La artista plástica y gestora cultural Liliana Ángulo fue nombrada como directora del Museo Nacional en abril de este año, tras los problemas de contratación que tuvo la entidad en marzo. La llegada de Ángulo no se dio solamente como un alivio al escándalo sino como una restructuración a la narrativa consolidada desde el museo.
Nació en Bogotá y quiso ser artista porque le gustaba dibujar y pensaba que esa era una vida libre. “Lo que sí tenía claro era que el arte era parte de un proceso de vida, no era titularse en algo y ya”, indica.
Es artista plástica especializada en escultura de la Universidad Nacional y realizó una maestría en artes en la Universidad de Illinois, Chicago. Su carrera ha estado enmarcada dentro de la fotografía, la escultura y el performance.
Ángulo ha estado ligada a la investigación desde sus raíces, cuestionándose las narrativas de representación, memoria y raza en las comunidades afrodescendientes. En su trabajo ha destacado la mirada crítica a la historia del arte desde su obra y la gestión cultural en Bogotá, donde ha ocupado diferentes cargos en instituciones como Idartes y la Secretaría de Cultura de Bogotá.
Todavía no ha podido recorrer el museo por completo como directora porque “lo urgente no da tiempo para lo importante”. Sin embargo, durante esta entrevista tuvo tiempo para caminar entre las salas que guardan las dos obras que ha expuesto en el museo – 'Un caso de reparación' y 'Quieto pelo' – y posó ante la que alguna vez.
Cuando era niña y venía con su madre, consideró como su obra favorita del museo: ‘La mascarilla mortuoria de Candelario’, que había visto en uno de los libros de su casa.
¿Cómo empezó a interesarse por lo temas que ha trabajado durante su carrera?
Acercarme a lo afro fue parte de una exploración personal. Yo nací en Bogotá y mi familia paterna viene del Pacífico. Las primeras exploraciones de escultura fueron a partir del cuerpo, del espacio, de los materiales… pensar el arte desde procesos y no tanto desde productos fue muy valioso para mí. Las temáticas tenían que ver con procesos de investigación. Lo que ahora llamamos investigación creación y como estaban ligados a mi experiencia personal, entonces tuvieron mucho que ver con la idea de lo negro. Esas búsquedas plásticas tenían que ver con cómo tratar de entender cosas que no eran fáciles, ahora pienso que estaba sanando cosas del racismo o reflexionando sobre procesos sociales complejos.
¿Cuándo aparece el Laboratorio de Reparación y Antirracismo que trabajó con el Ministerio de Cultura?
Los laboratorios de reparación y antirracismo son algo que empecé a desarrollar a partir de un proyecto que se llama ‘Un caso de reparación’, que es sobre los esclavizados y afrodescendientes en la expedición botánica. En ese proyecto reviso unos archivos históricos que están en el Jardín Botánico de Madrid y luego traigo su exposición a dialogar con museos como el Museo de Antioquia. Los primeros laboratorios surgieron de eso y buscan trabajar sobre el rol de los museos en la reparación para los pueblos étnicos.
La directora del Museo Nacional, Liliana Ángulo Cortés, posa en entrevista para El Tiempo.
César Melgarejo/ El Tiempo @cesarmelgarejoa
¿Qué busca generar el Laboratorio de Reparación y Antirracismo dentro de las lecturas del museo?
El laboratorio busca generar consciencia sobre las lógicas de poder. Por otro lado, generar propuestas de reparación y antirracismo. El museo puede ser un agente de transformación de ese tipo de situaciones y puede ser consciente del poder que ejerce. Por ejemplo, en las redes sociales publicamos muchas más cosas sobre lo afro, sobre lo indígena… Y el otro día había un comentario en un post sobre el día de los afrodescendientes que decía: 'el Museo Nacional se volvió completamente racista'. A la gente le sorprende ver tantas publicaciones que hablen sobre lo afro, pero, ¿por qué no? Si este es el museo de todos los colombianos. Eso muestra que las dinámicas comunicativas de antes no daban tanta visibilidad a estas cosas.
¿Cómo se desarrolla esa propuesta dentro del Museo Nacional?
Estamos haciendo un diagnóstico de la colección para ver qué tenemos y que no tenemos. Lo interesante, generalmente, es lo que uno no tiene. Hay cosas que tenemos, pero también hay muchos vacíos en comunidades que no están representadas en las colecciones. Diferentes agentes de la sociedad no van a estar expuestos o puede haber un gran desbalance. Puede que la mayoría de los artistas representados en la colección sean hombres blancos y eso va a mostrar las narrativas de un país centralista. También nos pasa que hay unos imaginarios de la región que son muy limitados. El laboratorio hace preguntas a los museos sobre cómo se relacionan la actualidad con esas comunidades, cómo construye comunidad.
¿Cómo se deben leer las piezas que vienen de narrativas diferentes a la actual?
La mayoría de nuestros relatos históricos se construyeron con el inicio de la nación, en el siglo XIX y XX. Eso ha permeado los libros escolares y la manera como entendemos la historia. La mirada crítica actual es importante porque ahora tenemos herramientas para entender esos procesos de manera distinta. Uno puede decir que en esa época todos eran esclavistas, pero también ahora entendemos que el sistema esclavista es la base del capitalismo, de procesos como el extractivismo. Hay lugares en Colombia y en el mundo que se piensan solamente como productores de materias primas. Esa lógica de relación con la naturaleza y con las comunidades es parte de unas herencias coloniales que siguen pesando.
