Bajo el inclemente sol cartagenero en medio de la ciudad amurallada, el ruido de los carros, el caminar de propios y turistas en la capital de Bolívar, ocurre algo que no figura en ningún catálogo turístico y mucho menos en las agencias de viajes que son estrictamente vigiladas por las autoridades. Hay sitios que figuran como spa o sitios para masajes terapéuticos, pero la verdad es muy distinta. Los lugares esconden una realidad a la que las autoridades le han venido haciendo frente hace años: la prostitución o el turismo de excesos. Y es que mujeres jóvenes —en su mayoría migrantes— vestidas como fisioterapeutas, ofrecen servicios muy distintos a los de relajación muscular. Una fachada simple y efectiva, para burlar controles y continuar una práctica tan antigua como el Corralito de Piedra. La escena que ha llamado la atención se repetía una y otra vez desde las 8:00 de la mañana hasta horas de la noche, lo que inquietó a la Policía y al Distrito. Ofrecen aceites esenciales, música clásica y luces que hacen más llamativos y “tranquilos” estos lugares. Cuando se cierra la puerta después de haber cancelado el servicio —preferiblemente en efectivo— cambia todo. Ya no son masajes, sino que se lleva a cabo el acto sexual que camuflaron con unos supuestos masajes. “Esta es la nueva modalidad que enfrentamos. Ellas prestan servicios de masaje, como si fuera un spa, pero sabemos que la realidad es otra. Sabemos que no están haciendo esto, sino que están en busca de ofrecer servicios adicionales o servicios diferentes”, confirma a SEMANA Bruno Hernández, secretario de Gobierno de Cartagena.Cómo dice la frase: hecha la ley, hecha la trampa, estos sitios de servicios para adultos no dejan de ingeniarse para evadir a las autoridades y poder establecer los sitios en lugares donde transitan familias con menores de edad. Esta práctica no es aislada ni espontánea. Es una respuesta a la presión creciente de la administración local, que desde enero de 2024, bajo el liderazgo del alcalde Dumek Turbay, lanzó una ofensiva frontal contra lo que Hernández llama el turismo de excesos. Ya no se trata solo de controlar los bares o las esquinas: ahora el problema ha aprendido a disfrazarse.“Cartagena se convirtió en un prostíbulo a cielo abierto. Las plazas eran puntos de venta de estupefacientes, las trabajadoras sexuales ocupaban las esquinas y los cartageneros dejaron de visitar su propio Centro Histórico”, dice el secretario con crudeza.En un movimiento sin precedentes, se identificaron siete establecimientos en el Centro Histórico que funcionaban como prostíbulos encubiertos. Fueron cerrados, uno a uno, bajo argumentos legales sólidos: incumplimiento de normas, ausencia de licencias, uso del suelo inadecuado. “No atropellamos absolutamente a nadie. Todo lo hicimos dentro del orden jurídico”, aclara Hernández.Pero el golpe, aunque efectivo, obligó a una mutación. Los proxenetas y redes que operaban en la zona reaccionaron. Las mujeres desaparecieron de las esquinas, pero reaparecieron en sitios cerrados, disfrazados de spas.En los últimos días, cinco de estos lugares fueron cerrados preventivamente. Las investigaciones continúan, ahora, con la Secretaría de Salud como aliada. “Si ellas ofrecen un servicio de masaje, deben contar con un certificado de salud”, afirma el secretario. Y ese requisito será la llave para cerrar aún más locales donde, bajo la apariencia de servicios terapéuticos, se ofrecen prácticas sexuales.La batalla no es fácil. Los operativos se hacen casi a ciegas: se necesita que alguien denuncie o que haya evidencia clara, porque a simple vista todo parece legal. “Son temas muy sensibles. No es a primera vista que uno puede demostrar lo que pasa adentro, pero hemos recibido testimonios que confirman cuál es la actividad real que se ejerce”.El problema no es nuevo, pero nunca había sido tan visible. En el fondo, se trata de una red mucho más compleja. Detrás de los falsos spas hay estructuras que ofrecen alojamiento y transporte, y controlan a las mujeres con amenazas o deudas. La mayoría son migrantes en condición irregular.“Con Migración Colombia el trabajo ha sido clave, porque muchas de ellas están aquí sin papeles, muchas son parte de redes de trata de personas”, explica Hernández.La prostitución en Cartagena no es ilegal, pero sí está restringida por zonas. Esa es una de las herramientas legales que ha usado la Alcaldía: definir dónde puede o no ejercerse este oficio. A la par, se estudia la creación de una “zona de entretenimiento”, una especie de zona rosa regulada.“No queremos llamarla zona de tolerancia porque eso suena a libertinaje. Pero sí una zona con control, porque no podemos desconocer que muchos turistas vienen buscando otro tipo de cosas”, dice el secretario.Los golpes no han sido solo contra los locales. En 2024, la Policía Metropolitana de Cartagena logró desmantelar la banda criminal Los Osos, que operaba en el Centro Histórico vendiendo droga y promoviendo la prostitución. La operación duró cuatro meses. Hubo policías infiltrados, más de 1.300 horas de videos y 23 capturas. Todo bajo un equipo de inteligencia coordinado con la institución policial. Las autoridades han logrado rescatar a 36 menores de edad que estaban siendo explotadas sexualmente. Algunas en la ciudad, otras en corregimientos e islas.“La trata de personas es un flagelo mundial, pero en Cartagena lo sentimos con más fuerza por ser un destino turístico costero. Por eso queremos convertirnos en una ciudad modelo en esta lucha”, asegura Hernández.Porque detrás del aroma de los aceites y los cantos de las gaviotas, también se libra una lucha por la dignidad de una ciudad que se resiste a seguir siendo vitrina del placer ajeno.
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