Doce meses después de que Hamas asesinase en Israel a 1.200 ciudadanos y secuestrase a otros 240, continúa la destrucción sistemática de Gaza con cerca de 42.000 víctimas mortales (sin contar las enterradas entre escombros), y podría estallar una guerra a tres bandas entre Israel, Líbano e Irán.
Alrededor de 100 israelíes son todavía rehenes de Hamás (se estima que 35 estarían muertos). Las negociaciones para liberarlos, con la mediación de Catar, Egipto y EE. UU, han fracasado. Israel acusa a Hamás de exigir demasiado al pedir la liberación de todos los presos políticos palestinos y la retirada total de las fuerzas israelíes de Gaza. Familiares y parte de la sociedad israelí acusan al primer ministro Benjamin Netanyahu de obstaculizarlas con el fin de continuar la guerra, aunque mueran los rehenes.
Desde octubre de 2023 EE. UU insistió a Netanyahu que moderara sus respuestas para evitar una guerra generalizada. Pero el gobierno israelí lo ha ignorado porque considera que el 7 de octubre es una oportunidad para “cambiar Oriente Medio” y “ganar la guerra”.
Israel no ha definido qué quiere hacer en Gaza cuando acabe la guerra. La última idea es vaciar de palestinos la parte norte de la franja, ocuparla militarmente, y expulsar a una parte de los 2,3 millones de palestinos a Egipto o Jordania, u otros países. Esto obligaría a los que se queden a a vivir en la mitad del territorio que hasta ahora habitaban.
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Previsiblemente la guerra contra Hamás proseguirá durante un largo tiempo ya que después de un año sus milicianos continúan resistiendo. Las propuestas de EE. UU y la UE de que la débil Autoridad Nacional Palestina, que gestiona parte de Cisjordania bajo tutela israelí, se haga cargo de Gaza ha desaparecido. Igualmente, la propuesta de Washington y Bruselas de revivir una solución de los dos Estados se ha desvanecido, mientras ni siquiera se alcanza un alto el fuego.
En cambio, es previsible que continúen los asesinatos por parte de Israel de jefes de Hamas, Hezbolá y mandos militares iraníes, como ha ocurrido con el líder de Hamás Ismail Haniya en Irán; y el reciente asesinato de Hasán Nasralá, jefe máximo de Hezbolá, poderosa organización político militar libanesa (un estado dentro del estado) y de varios de sus mandos.
El objetivo estratégico de Israel es debilitar la capacidad de Irán y su red regional de grupos armados que atacan a Israel desde Gaza, Irak, Siria y Yemen. En el largo plazo se trataría de provocar la crisis y caída del gobierno de Irán tras una serie de derrotas militares que deslegitimaran su poder político-religioso. Netanyahu, además, estaría usando la ofensiva para empujar a EE. UU a enfrentarse a Irán y debilitar a la candidata Kamala Harris frente a Donald Trump.
Israel ha redoblado, además, los ataques a Naciones Unidas. Exige el cese del secretario general António Guterres y le ha declarado persona non grata. También quiere cerrar UNRWA, la agencia de la ONU para la protección de 5.9 millones de refugiados palestinos.
Por otra parte, ha rechazado las acusaciones de violaciones sistemáticas del Derecho Internacional Humanitario y las recomendaciones del Tribunal Internacional de Justicia para cesar la operación en Gaza ya que podría incurrir en el delito de genocidio, y las ordenes de detenciones contra altos cargos del gobierno israelí (y líderes de Hamás) de la Corte Penal Internacional.
¿Escalada nuclear?
Israel cuenta con dos pilares para este plan. Primero, el apoyo militar y diplomático de EE. UU y casi toda Europa. Segundo, su arsenal nuclear.
Aunque nunca lo ha reconocido, posee como mínimo 80 armas de este tipo. En 2014 Naciones Unidas le urgió a renunciar a su posesión, adherir al Tratado de No Proliferación Nuclear, y la verificación de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Israel no aceptó estos requerimientos, reservándose la opción de usar el arma nuclear.
