es una aventura porque cada vez habrá un elemento nuevo que antes se ignoraba. Empezar a ver que habíamos obviado en la lectura inicial puede reflejar cambios en la historia que conocíamos”, añadió Castrillón.
Hay otro elemento no tan intelectual pero si igual de fascinante y es saber quien tuvo los libros durante por lo menos 10 generaciones. “¿Cuántas manos han pasado por él desde que lo hicieron hasta hoy? Es algo muy emocionante de pensar que solo lo puede dar la magia de los libros”, comentó Arboleda, quien tiene 47 años.
Zapata puntualizó en una reflexión importante y es que ahora –aparte de los cuidados que se tienen con ellos– hay que pensar (de manera retadora ante la incertidumbre del futuro) como hacer para que estos textos duren otros 500 años para que sigan transmitiendo conocimientos en la ciudad del futuro.
“Es que la conservación tiene dos caras: una, mantener los libros en la mejor manera posible; y dos, y más importante, es que lleguen a tanta gente como sea posible. Ese es el sentido del patrimonio”, dijo.