Las autoridades de Países Bajos decidieron llevar a otro nivel una investigación por homicidio que sigue inconclusa desde hace dos décadas.
La Fiscalía General de la Nación acaba de comenzar una colaboración con la Fiscalía del Distrito Judicial de la Región Central de Países Bajos para dar con la identidad y la familia de un hombre que fue asesinado en Europa hace 19 años. El caso se remonta al 6 de septiembre de 2005, cuando la policía encontró en una pequeña localidad holandesa llamada Huizen, el cadáver de un hombre encontrado en una zona boscosa cerca a un club de tenis.
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El problema desde el principio es que el cadáver se encontraba completamente calcinado, por lo que durante los primeros años las autoridades se centraron en intentar dar con la identidad de la víctima, hasta que simplemente llegaron a un callejón sin salida, pues las herramientas disponibles en ciencia forense no les permitieron tener avances significativos en su búsqueda.
Pero la inteligencia artificial los sacó de ese laberinto. Entre lo que el Equipo de Investigación a Gran Escala logró determinar antes de que la investigación llegara a un punto muerto, es que el hombre recibió impactos de bala y que por sus características, podía tener entre 20 y 50 años. Sin documentos, ni información que permitiera arrojar pistas sobre quién era, y ante la imposibilidad de realizar análisis a la carta dental, por la descomposición del cuerpo, a los investigadores no les quedó de otra que tomar algunas pruebas de ADN que solo arrojaron que la persona, probablemente, no era originaria de Europa.
Con esta pista lanzaron entonces una nueva etapa de investigación y, tras realizar análisis más detallados en Múnich, comprobaron que por las características genéticas el origen de la víctima podría estar en el continente americano y, más concretamente, en países como Brasil, Costa Rica, Venezuela o Estados Unidos.
El rango, sin embargo, seguía siendo muy amplio como para pensar en tener éxito. Pero en 2013 ocurrió algo que resultó ser fundamental. Un estudio isotópico de la Universidad Libre de Países Bajos corroboró que la víctima posiblemente había nacido en la región andina, concretamente en Medellín o en algún gran centro urbano similar en Ecuador.
Este hallazgo sí le daba un giro a la investigación, pues a partir de esto los detectives pudieron solicitar directamente información de ADN para acercarse a la identidad de la víctima. El equipo investigador lanzó decenas de solicitudes a universidades y autoridades judiciales de varios países, incluyendo Colombia, para obtener mapas de ADN, huellas dactilares y registros dentales que les permitieran tener un universo de datos confiables para reconstruir la identidad del hombre asesinado.
Con estos datos, más la irrupción de la inteligencia artificial, los investigadores lograron finalmente atreverse a hacer una reconstrucción facial, que se ha ido perfeccionando a medida que se analizan más datos y que ahora les ha permitido tener por fin un rostro que podría ayudar a encontrar a la familia de la víctima o a darle identidad.
La reconstrucción la adelanta un antropólogo de la Universidad de Dundee, en Escocia, a partir de los restos óseos y los datos genéticos y de ADN recopilados a lo largo de estos años, incluyendo datos e imágenes que fueron enviadas por parte de la Fiscalía en Colombia.
El rostro que arrojó ese análisis, le permitió a la Fiscalía en Países Bajos enviar una especia de boletín de búsqueda a sus pares en Colombia, y ahora esperan que esa tarea de divulgación ofrezca los resultados esperados de encontrar algún familiar o conocido de la víctima.
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En un caso emblemático en el que la investigación judicial, la inteligencia artificial, la compleja investigación genética en varios continentes, y la coordinación entre autoridades de varios países se trazaron el objetivo de darle una identidad a los restos de ese hombre cuyo crimen en ese tranquilo poblado holandés sigue siendo todo un misterio.