A escasa una semana de cumplirse un año del brutal ataque de Hamás contra Israel, que desató la aplastante respuesta del Estado judío sobre la franja de Gaza, en donde se esconde el grupo islamista palestino en medio (debajo, en túneles, para ser más precisos) de la población civil, queda patente el terrible aforismo según el cual siempre se sabe cómo comienza una guerra, pero nunca se sabe cómo (ni cuándo) termina. Hoy, la acción de Hamás del 7 de octubre de 2023 amenaza con incendiar a todo Oriente Medio por la arremetida israelí.
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Después de decenas de miles de civiles muertos y heridos (la cifra superaría los 40.000 en este año de guerra en Gaza, en el sur), además de los combatientes de ambos bandos, Israel dio un giro de 180 grados y reorientó sus ataques de los últimos días en El Líbano, en el norte, en donde opera Hezbolá, otro grupo islamista que encuentra su mayor coincidencia con Hamás en el odio que profesan por los israelíes. La apertura de este segundo frente de guerra parece estar dando resultados más pronto, pero puede ser también la mecha que encienda definitivamente la región.
Israel abatió a líder de Hezbolá
La razón es que Israel está bombardeando Beirut, capital de El Líbano, y Hezbolá cuenta con todo el respaldo económico y militar de Irán, otro acérrimo enemigo de los judíos. En uno de esos bombardeos, el viernes pasado, en los suburbios de la zona sur de Beirut, fue abatido Hassan Nasrallah, secretario general del partido milicia chií libanés Hezbolá. Como Hamás en Gaza, los integrantes del grupo Hezbolá estaban escondidos en túneles debajo de una zona habitada por los indemnes beirutíes, repitiendo la abominable práctica de poner a los civiles como escudo humano.
Esa es la razón por la que la consecución de los objetivos militares de Israel tiene un elevado, innecesario y reprochable costo en vidas de civiles. Una vez las fuerzas de defensa israelíes identifican y establecen un objetivo, activan sus dispositivos para eliminarlo a cualquier costo. Esta delirante actitud la aprovechan los defensores y simpatizantes de Hamás y Hezbolá para señalar al gobierno de Israel de estar ejecutando un genocidio cuyo principal objetivo es asesinar niños. No deja de haber en esto un desenfoque maniqueo con fines propagandísticos.
La muerte de Nasrallah ocurrió después del ataque sin precedentes atribuido a Israel contra los integrantes de Hezbolá, a los que les explotaron sus buscapersonas y otros equipos de comunicación. Desde el punto de vista estratégico, Israel no solo dejó acéfalo a Hezbolá, sino que dañó severamente las comunicaciones entre sus miembros, lo que afecta (seguramente de manera temporal) los principios de mando y control del grupo islamista. Es, sin duda, un contundente golpe militar del que la organización islamista no tardará en reponerse, y que comenzó a asimilar al reconocer la importante baja.
“Nasrallah está ahora con Alá como gran mártir. Se suma a la caravana de mártires de Kerbala y los mártires inmortales cuya marcha ha liderado durante treinta años de victoria en victoria”, dijo Hezbolá en un comunicado, el sábado. Y, como se esperaba, ya fue remplazado por su primo materno Hashem Safieddine, reconocida figura de ese movimiento. Así comenzará otro nuevo ciclo de violencias animado por la venganza renovada debido a la muerte de Nasrallah, y en el que las víctimas seguirán siendo mayoritariamente civiles.
La expectativa mundial gira en torno al hecho de que en la retaliación por el asesinato de Nasrallah tomen parte Irán y los otros enemigos de Israel, con lo cual el conflicto tomaría dimensiones regionales. De hecho, desde que comenzó la respuesta de Israel contra Hamás hace un año en Gaza, los hutíes de Yemen, en el sur de la península Arábiga, lanzaron misiles contra Israel y en el mar Rojo atacaron barcos que tuvieran alguna relación con los israelíes. Este fin de semana, Israel también los bombardeó.
Lo curioso es que este conflicto se dinamiza pese a que fue uno de los temas centrales en la reciente 79 Conferencia de la Asamblea General de la ONU, con lo que vuelve a quedar en entredicho la capacidad y la robustez de ese organismo mundial para resolver los problemas contemporáneos más apremiantes. Es como si los bomberos llamados para apagar este incendio hubieran apuntado sus mangueras hacia otro lado, o que, peor aún, en cambio de agua hubieran rociado gasolina.
Se dinamiza, entre otras cosas, por razones que hacen de este un viejo conflicto que hunde sus raíces en las postrimerías del siglo XIX, con el inicio de la llegada a Palestina de judíos que huían de la persecución en Rusia y Europa central. Desde cuando comenzaron, años después, las confrontaciones bélicas entre Israel y organizaciones palestinas, los líderes muertos han sido remplazados por quienes los siguen en fila de sucesión. Los grupos que buscan la aniquilación de Israel se han nutrido con facilidad de los afectados o supervivientes de las ofensivas israelíes.
Ese fue precisamente el caso del abatido Nasrallah, que había nacido en agosto de 1960 en Beirut, y cuando tenía cinco años padeció la guerra en Líbano. En su infancia y juventud se formó entre chiitas que recordaban la discriminación y desigualdad que sufrieron en los períodos coloniales del Imperio otomano. Después, como muchos otros jóvenes, ingresó a la organización político-militar chiita libanesa más importante para la época, el movimiento Amal, y en 1985 se incorporó al recién creado Hezbolá (Partido de Dios), hasta llegar a ser su principal jefe, posición en la que finalmente murió.
El caso de Nasrallah hace perfectamente previsible que, con las acciones de Israel sobre Gaza y Beirut, entre los miles de niños que han sobrevivido a los bombardeos o los familiares que tienen sed de venganza por los que han muerto se estén formando nuevos combatientes que dentro de algunos años ocuparán de nuevo los cargos de dirección de los grupos que le hacen la guerra a Israel. Es un ciclo interminable que se retroalimenta con la misma guerra y para cuya resolución a la comunidad internacional le costará encontrar una solución definitiva.
Exactamente dentro de ocho días se cumple un año de la brutal acción de Hamás contra Israel, que dejó más de 1.200 muertos y más de 300 secuestrados, cien de los cuales permanecen en cautiverio, e Israel parece haberse anticipado a la conmemoración de esa nefasta fecha con el abatimiento de Nasrallah. Este hecho continúa el trágico encadenamiento de episodios violentos entre palestinos y judíos que parece no tener fin y que, además, por el contrario, dibuja una aparente e irreversible espiral ascendente.