En abril y hace pocos días Irán lanzó ataques con misiles balísticos y drones sobre objetivos militares en Israel. Teherán avisó a EE. UU tres días antes de atacar en abril y unas horas previas en octubre. El objetivo, sabiendo que Israel tiene la capacidad de interceptar los misiles, era indicar que Irán tiene la capacidad de atacar más seriamente y que puede acelerar sus planes para contar con armas nucleares.
El gobierno iraní se enfrenta al dilema de cómo responder a Israel. Puede lanzar más misiles sin aviso previo tratando de traspasar el escudo antimisiles que tiene ese país. Pero corre el riesgo de que la respuesta sea un ataque sobre sus instalaciones nucleares y petrolíferas, como podría ocurrir en estos días.
Entre tanto, Israel puede realizar un ataque preventivo. Si Irán no responde, tratando como hasta ahora de mantener la tensión sin llegar a una guerra abierta, perdería credibilidad como potencia regional y entre los sectores más radicales de la estructura doméstica de poder. Pero si responde y se llega a una confrontación total, Israel cuenta con más medios militares, con el apoyo de EE. UU, Gran Bretaña y algunos países árabes, y con armas nucleares.
En el largo plazo el escenario regional es muy peligroso. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos presionan desde hace años a EE. UU para que les transfiera tecnología nuclear civil y militar con el fin de contener a Irán. A partir de la guerra de Gaza, Arabia Saudita ha indicado que establecería relaciones diplomáticas con Israel si Washington acepta esa transferencia, y si Israel se compromete a la solución de los dos Estados.
El error de Hamas y Hezbolá
Hamas consideró en 2023 que un golpe de efecto como el de octubre sería un llamado de atención ante la falta de interés de la comunidad internacional hacia la ilegal ocupación israelí de los territorios ocupados de Cisjordania (West Bank), Jerusalén Este y Gaza.
A la vez, Hezbolá puso en marcha desde octubre pasado ataques limitados contra Israel en la frontera con Líbano. Miles de israelíes tuvieron que desplazarse. El objetivo era presionar a Netanyahu para aceptar un alto el fuego en Gaza e indicarle que, si atacaba a Irán Hezbolá usaría en su contra el poderoso arsenal del que se ha dotado durante décadas.
Ahora, el equilibrio mantenido durante años entre Israel, Irán y Hezbolá se ha deshecho. Esta organización y Hamas subestimaron, al igual que EE. UU e Irán, el interés del gobierno ultraderechista de Netanyahu y del ejército israelí de ir a una guerra en varios frentes para la que se han preparado durante décadas, y en la que cuentan con el apoyo de varios sectores de su sociedad, desde fanáticos y colonos hasta los que rechazan tener como vecino a un Estado palestino y temen otro 7 de octubre.
Israel tiene de su lado, pese a las críticas, a EE. UU y Europa, y a los gobiernos árabes que odian y temen a Hamás y Hezbolá, aunque condenan las acciones israelíes porque sus sociedades apoyan a los palestinos.
Un año después del 7 de octubre y 76 después de la creación del Estado de Israel, ni la violencia ni la moderación les han servido a los palestinos para contar con un Estado en parte de los que era el Mandato Británico de Palestina. Diversos intentos israelíes anteriores de “cambiar Oriente Medio” a través del asesinato de líderes de grupos armados, invasiones al Líbano, y guerras con los vecinos han logrado que desapareciera la cuestión palestina.
La matanza de civiles en Gaza alegando el derecho a la autodefensa, los asesinatos de Hamás también contra civiles en nombre de la resistencia a la ocupación, y la escalada hacia una guerra regional no dará seguridad a nadie. El resentimiento por las matanzas de civiles y líderes de organizaciones armadas asegura la venganza por parte de las futuras generaciones de todas las partes.
Entretanto, ha quedado definitivamente en evidencia que la influencia política de EE. UU y Europa es totalmente nula en Oriente Medio.
Mariano Aguirre es miembro asociado de Chatham House, Londres.