Usted expuso en el Museo Nacional antes de ser la directora, ¿cómo era su relación con este espacio?
Según la curaduría de arte, en la colección del museo solo hay tres artistas afro. El maestro Salvador Rizo, Luis Paz y yo. Para mí era una responsabilidad grande, porque no puede ser que no haya más artistas afro. Tenemos que ser más. Por otro lado, mi visión es una de múltiples, una de muchísimas que puede haber. Les decía a las curadurías que podíamos incluir otros relatos sobre el movimiento social afrocolombiano de acuerdo con las temáticas de las salas.
Liliana Ángulo Cortés posa delante de su obra 'Quieto pelo' en el Museo Nacional.
César Melgarejo/ El Tiempo @cesarmelgarejoa
¿Qué se pretendía con su llegada al museo en abril de este año?
Estamos en un gobierno de cambio y creo que mi llegada representa eso. Tiene que ver con los procesos críticos que yo he tenido alrededor de los museos y mi trabajo como artista y gestora cultural. Es un voto de confianza en mí para lograr transformaciones en esta institución y también la posibilidad para lo que yo represento: soy una mujer afrodescendiente y artista que, además, no proviene de ninguna élite. Es un mensaje respecto a lo que esta institución representa y cómo una persona como yo puede llegar a un cargo como este.
¿Cómo puede hacer la directora del Museo Nacional para cambiar esas narrativas históricas que señala?
El Museo Nacional no es, solamente, estas paredes de la sede en Bogotá. Hay regiones del país donde no hay museos ni nada similar. Podemos ayudar a fortalecer y hacer presencia en esos lugares. También estamos abordando la idea de reparación. A pesar de que este no es un museo colonial, sí tiene unas lógicas de colonialidad y estamos buscando transformar las narrativas, la colección y la manera en que nos relacionamos con las comunidades.
¿Cuál es el primer paso para generar ese cambio?
Con respecto a la colección es importante el diagnostico. Saber realmente qué tenemos y cómo está configurado para generar una política de colecciones. Queremos que por primera vez el museo pueda decir qué debería estar aquí. Siempre hemos recibido muchas donaciones, pero realmente el museo no ha pensado qué es lo que debería estar en él. No es una cosa fácil de hacer porque tenemos dos años de este gobierno y un museo de 200 años no se va a transformar en dos años. Estamos buscando puntualizar en temas estructurales.
Menciona que solamente hay tres artistas afros exponiendo en el museo, ¿qué proyecto se adelanta en ese sentido?
Con el diagnóstico de la colección además de artistas vamos a saber qué hay de las comunidades autónomas presentes y en qué condiciones. Por ejemplo, en términos de lo afro puede que haya muchas pinturas que representan gente negra, pero, ¿cuántas hay hechas realmente por artistas afro? Podemos generar una política de colecciones del museo. Eso implica una transformación de la colección a partir de llenar esos vacíos. Esto lo hacemos a través de un plan de decisiones que no es una tarea fácil porque ningún museo realmente tiene unos recursos suficientes para comprar lo que necesitaríamos en términos de colecciones, pero por lo menos nos da un mapa de priorización.
¿Cuándo tendrán el diagnóstico de la colección?
Está proyectado para que se termine en diciembre y la política de colecciones, esperamos desarrollarla el próximo año.
Liliana Angulo Cortés junto a la Mascarilla Mortuoria de Candelario.
César Melgarejo/ El Tiempo @cesarmelgarejoa
La sala 17 hace parte del proyecto de renovación del Museo Nacional, ¿por qué no se ha abierto al público a pesar de que ya terminó su proceso de curaduría?
En el proyecto de renovación se hablaba de espiritualidades, pero el giro que le dio la curaduría fue sobre lo sagrado en Colombia, entonces trabaja con temas que son muy actuales y que son muy personales para la gente porque es la religiosidad o la espiritualidad o lo que la gente considera sacro. Decidimos hacer un pilotaje porque no queremos generar acción con daño. Es algo que nunca se había hecho en el museo en términos de invitar diferentes grupos para que nos dijeran que perciben la sala. Esta sala va a estar 10 años, entonces no podemos generar ninguna acción con daño con temas como ese.
En este sentido, ¿cómo se institucionaliza lo que se pone en el museo como arte o como objeto?
Un guion de una sala permanente es una narrativa que implica investigación. Están piezas de la colección y otras que se consiguen específicamente para contar esa historia, pero dentro de esa narrativa hay unas piezas artísticas que producen los artistas y hay otras cosas que son objetos de las ritualidades. Nosotros no decidimos si es arte o no. Lo que sí comparto es que el museo tiene poder. Poner algo en el museo le da una connotación que no tiene si uno lo pone en la panadería de la esquina. Claramente el museo tiene poder y en esos términos nosotros tenemos una gran responsabilidad.
¿Para qué un museo?
La idea de museo ha cambiado mucho, o sea, para mí el museo se debe a sus comunidades. Por eso puede ser un punto de encuentro, un lugar de reflexión. Puede ser un lugar de reparación, de reivindicación. Yo creo que el museo tiene la posibilidad de sanar muchas cosas. Por eso creo que es un lugar muy importante en términos de lo mucho que puede posibilitar.
Juan Jose Rios Arbelaez