La paz es un estado frágil que la sociedad debe buscar desde todos sus estamentos: económicos, políticos, militares, ambientales, jurídicos, culturales y, por supuesto, educativos. La Universidad, como institución, no suele ser un espacio particularmente violento, pero tampoco se puede sustraer a las diversas violencias que se viven en la sociedad en general.
La violencia física es la más fácilmente identificable, pero no es, desde luego, la única. De hecho, en ambientes académicos la violencia física es poco frecuente; sin embargo, el reto hoy es identificar, neutralizar y prevenir formas más veladas de violencia, pues la normalización de estas violencias da lugar a un proceso de deshumanización en los individuos expresado en la ausencia del respeto y de la garantía de sus derechos.
Lamentablemente, ciertas manifestaciones violentas han llegado a naturalizarse en las universidades y a considerarse "apropiadas" o supuestamente "benéficas" para los estudiantes. Esto debe encender las alarmas de las instituciones de educación superior, que no pueden seguir argumentando que no recibieron denuncias sobre situaciones de violencia contra los estudiantes o que van a iniciar investigaciones sobre los hechos.
Quienes lideramos instituciones de educación superior debemos suscribir un compromiso real para hacer una reflexión profunda y sincera sobre lo que sucede en nuestros campus y generar acciones de prevención efectivas. Igualmente, debemos preguntarnos por el papel que nos corresponde como directivos y docentes para actuar desde la empatía, la ética y el respeto por los derechos humanos. Es imperativo humanizar la educación superior. Por esto, en la Universidad Militar Nueva Granada, la empatía y el respeto por los derechos humanos y, por ende, los derechos de los estudiantes, forman parte orgánica de los principios que nos rigen en conjunto.
Bajo ninguna circunstancia o argumento, el acto formativo debe ser sinónimo de la naturalización de la violencia.
Como sucede en todos los ámbitos de la sociedad, las múltiples interrelaciones que se dan en una universidad pueden llegar a generar tensiones entre directivos, administrativos, docentes y estudiantes, pero estas diferencias deben darse siempre desde el respeto y la empatía. Esto es especialmente cierto en las relaciones entre profesores y estudiantes: debe haber altos estándares de exigencia, pero siempre mediados por un trato respetuoso, cortés y humano. El docente debe ayudar al estudiante a cumplir los objetivos trazados sin incurrir en tratos irrespetuosos, denigrantes o abusivos.
Así mismo, es muy importante atender aquellos casos en los que se ha vulnerado algún derecho. Debemos reconocer que ejercer violencia genera problemas de salud y es un factor de riesgo psicológico con graves efectos en sus víctimas. La violencia no solo tiene repercusiones cognitivas y comportamentales en los estudiantes, sino también en otros aspectos de su vida que ponen en peligro el libre desarrollo de su personalidad.
El ejercicio del aprendizaje ha de ser un diálogo consciente entre los profesores y los estudiantes para construir un ser humano con valores, autónomo, crítico, capaz de intervenir en la sociedad en la que habita para crear factores de desarrollo y generar cambios benéficos.
Bajo ninguna circunstancia o argumento, el acto formativo debe ser sinónimo de la naturalización de la violencia, y no debe, de ninguna manera, deformar al individuo a través del abuso, la coerción o la falta de garantías. Además, si, como se ha visto, hay aún nichos en algunas instituciones de educación superior en los que persisten prácticas "formativas" que recurren a la burla, al irrespeto y al desprecio por el trabajo del otro, es deber de todos —como comunidad educativa— erradicar esas prácticas y romper ese ciclo. La paz se forja en las aulas.
*Rector de la Universidad Militar Nueva Granada
Mayor General (r) Javier Ayala Amaya, Ph.D*